POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)

En la plazuela de Severo, luego Fernández Caballero, del general Franco y ahora del Rey, aunque más gusta decir de la ‘Ferretería de los González’, nace la de Sánchez Rivera, junto con la calle de Papas, por lo accidentado de su pavimento de barro que llegaba a convertirse en invierno en papillas, y la de Atrás, que también fue llamada Sevilla y luego Esteban Amaya, donde las cabezas de cuatro gárgolas miran al suelo. De la plazuela de Severo a la esquina, con olor a fresco, las del Barranco o de la Barrera, ahora Felipe Checa, y con la actual Eugenio Hermoso, antes de la Cárcel, porque allí estuvo el depósito carcelario y una pléyade de comercios desde la antigüedad que no resisto en dejar escrito parte de esa nómina, porque cuando el olvido inunda la sociedad, la memoria se achica y el pasado común se empequeñece.

No hay placa ni azulejo que los recuerde, pero si la memoria: Calzados Cristóbal Pérez, los hermanos Agreda, María la Portuguesa, Estudio Imperial Visam, Colino, Pescadería de Miguel Cuéllar, Banco Español de Crédito, el Arca de Noé de Simón Lavado Navia, la heladería y frutería de Vinagre, la Farmacia de Tomás Domínguez, La Marquesina, Pedro Juan Cortés, la carnicería de los hermanos Gómez y la farmacia de Antonio Rodríguez. Y con ellos el serrín mojado en los días de lluvia. En el medio de la calle se anda otra plazuela pequeña, en tiempos llamada de Romanones y ahora del humanista Pedro de Valencia.

En otros tiempos dieron vida comercial a la calle de la Cárcel, los ultramarinos de Antonio Amador, Mariano Díez de Lanzas, Miguel Lena Bote, Manuel Muro Elías, Manuel Romero Álava, Toribio Alonso Liévana, la Tocinería El Cumbreño, Papelería El Compás, Calzados Guzmán, el médico Narciso Santé Gutiérrez, las farmacias de Hermenegildo Bautista Guzmán y Diego Alonso Codes, junto con los sangradores Luis y Vicente Melara, y el casino donde se reunían los liberales.