POR DOMINGO QUIJADA GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA (CÁCERES)
¡Cuánto tiempo transcurrió desde el último otoño! Aquél, el del año pasado de tan grato recuerdo. A veces me pregunto cómo he podido vivir tanto tiempo sin sus placenteros chubascos, sus templados rayos de sol, el frescor matinal o el multicolor paisaje impresionista de bosques y arroyos. La cesta repleta de boletus y níscalos. El penetrante olor a musgo húmedo. El chasquido bajo mis botas de las primeras hojas muertas o de los erizos castañeros. Los abundantes espárragos de los riberos y un senderismo sin cesar.
Porque, desde entonces, la naturaleza pareció enloquecer. Un invierno frío y extremadamente árido deambulaba melancólicamente por la llanura del Arañuelo. Una primavera demasiado templada y seca nos hizo presagiar lo que lamentablemente acontecería después, que casi nos hizo encadenar el crudo invierno con el estío más infernal.
Sí, luego el tórrido verano. Intermitentes grillos, cigarras chirriantes y sudor desenfrenado. Junio trazó el proyecto que con julio se desmadró: el más cálido jamás conocido por estos lares. Agosto intentó remediarlo en su segunda mitad, pero ya era demasiado tarde.
Y llega septiembre pausadamente, sin gritar, con temperaturas muy suaves. Finaliza el verano meteorológico y el astronómico, de mal recuerdo si cabe. Y acaba el año hidrológico con dos caras: más cálido de lo habitual, y seco pero engañoso en su cómputo global, pues el 54’1 % de la lluvia precipitada lo hizo en el pasado y añorado otoño, que siempre recordaré.
Y, ¡por fin!, regresa de nuevo el otoño. Los aguaceros y el sol de tarde me lo recuerdan.
Modesto es el otoño, como los leñadores.
Y monótono en el aspecto foliar. Cuesta mucho liberar las hojas de todos los árboles. La primavera las cosió volando y ahora hay que dejarlas caer como si fueran pájaros amarillos. No es fácil. Hace falta mucho tiempo. Siempre dejar caer, caer, dejar caer, caer, las hojas –ahora me acuerdo de los pacientes barrenderos…–.
Por eso, difícil –aunque hermoso– es ser otoño. Aunque siempre quise ser aprendiz de él. Pero es duro nuestro largo trabajo. Hay que preparar la tierra y a enseñarla a ser madre, a guardar las semillas que en su vientre van a dormir cuidadosamente hasta que despierten y nazcan. Así, de las raíces oscuras y escondidas, podrán salir bailando la fragancia y el velo verde de la primavera. Cuando ya comenzaremos a desear la llegada del próximo otoño.
Otoño, buen jinete, galopemos juntos antes que nos ataje el negro invierno.