POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
El tiempo ha vuelto a alcanzarnos desde el zaguán de los recuerdos. Los días tienen sus afanes y, ahora, éstos, en los que estamos, rezuman sabor de cantinas y casetas, porque dicen que cuando llegaba la Feria, allí, junto al pozo de las eras, en el ejido, en la carretera de la Estación, se congregaban las mejores bestias para el tiro y la labranza. Caballos, yeguas, potros, mulas y asnos eran exhibidos en lo que durante muchos años fue conocido como “El Rodeo”. Donde se hacían los tratos, se celebraban las ventas y los labradores se proveían de hermosas mulas indispensables para las faenas agrícolas.
Aquel acontecimiento comercial y festivo congregaba a tratantes, comerciantes, chalanes y gitanos, que llegaban bajo el saludable oficio antiguo de comprar y vender, bajo el lenguaje monetario de duros y reales, que todo quedaba, en la formalidad, al llegar a su final, rubricado por un fuerte apretón de manos. Otros acudían a concursar y los había que enferiaban una navaja cachicuerna labrada en los talleres de Agustín Gómez Ramas, conocido como “Agustinito el chato”, y Diego Domínguez Plaza, que por el temple y arte de su acabada perfección eran de reconocida fama universal. Cerca del Rodeo aquellos hombres buenos del deporte, padres fundadores de la U.D. Montijo, se reunieron, bajo el mecenazgo de Gómez Bravo, cuando declinaba la gran guerra, para organizar un nuevo club que emulase y superase al desaparecido Montijo F.C. El nuevo club trajo, en el campo de Santa María, tardes de gloria, aliviando con ello las necesidades y apreturas, en años repletos de hambre en los que hubo que curar y restañar heridas.
En aquellos días el gobierno municipal proclamaba ante la llegada de los días de la Feria “A pesar de la escasez del presente año se ha resuelto ordenar comience la Feria en los días fijados para su celebración, lo que por este medio se hace público”. Años que fueron dulcificados bajo el aire de la mejor batuta que marcó el gozo festivo que interpretaba la partitura de la vida. Una plaza, las palmeras y un kiosco fueron testigos de desfiles y cortejos, de gigantes y cabezudos, de verbenas y de exaltaciones festivas.
Porque dicen las crónicas que aquellos años de las Fiestas de la Virgen de Barbaño, se abrían y se cerraban al aire de la batuta de don Andrés Mena. Bajo la belleza de la mejor nota afinada que nos adentraban a los montijanos en días para ejercer saludablemente con oficio y maestría la holganza y la diversión. Todo bajo el mejor saludo de una madrugada fresca, con sabor a resaca de encuentros y verbena. En la que un trago de aguardiente reinventaba la vida, bajo el olor de una rueda de churros friéndose en la anafre de Frasco, el churrero, que ahora borbotea traspasando mis nostalgias.
(Fragmento de mi pregón del 150 aniversario de la Feria y Fiestas Patronales de Montijo (7/septiembre/2012)