POR SILVESTRE DE LA CALLE GARCÍA, CRONISTA OFICIAL DE GUIJO DE SANTA BÁRBARA (CÁCERES)
Paulino Gargantilla Serrano (Jerte, 29 de abril de 1929 – Jerte, 9 de marzo de 2014), bien puede recibir el título de último cabrero tradicional de la Sierra de Gredos. Todavía quedan a lo largo y ancho de esta agreste serranía, numerosos cabreros, especialmente en la vertiente sur de la sierra y sobre todo en el municipio abulense de Candeleda. Lamentablemente, el censo de ganado caprino ha descendido muchísimo a lo largo del siglo XX. Por poner un simple ejemplo, en Guijo de Santa Bárbara, un pueblo cabrero por excelencia, quedan hoy tan sólo un 10% de las cabras que había en 1936.
Durante la segunda mitad del siglo XX, los cabreros fueron sustituyendo sus cabras por vacas o emigraron a las grandes ciudades españolas o al extranjero en busca de una vida más cómoda, no siempre mejor que la que tenían aquí. Aquí eran sus propios jefes y, aunque el trabajo era muy duro, eran totalmente libres. En las ciudades la gente competía por tener el mejor piso, el mejor coche, por irse de vacaciones a la playa y a los mejores hoteles….
Pero en los pueblos todo era distinto. La gente se ayudaba cuando era necesario y había mucha más libertad.
Aunque en su juventud, nuestro protagonista de hoy probó esa vida, vio que no era para él y decidió regresar a su tierra natal y seguir con el milenario oficio de cabrero. Llegó tío Paulino a ser el cabrero más renombrado de estas sierras durante varias décadas, al ser propietario de una excelente piara de cabras Veratas que rondaba el millar de cabezas. Para el cuidado de esta nutrida cabaña, contaba con la ayuda de su esposa Julia Cuesta y de sus numerosos hijos. Todos tenían que colaborar en la tarea del ordeño de semejante piara de cabras para que luego hiciese tía Julia el queso. Es fácil imaginar que con tal piara, se hacían muchos quesos diarios. En las temporadas en las que se ordeñaba a las cabras dos veces diarias, tía Julia hacía hasta 70 quesos diarios, por lo que tenía que bajar al pueblo cada 2 días con sus caballos para vender el queso y aprovechar para realizar las compras de lo que necesitaba la familia.
Con el paso del tiempo, vio tío Paulino como muchos cabreros iban vendiendo las cabras para emigrar o para dedicarse al lucrativo y más cómodo cultivo del cerezo, que no requería trabajo los 365 días al año ni las 24 horas diarias. Pero él aguantó con el oficio.
Como era tradicional, realizaba cortos movimientos con el ganado a lo largo del año en función de la estación. En invierno permanecía en zonas bajas como «El Matón» (Tornavacas) donde tenía buenos corrales de «chozones». Estos corrales consistían en una estructura formada por vigas de madera sustentadas sobre pilares de madera sobre las que descansaban tablones de madera que se cubrían con una gruesa capa de escoba o piorno. Los chozones permitían a las cabras estar protegidas de la lluvia y además eran refugio seguro para los chivos cuando aún eran pequeños, evitando así el ataque de los depredadores. Este tipo de construcción para el ganado era frecuente en todo el Sistema Central, pudiendo considerarla sin lugar a dudas como la construcción ganadera más antigua que poco a poco iría evolucionando en distintos tipos hasta dar lugar a las actuales majadas con paredes de piedra y tejados de madera y teja.
FUENTE: https://elcuadernodesilvestre.blogspot.com/2021/02/tio-paulino-el-ultimo-cabrero-de-la.html?m=1