En el lenguaje popular el término tísico se ha empleado, durante siglos, para referirse a las personas que eran excesivamente delgadas o enclenques, de aspecto enfermizo debido a su extrema flaqueza.
Se utilizaba casi como un insulto cuando en realidad el tísico era un enfermo de tuberculosis que, hasta no hace tanto tiempo, fue una de las enfermedades más crueles que ha sufrido la humanidad a lo largo de la historia.
Hasta que a principios de los años 50 del pasado siglo no se empezaron a utilizar modernas terapias para su tratamiento, la tuberculosis era una dolencia mortal para quien la padecía.
Destrozaba el sistema pulmonar y convertía a los enfermos en proscritos debido a su carácter infeccioso a través del aire. Durante el siglo XVIII fue calificada como “la peste blanca”, un término que la equiparaba con la temida “peste negra”, trágica epidemia que en tiempos pasados acabó con la vida de miles de seres humanos.
Las terapias tradicionales contra la tuberculosis consistían en el aislamiento del enfermo en lugares donde un entorno natural, higiene y buena alimentación permitían curar a los contagiados.
Terapias no siempre efectivas y de elevada cuantía para los más desfavorecidos que no podían acceder a ellas.
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