POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS).
Muchas de las preguntas que nos hacemos en la vida no tienen argumentos claros y -en ocasiones- ofrecen distintas respuestas.
La mayor parte de las veces las verdades son relativas o subjetivas, y ello nos aboca a la confusión y a la duda.
Se anunció un otoño más cálido de lo habitual -lo que ya no nos causa sorpresa- pero desde un cielo ceniciento cae la lluvia atrasada que no nos visitó durante meses.
Una lluvia casi siempre bienvenida, aunque sabemos que si caen más litros por metro cuadrado de los que debiera, Arriondas entra en pánico, única y exclusivamente por haber permitido edificar todos sus centros educativos, sanitarios, deportivos y otros en zonas inundables, de sobra conocidas por todos desde hace muchísimos años.
De modo que “a lo hecho, pecho”, y a seguir esperando soluciones, porque no siempre la meteorología es la culpable de estos males endémicos parragueses.
En ello llevamos más de un siglo, desde que Manuel Argüelles (con calle en la villa) -que era diputado en las Cortes- tramitó en Madrid hace más de un siglo (año 1914) la construcción de un muro que defendiese a Arriondas de los desbordamientos de los ríos Sella y Piloña.
Algunos dicen que les aflige el alma los días de lluvia, y hasta las jornadas de cielos cubiertos.
A otros nos ocurre todo lo contrario, nos causa mayor agrado el cielo con nubes que sin ellas, incluso -cuando los días despejados se repiten en exceso- deseamos que se acaben cuanto antes, sobre todo en las frías jornadas del invierno, cuando lo que en meteorología llaman pantano barométrico con altas presiones, favorece la presencia del sol, la persistente formación de nieblas -tan comunes en la capital del concejo de Parres- y las desagradables heladas, como reinas de la calma y falta de nubosidad.
Veamos, pues, porque una cosa son los gustos y deseos de cada uno, y otra la verdad.
Cuando decimos que la verdad es relativa, la afirmación resulta un poco cínica y puede refutarse a sí misma, porque el solo hecho de decirlo también es relativo.
¡Cuántos se creen que son poseedores de la verdad absoluta y buscan establecerla por encima de todo y de todos!
De esa forma caen en su lugar otros valores críticos, como es el caso de la imparcialidad, la justicia, la civilidad, la confianza… arrastrando con ellas las sociedades libres instaladas en sólidas bases democráticas y consensuadas.
La civilización se asienta en la verdad y -cuando deja de ser un ideal- cualquier desastre es posible; pero ocurre que la geografía de nuestra percepción de la verdad muestra una compleja silueta de costas, con no pocos accidentes orográficos.
Realmente la vida es compleja para el que se para a pensar y desea comprender, sin apenas ser consciente de que vive en un planeta que apenas es como un grano de arena perdido en el desierto, entre inabarcables millones de millardos de cuerpos celestes imposibles de contar en el universo infinito.
¿Es todo tan complejo o solo lo somos nosotros?
Las razones del destino nos han sido vetadas y convenimos en permutarlas por otras social y convenientemente acordadas.
Son demasiadas las cosas que no comprendemos, de forma que el supuesto dicho de Leonardo da Vinci de que no se puede amar u odiar una cosa antes de comprenderla, nos deja los engranajes mentales un tanto aturdidos, relativizando demasiadas cosas.
Hay personas a las que la soledad las deprime, como las hay que hablan de lo que sea, puesto que para ellas la cuestión es no estar calladas, no lo pueden evitar. El silencio es su primer enemigo.
Para otros -muy al contrario- la sola presencia de otra persona (más sin son varias) les produce una distracción de pensamientos a modo de inmediata desaceleración de estímulos, lo contrario de lo que se consideraría lógico; de forma que hasta una obligación social de cualquier tipo, perturba sus intenciones y pensamientos, por la sencilla razón de que el aislamiento ha esculpido su persona a imagen y semejanza de una soledad buscada en la que se encuentra absolutamente feliz.
Un ejemplo: hay gente que cuando se pone enferma la encanta que la visiten, sea en su domicilio, residencia, hospital, etc.
Otros piensan lo contrario, y consideran que dichas visitas son una molestia, una violación injustificada de su intimidad, procurando evitar esa situación.
Cada uno manifiesta “su” verdad, siempre respetable, aunque no sea comprendida.
Lo que puede ser bueno para ti, puede no serlo para mí.
De todo ello puede deducirse muy bien que, la única virtud esencial de esta sociedad postmoderna en la que vivimos es la tolerancia, y -por consiguiente- el único mal es la intolerancia, lo que no quiere decir exactamente que todos los valores, estilos de vida, creencias, etc. son válidos por igual, aunque el relativismo cultural en el que vivimos asegure que no hay ninguna verdad absoluta.
FUENTE: https://www.facebook.com/franciscojose.rozadamartinez