POR MIGUEL GALLEGO ZAPATA, CRONISTA OFICIAL DE SAN JAVIER (MURCIA)
El Dr. don Tomás Maestre Pérez, aunque nació en Monovar el 18 de mayo de 1857 se traslada a Murcia con sus padres, don Tomás Maestre Berenguer y Doña Francisca Pérez Asensio, donde instalaron un negocio de vinos, y donde hizo el Bachillerato, Estudió en la Facultad de medicina de Madrid y fue médico de la Beneficencia Provincial de Murcia. Médico Forense de Madrid (el primero que ingresó por oposición), catedrático de Medicina Legal, inspector de Salubridad, académico, diputado a Cortes y senador, fue creador de la Escuela de Medicina Legal, allí trabajaron, entre otros, los doctores: Piga, Marañón, Aznar, Salvador Pascual…. Trabajó e investigó para la Justicia, hasta el punto de practicar 553 autopsias, asistió a más de 1300, interviniendo de oficio en 8.260 asuntos, entre causas criminales y pleitos civiles, informando oralmente en más de 200 juicios, siendo famosas sus aportaciones al esclarecimiento de errores judiciales y su defensa de la inocencia de varios condenados.
Diputado por Cartagena y senador, vivió en la calle de su nombre “Tomas Maestre”, en Murcia. Brillante conferenciante, en 1906 habló en el Ateneo y en el Centro de Estudios Sociales de Cartagena, sobre la abolición de la pena de muerte en las que refirió pasajes de su vida de estudiante durante cuyo periodo presenció la ejecución de dos mujeres. Importantísimos también sus 140 folios manuscritos sobre la mercedaria descalza terciaria María de Jesús fallecida en 1624, en la celda del antiguo convento de Santa Bárbara de Madrid.
En una de las noches de Carnaval en el Casino de Murcia, una bella mascarita, da broma al elegante y popular doctor Maestre, don Tomás se interesa por ella, a quien no conoce y en uno de esos impulsos propios del doctor le dice “No te conozco pero me casaré contigo”. Así dieron comienzo las relaciones con Doña Gregoria Hernández Jara, hija de don Juan Hernández Úbeda, que regentó con notable éxito el céntrico Café del Comercio, en la antiquísima calle Azucaque, de la que había de ser su esposa, una encantadora señorita, inteligente, culta, hábil, tierna, buena administradora, paciente, enamorada de su compañero y entregada en cuerpo y alma al cuidado del sabio y que, parece ser, tenia estudios de magisterio, conocía idiomas y aprendió mecanografía para ayudar al profesor en sus trabajos.
Su casa de San Javier, a cuya calle también se dio el nombre de “Tomás Maestre”, situada entre la Plaza de Almansa y el Polideportivo Municipal, en la que pasaba largas temporadas: como no tenía hijos, se encontraba siempre rodeado de sobrinos, los Maestre Zapata, Soler Hernández, Méndez Soler, y multitud de invitados, incluso en una ocasión hasta don Santiago Ramón y Cajal.
También el Consejo Municipal de Monovar, determinó poner el nombre de “Tomás Maestre” a la calle donde nació, y que antes se denominó calle del Triunfo.
Decía Benito Pérez Galdós que parecía ser que el Dr. Maestre había encontrado un tratamiento de urgencia para la enfermedad del cólera, de cuya epidemia Murcia fue una de las provincias menos contagiadas.-
Se marcha a Madrid para escribir su tesis doctoral que se tituló: “Deformidades del cuerpo humano desde el punto de vista de la medicina legal”.
Como toda su familia, fue un amante de San Javier y de sus gentes y con motivo de la inauguración del Grupo Escolar de San Javier, cuyas Bodas de Platino se celebraron hace poco, a la que no pudo asistir por motivos académicos, escribió una carta que publicó la Revista “Mar Menor” de 11 de diciembre de 1927, dirigida al entonces Alcalde don Pedro Pérez Cánovas, a su vez director de aquel Grupo, que constituye una bella página que dice mucho de la cortesía y de la categoría moral e intelectual de este Ilustre murciano que tanto prestigio le dio a Murcia y que tanto cariño le tuvo a San Javier.
Cuenta su biógrafo que tan consciente estaba don Tomás de las virtudes de su esposa que antes de exhalar el ´último suspiro, cogió entre las suyas las manos de su “Gorica del alma” esas manos de perfección física asombrosa y mirándola a los ojos, exclamó en una conjunción de recuerdos de su vida “¡Gregorica, Gregorica! ¡tu has sido siempre para mí la novia!
Su entierro celebrado en Madrid el 5 de noviembre de 1936, constituyó una auténtica manifestación de duelo y entre los asistentes el doctor Negrín.