TOMÁS SÁNCHEZ, DE CARPINTERO A PASTOR Y DEL ARAVALLE A…¿CASABLANCA?
Abr 07 2024

POR SILVESTRE DE LA CALLE GARCÍA, CRONISTA OFICIAL DE GUIJO DE SANTA BÁRBARA (CÁCERES) .

 

La historia de Tomás Sánchez Mateos podría parecer una novela pero fue absolutamente real. Este carpintero natural de Santiago de Aravalle (Ávila), se vio forzado a convertirse temporalmente en pastor de ovejas y, también por circunstancias de la vida, terminó sus días de manera trágica en la ciudad de Casablanca (Marruecos) en el año 1911.

Su única nieta, Nicolasa Sánchez García (1922-2012), nacida en Guijo de Santa Bárbara (Cáceres) y luego emigrada a Francia, me contó hace ya bastantes años, la historia de su abuelo una fresca noche de verano en Guijo de Santa Bárbara.

Transcribo la historia tal y como ella me la contó.

«Mi abuelo Tomás era de Santiago de Aravalle donde también nació mi padre y donde yo viví dos años aunque nací aquí.

No conocí a mi abuelo ni tampoco a mi abuela porque murieron cuando mi padre tenía 13 años, pero mi padre y sobre todo mis tíos Pedro y María me contaron su historia muchas veces.

Mi abuelo Tomás, como ya he dicho, era de Santiago. Es un pueblo pequeño que pertenece al Ayuntamiento de Puerto Castilla, entonces Las Casas del Puerto de Tornavacas.

Yo siempre digo que, no es porque sea el pueblo de mi padre y de mi abuelo, pero es muy bonito y tiene una iglesia muy grande que es monumento nacional.

Mi abuela Nicolasa García Hernández era de Nava del Barco. 

Se quedó sin padres cuando era muy pequeña y como sus hermanos no podían hacerse cargo de ella, decidieron llevarla a un hospicio pero el cura del pueblo les dijo que no lo hiciesen porque se arrepentirían de algo tan doloroso toda la vida.

El cura y su hermana, se ofrecieron a criar a mi abuela primero en Nava del Barco y después en Santiago.

En el año 1895 mis abuelos se casaron en la iglesia de Santiago y al año siguiente tuvieron a su primer hijo, que se llamó Francisco. Dos años más tarde nació Máximo, que era mi padre.

Mis abuelos y sus hijos vivían en una casa al lado de la iglesia.

Mi abuelo era carpintero en fino y en basto, como entonces se decía. 

Los carpinteros en fino eran los que hacían muebles para las casas: mesas, sillas, camas, armarios, arcas…

Los carpinteros en basto hacían puertas, ventanas, tablas, vigas…y también todo tipo de cosas para el campo. 

Lo uno y lo otro era muy importante entonces porque las casas se hacían a base de piedra y madera y en el campo todos los trabajos se hacían con animales y había que hacer yugos, arados, trillos y demás.

Mi abuelo tenía muy buenas manos y nunca le faltaba el trabajo, atendiendo los encargos que le hacía la gente del pueblo y de otros pueblos. Le buscaban mucho para hacer muebles pero sobre todo yugos y arados porque los hacía muy bien. Iban de muy lejos a encargarlos de muy lejos y luego iban a recogerlos o mi abuelo se los llevaba cargados en el caballo.

Mi abuelo no tenía que dedicarse de esa manera a trabajar en el campo aunque cerca de casa tenía un huerto para sembrar patatas, judías y alguna cosa más para el gasto de casa.

Mi abuela se hacía cargo de la casa y era además la sacristana de la iglesia porque como se había criado con un cura, era muy religiosa y entendía mucho de todas las cosas de la iglesia.

Mis abuelos no tenían ganado. Sólo un caballo, una cabra para leche, el cochino para la matanza y algunas gallinas.

Mi tío Francisco y mi padre fueron a la escuela desde los 6 a los 14 años que es cuando se iba entonces. A mi padre le gustaba mucho la escuela y desde pequeño decía que él quería seguir estudiando pero mi tío Francisco decía que él quería ser pastor y aunque mis abuelos trataban de quitarle esa idea de la cabeza, no lo consiguieron y cuando cumplió 14 años y dejó la escuela, mis abuelos gastaron el dinero que tenían ahorrado para que estudiase en comprar ovejas.

Mi abuelo no entendía de ovejas así es que pidió ayuda a algunos de la familia que sí que las tenían y a amigos de otros pueblos para poder comprar unas buenas ovejas.

Todos le dijeron que lo mejor era empezar con ovejas viejas que eran más baratas o con corderas jóvenes porque, aunque tardasen más en producir, se acostumbrarían mejor a la mano de Francisco. Mi abuelo optó por esta última opción y compró 110 corderas y algunos corderos de varias ganaderías distintas.

Con lo que tenían ahorrado mis abuelos, no hubo suficiente para comprar todas las corderas porque si las pagaban todas, tendrían que tocar el dinero que tenían ahorrado para mi padre, así es que pidieron dinero prestado a familiares y amigos.

Mi tío Francisco era el más feliz del mundo con su piara de ovejas. Por la noche las encerraba en cuadras y casillas en el pueblo y cada mañana las sacaba y se iba con ellas al campo. Varias llevaban campanillo y por eso alegraban mucho a la gente cuando cruzaban las calles del pueblo.

Pasaban todo el día en el campo y mi tío se llevaba en el morral la comida que con gran esmero le preparaba mi abuela.

Mis abuelos estaban felices al ver tan feliz a su hijo.

En el otoño, las corderas, que ya estaban bastante grandes, se cubrieron por lo que, según las cuentas, parirían en primavera. Con el dinero de la venta de corderos y de la lana se recuperaría gran parte de la inversión realizada.

Sin embargo, el invierno fue muy crudo. Mi tío salía al campo todos los días tratando que las ovejas comiesen aunque fue preciso ayudarlas con heno y paja que tuvo que comprar al no tener tierras mis abuelos.

Mi tío se acatarró pero aún así siguió saliendo día tras día con las ovejas hasta que terminó con una pulmonía que le obligó a estar en la cama. Sin embargo, empeoró mucho y mi abuelo tuvo que ir a Barco para buscar al médico. Hubo que pagar al médico y comprar medicinas pero mi tío no se salvó y con apenas 15 años, murió.

Aquello fue una desgracia para toda la familia. Mis abuelos habían perdido a su hijo mayor y habían gastado mucho dinero en las ovejas, el médico y las medicinas, además de haber pedido dinero que tenían que devolver. Estaban en un apuro.

Por suerte tenían el negocio de la carpintería que iba bien pero el problema eran las ovejas porque había que cuidarlas.

Un hombre se ofreció a comprarlas pero le dijo a mi abuelo que no le podía pagar hasta que vendiese los corderos y la lana y que a partir de entonces se las pagaría poco a poco. Mi abuelo, aceptó porque se tenía que quitar de encima a las ovejas cuanto antes. Cerraron el trato como siempre se hacía, con un apretón de manos pero sin algo fundamental: un testigo.

Los meses pasaron y mi abuelo seguía trabajando en la carpintería, mientras que mi padre seguía yendo a la escuela. Mi abuela hacía las cosas de casa aunque había días que se quedaba en la cama porque no tenía ganas de levantarse ni de hacer nada.

Cuando ya iba a llegar el verano, mi abuelo fue a ver las ovejas y vio que ya las habían esquilado y que los corderos estaban listos para la venta. Dijo al ganadero que cuándo le pagaría algo pero él dijo: tú y yo no hemos firmado nada y no hay testigos, así es que estas ovejas son ya mías y no hay más que hablar.

Mi abuelo habló con abogados y le dijeron que no había nada que hacer. Era imposible recuperar las ovejas o cobrar el dinero. 

Ahora, la situación empeoraba mucho más. Mi abuelo no podía recuperar su dinero y tenía que devolver el dinero prestado. Sólo encontró una solución:

Emigrar a América donde vivían unos hermanos suyos y un hermano de mi abuela.

Pidiendo nuevamente dinero prestado, compró un billete y cogió un barco en Cádiz. El barco hizo escala en Casablanca y mi abuelo se puso enfermo de las «fiebres amarillas» y como no tenía dinero para pagar médicos y no conocía a nadie, murió y fue enterrado allí.

Pasadas unas semanas, mientras la familia celebraba una boda en el pueblo, llegó el cartero con la terrible noticia de la muerte de mi abuelo. Cuando se lo dijeron a mi abuela, ella no dijo nada. Se metió en la cama y no consiguieron que bebiera ni comiera en unos cuantos días, por lo que murió. Mi padre tenía en aquel momento 13 años y se quedó sin padre, sin madre y sin nada para vivir.

El cura y el maestro, viendo que mi padre era muy listo, quisieron que estudiara en el Seminario. A mi padre se le daba muy bien la música y llegó a tocar alguna vez el órgano de la iglesia del Barco.

Pero la familia decía que el Seminario estaba muy lejos y que mi padre era muy pequeño, así es que se quedó con sus tíos hasta que tuvo que marchar a la Mili.

Tuvo suerte, por lo que fue excedente de cupo y sólo tuvo que estar tres meses en Valladolid.

Cuando volvió a Santiago, dijo a sus tíos que quería bajar a Guijo de Santa Bárbara para visitar a un hermano de mi abuela y a su familia.

Este hermano se llamaba Juan García Hernández y vivía con su mujer Vicenta García Díaz y sus hijos Anastasio y Visitación. Esta última era tres años menor que mi padre y muy guapa así es que aunque eran primos…se enamoraron y se casaron, aunque yo creo que mi abuela Vicenta tuvo algo que ver… pero eso es ya otra historia.

La cuestión es que en septiembre de 1921 mis padres se casaron y en junio de 1922 nací yo en Guijo de Santa Bárbara. Pocos días después de nacer y bautizarme, nos trasladamos a Santiago donde vivimos durante dos años para regresar luego a Guijo donde nos establecimos ya para siempre. Mi madre murió en 1927 y mi padre en 1942.

Aunque mi padre había aprendido algo de carpintería, aquí no se dedicó a ello. Mis abuelos maternos habían sido siempre cabreros pero a mi padre no le gustaba mucho el ganado. Se dedicaba sobre todo al campo aunque todos los años compraba en el mes de octubre 5 ó 6 chotos o chotas para aprovechar la hierba de los prados y hacer estiércol. En primavera, vendía los chotos a carniceros o para bueyes y las chotas se las vendía a otros ganaderos.

Aunque trágica, la historia de mi abuelo Tomás me sirvió mucho. Mi abuela Vicenta era una de las mujeres más ricas y poderosas de Guijo de Santa Bárbara y siempre me decía:

«Hija mía, a mí nadie me ha regalado nada. Yo he trabajado mucho pero sobre todo he sido más lista que tu abuelo Tomás. Aprende de lo que se pasó. Si haces un trato de palabra, ten un testigo de confianza y si no es así, que la otra persona te firme un papel porque los tiempos en los que la palabra de un hombre o de una mujer valían más que la escritura, van pasando a mejor vida.»

Recuerdo que mi padre no podía ni ver las ovejas, borregas como las llamamos aquí en el Guijo, porque decía que habían sido la ruina de su familia pero la vida es como es y con el tiempo, ya cuando mi padre había muerto, yo fui borreguera durante años hasta que me fui a Francia.

Me da mucha pena contar la historia de mi abuelo, aunque otras veces pienso que, a lo mejor si no hubiese sido así, yo no estaría aquí porque mi padre hubiese estudiado y no hubiese venido nunca al Guijo a conocer a mi madre.

A mi padre le gustaba ir a su pueblo pero le costaba no recordar todo lo vivido. A mí me gusta ir de vez en cuando a ver a las primas porque tuvimos mucha relación.

Yo te cuento esto para que tú, que tienes buena memoria, algún día lo escribas si puedes y así toda la gente pueda leer esta historia que es verdadera.»

NOTA FINAL DEL AUTOR.

Con este artículo, quiero rendir homenaje a Nicolasa Sánchez García, que era prima hermana de mi abuelo Juan García García y a la que yo consideraba como una abuela.

Fue una persona que marcó mi vida y muchos relatos que ella me contó son hoy la base de artículos de EL CUADERNO DE SILVESTRE porque si los Cronistas Oficiales somos «guardianes de la memoria en los tiempos que corren» es porque antes que nosotros la guardaron nuestros mayores.

FUENTE: https://elcuadernodesilvestre.blogspot.com/2024/04/tomas-sanchez-de-carpintero-pastor-y.html?m=1

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