POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Toponimia viene del griego “topos” (lugar) y “ónoma” (nombre). Alguien ha de asignar el primer nombre a los lugares, pero, ¿se toma como definitivo?, ¿necesita consenso?, ¿arraigo? ¿Vale un pacto de lugareños o hemos de contratar a Estrabón y a Ptolomeo? ¿Basta el descubridor?, ¿confiamos en los académicos o en el tiempo, que todo lo borra? ¿Nos atenemos a lo escrito en los mapas?, ¿a las vallas publicitarias? ¿Aceptamos lo que suene bien?, ¿lo que se entienda mejor?, ¿lo más patriótico? ¿Es Everest, Chomolungma o Diosa Madre del Mundo? ¿Aeropuerto de Ranón, de Ramno, de Ranone, de Santiago del Monte, de Anzo, de Castrillón o de los Quebrantos? ¿Fresneda o Peña’l Gatu? ¿Pravia o Flavium Avia o Per Avia? ¿Oviedo, Urbs Vetus, Ovietum, Ovetdao, Uviéu, Albetum, Peña Blanca o Campopixarra? Todo tiene nombre, incluso el lugar que no existe: Utopía.
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