POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Corrían los días finales del mes de abril del beligerante año 1914 y los uleanos se afanaban en alimentar y cuidar a los gusanos de seda, de cuyo trabajo obtenían importantes ingresos.
Por tal motivo, el mercado público de nuestro pueblo, que se celebraba los domingos en la plaza del Ayuntamiento, flojeaba de forma ostensible, debido a que los puestos del mercado eran regentados de forma mayoritaria por los propios agricultores y los pueblos adyacentes.
Estaban en la época álgida de coger las hojas de morera, con el fin de que los gusanos de seda consiguieran la calidad deseada y sus capullos (en la huerta murciana, capillos) tuvieran la denominación de excelentes. De esa manera conseguirían un precio interesante que ayudaría a resolver los múltiples problemas de los sufridos agricultores.
Sin embargo, una gran tormenta de agua y granizo, acompañada de un intenso aparato eléctrico se sumo a la tormenta bélica de la primera guerra mundial. Dicha tormenta meteorológica inundó las calles de agua, barro y piedras; que se desprendieron del monte El Castillo y fueron arrastradas por la enorme cantidad de agua caída en poco más de una hora.
Inundó las calles, la plaza donde se instalaba el mercado público y, para mayor desencanto de los agricultores, reventó varios tramos de la acequia y brazales, anegando las fincas aledañas de piedras, barro, agua, ramas de árboles y algunos enseres domésticos (también animales caseros ahogados).
Como es de suponer, deterioró en gran medida las hojas de las moreras, por lo que el rendimiento de los gusanos de seda, fue notoriamente inferior al de años anteriores. Pero, todo no iba a ser nefasto; afortunadamente, no hubo que lamentar desgracias personales.
Esta abundancia de agua, brusca e inesperada, ha dejado en el olvido temporalmente las grandes disputas por el uso de las escasas aguas que discurren por la acequia y brazales. Las continuas actuaciones del Consejo de Hombres Buenos y de los acequieros del Heredamiento de Ulea, olvidaron rencillas pendientes, al creer ¡pobres ilusos! que ya no faltaría el agua. Falso espejismo ya que ese mismo año, entrado el verano, tanto el río Segura como la acequia y brazales, disminuyeron el caudal de agua de forma importante, debido al fuerte estiaje; como consecuencia de la falta de lluvias.
Esta disyuntiva nos demuestra que nada es eterno y que todo es capaz de ser transformado: para mejorar o empeorar.