POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA.
Se puede usar una tarde de la ya cercana primavera para acudir a visitar un pueblo con gran interés artístico, en la Comunidad de Madrid, pero muy cercano a la nuestra, y que ofrece todavía las muestras de un pasado grandioso y amurallado. Ese viaje a Torrelaguna te está ya esperando.
Es muy larga la historia de Torrelaguna, un gran pueblo (hoy en la Comunidad de Madrid) pero que durante varios siglos perteneció a la tierra de Guadalajara, por estar en las tierras de los Mendoza y los arzobispos de Toledo, según qué ratos. Declarada Comjunto Histórico-Artístico en 1974, hoy se lleva con toda meticulosidad esa protección, de tal modo que el interior de lavieja muralla está muy bien conservado.
Empezó siendo fundación mínima de los musulmanes que apacentaban por estos lares del alto Jarama, según el río acaba de salir de las estrecheces serranas. Se alza en un pequeño altozano sobre el valle de este río, y ya en época de dominación cristiana alcanzó a ser lugar destacado.
Su origen fue como una torre atalaya más, de las muchas que los andalusíes construyeron para el control visual del valle del Jarama. En torno, una reducida población de agricultores, que tras la reconquista quedó como aldea del alfoz de Uceda, auténtico punto fuerte, dotado de castillo y murallas, dominante sobre la orilla izquierda del Jarama. Tras la reconquista, en 1085, de todo el reino de Toledo por Alfonso VI, Uceda y sus aldeas quedaron como señorío de los arzobispos toledanos, manteniéndose de esta manera hasta el siglo XIV, en que el arzobispo don Pedro Tenorio concedió a Torrelaguna el privilegio de villa exenta, ordenó la construcción de sus murallas y fundó un gran templo en su centro, justo donde se encontraba la primitiva torre vigía que dio nombre al lugar. Siempre centrado en la agricultura de la vega del Jarama, existe la tradición de que entre sus hijos se cuenta Santa María de la Cabeza, que vivió cierto tiempo aquí en compañía de su marido San Isidro Labrador.
Su historia continuó, a partir de 1390, como villa real, pues en ese año el rey Juan I la segregó de la pertenencia a la mitra toledana, subiendo de categoría y dinámica social al haberle concedido poco después Juan I, en 1407, un mercado todos los lunes.
La villa de Torrelaguna, aunque en un altozano y circuida por el arroyo Matachivos, de cara al Jarama, no tuvo posibilidad de levantar castillo, pero sí en su origen una torre atalaya, que se ubicaba al lado de la iglesia, en torno a la cual nació el pueblo. Y ya a partir del siglo XIV una muralla que la circuyó por completo. De construcción plenamente cristiana, y medieval, aunque recibió añadidos, retoques y destrucciones a lo largo de los siglos, nos ha llegado hasta hoy en una muestra precaria pero evidente de lo que fue su recinto completo. Para mis lectores guadalajareños creo que supone una entretenida jornada de visita, por la cercanía y, sobre todo, por la integridad de sus defensas medievales, que nos hacen evocar fácilmente siglos muy pasados.
Merece la pena recorrer ese circuito amurallado hoy en día, y lo brindo a mis lectores como una posibilidad de turismo activo y cultural que no defraudará a nadie. Frente al caso de Madrid, en el que los lienzos de su muralla medieval sirvieron de muro medianero para construcciones posteriores, en Torrelaguna se ha conservado expedito el perímetro exterior y, aunque en muchos lugares la muralla ya no exista, queda nítido su antiguo itinerario, que puede recorrerse, con la ayuda del plano que facilito junto a estas líneas. Los lienzos que se han conservado, sobre todo en las inmediaciones de la llamada “Puerta de Burgos”, son de sillarejo muy tosco, encontrando desde una puerta entera, hasta lienzos elevados de muralla, especialmente en la parte Este, acompañada del riachuelo Matachivos, y norte, frente a unos descampados.
Tuvo varias puertas, de las que quedan restos, como es la “puerta del Cristo de Burgos” o de Uceda, que permanece entera y se sitúa en el costado oriental de la villa, donde estaba la hoy desaparecida Puerta de San Sebastián, y la “puerta Montera”, de la que vemos enteros sus apoyos laterales; al Oeste encontramos la puerta de Santa Fe, rehecha a base de edificaciones modernas; al Sur estaba la puerta de Malacuera, o del Sol, que no existe ya, pero sí mantiene la función de espacio céntrico en la vida de la villa, y de arranque de su calle mayor. Orientada al norte estaba la Puerta de Buitrago, o del visitador, que ya no existe, en la embocadura de la calle de la Estrella. Y finalmente la de El Berrueco, que tampoco existe.
Aunque muy difícil de localizar en ella, la muestra de grabado de 1629 representando a Torrelaguna amurallada es un buen ejemplo gráfico de cuanto llevo dicho. Y que confirma la belleza e importancia de este lugar en siglos antiguos.
En la puerta del Cristo de Burgos, muy bien conservada, tenemos hoy una evidencia del grosor de los muros, que alcanzaba aquí los 2 metros. Tiene 2,5 de ancho y 3,3 de alto y en su parte exterior ofrece una hornacina en la que se ha colgado un crucifijo.
La puerta Montera tiene una torre de planta rectangular, realizada en ladrillo y piedra caliza. Su cuerpo se alza sobre un basamento de piedra sillar, y no ofrece ningún vano. La técnica del encintado de sillares de piedra con verdugadas de ladrillo es lo que se denomina “aparejo alcalaíno” y es el que se usó en toda la fase de reconstrucción de la muralla, en 1390, por mandado de don Pedro Tenorio.
Y ya de paso, y una vez que andamos brujuleando por este pueblo de la Comunidad de Madrid que tan cerca cae de Guadalajara, recomendaría hacerle una visita a la iglesia colegiata, porque es uno de los edificios más suntuosos del estilo gótico isabelino, con muchos recuerdos de los Reyes Católicos, el Cardenal Cisneros, y diversas familias nobles del lugar, que en la iglesia dejaron su huella en forma de “complementos” artísticos, como enterramientos, capillas, escudos, órganos, arcos y cartelas. Especialmente interesante es la tumba del poeta cordobés Juan de Mena, que aquí fue enterrado, y del que queda una lápida recordatoria con estos versos: /Patria feliz, dicha buena, /escondijo de la muerte/ aquí le cupo por suerte /el poeta Juan de Mena/.