POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE TORREVIEJA
Hace un año la Vega Baja del Segura, fue la zona más afectada por el temporal o DANA que en unas pocas horas -de la mañana del día 12 de septiembre de 2019 a la mañana del día 13- ocasionó que se acumularan en la comarca más del promedio de agua que el equivalente a la lluvia de un todo año. Ahora, con las vistas puestas en la catástrofe que supuso este hecho, aun no olvidado, pondré las miras en lo sucedido en mayo de 1884, no olvidando que la historia de la Vega Baja es una sucesión de inundaciones y sequías, quedando reflejados en los libros parroquiales en muchas ocasiones celebraciones de plegarias y rogativas. En ellos anotados están los deseos de las gentes de la Vega Baja para que cesaran las lluvias que inundaban sus huertas o los ruegos para que finalizaran algunas terribles sequías que no dejaban germinar las semillas para que dieran fruto, y que por fin llegara la lluvia a sus campos. Deseos a veces diferentes a la desgracia o alegría de los habitantes de Torrevieja, pendientes siempre de que el agua caída del cielo no arruinara la cosecha de la sal, casi único trabajo y sustento de nuestros antepasados, y que una para algunos horrible sequía hiciera que de la laguna se obtuviera una excelente cosecha de sal.
En aquella época, la presencia de eventos meteorológicos, ajenos a lo que se consideraba buen tiempo, estaban penados con una terrible carga supersticiosa. Hoy sabemos que las supersticiones son vanos presagios sobre cosas fortuitas, pero hace siglos, la presencia de lluvia en una boda se tenía como augurio de desgracias para las familias, haciendo a veces llorar a la novia durante el resto de su vida, y no en vano se utilizaban los barcos cuajados en sal como verdaderos amuletos para el hogar, entregándose como regalo de boda, y ofrendándolos como exvotos para que les protegiera de algunas calamidades. Muchas han sido las ocasiones en que los marineros de Torrevieja han acudido al auxilio de los huertanos habitantes de las cercanías del cauce del río Segura.
En la crecida del 21 de mayo de 1884, la altura del río Segura en Murcia fue un metro cuarenta centímetros menor a la que llegó a alcanzar en la riada de Santa Teresa de 1879, diferencia conseguida gracias a las obras que se habían hecho en el canal del Reguerón, absorbiendo el cauce mucha más cantidad de agua, por lo que, en la parte baja de la huerta, después de unirse al Reguerón con el Segura, superó extraordinariamente el agua contenida a la que contuvo en aquella riada.
En la tarde de ese mismo día, hacia las cinco, tuvo una enorme crecida el río Segura a su paso por Orihuela, quedando el nivel de sus aguas a tan sólo 19 centímetros de las vigas del puente, desbordándose por el camino de Beniel. A las pocas horas había aumentado el nivel de las aguas, ocasionando grandes daños en las estaciones del ferrocarril recientemente inauguradas por el presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo unos días antes -el 11 de mayo- quedaron cortadas las vías e interrumpido el tráfico de máquinas.
En la noche aumentó la crecida del río y las aguas inundaron doce calles de Orihuela, a pesar de los esfuerzos de las brigadas de jornaleros que con portillas y otras defensas pretendieron contener el desbordamiento, terminando Orihuela inundada hasta en los barrios más altos, estando el 24 de mayo apenas comunicada con Murcia, a pesar de la proximidad.
Las obras del ferrocarril de Murcia a Alicante por Orihuela y Torrevieja sufrieron la desaparición de parte de la línea, puentes, así como diversas instalaciones. Las aguas destruyeron muchos kilómetros del ferrocarril de Albatera a Torrevieja, y los correos no podían circular. Hubo actos de verdadero heroísmo en la huerta de Orihuela, especialmente por los miembros de la Guardia Civil y marineros de Torrevieja que acudieron con sus embarcaciones.
El fértil campo de Dolores se halló convertido en un inmenso mar de vertiginosa corriente, donde sobrenadaban en confuso tropel los haces de cebada y lino, con árboles arrancados de raíz, maderos, ramajes y otros efectos. Dentro de la población había más de metro y medio de agua, es decir, casi el doble que en 1879, teniendo que cruzar las calles con barcas, y obligando a los infelices habitantes de las chozas y casitas de un piso a guarnecerse en la casa grande de la señora condesa viuda de Vía-Manuel, a la que hubo que poner a salvo en la media noche del 24 de mayo.
Las pérdidas fueron incalculables, pues se hallaban sobre la tierra todos los frutos de primavera y de verano que ya habían sido mermados por un huracán asolador, a cuyo empuje se rindieron muchos corpulentos árboles.
Eran tristes por demás a las altas horas de una lóbrega noche, mezclados con el rumor de agua en movimiento, las voces de los inundados y el toque de socorro de los vecinos. En los pueblos circunvecinos, próximos al río Segura se hallaron en este o peor caso. Esperemos que estas catástrofes tarden mucho en volver a ocurrir.
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