POR MIGUEL ÁNGEL FUENTE CALLEJA, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE NOREÑA (ASTURIAS).
En recuerdo de Don Miguel Moreno y Moreno, cronista que fue de Soria, Maestro y amigo, de quien aprendí tantas y tantas cosas.
Fueron muy apreciados desde la Edad Media y pienso que aún lo son en nuestros días cuando los vemos en los mostradores de muchas tascas y mesones castellanos y en el menú matancero del Virrey Palafox en Burgo de Osma, donde figura como uno de los entrantes más solicitados, lo que ocurre, que no es lo mismo comerlo de pascuas a ramos –cuando nos apetece- a que nos sirva de manutención un día sí y otro también, tal y como sucedió durante siglos en la España rural. Era el único alimento que llegaba a las casas de pocos posibles y en muchas ocasiones único manjar del campesinado, y ¡ojo! que no faltase en la despensa familiar, donde solamente se permitía hacer matanza desde San Martín a Navidad en las casas ricas, teniendo los demás que criar un cerdo entre varios vecinos y repartirlo, estirando mucho la parte que les correspondiese, salarla y esperar a que pasase pronto el crudo invierno, donde antes de comenzar las tareas del campo, se pasaban por la sartén unos torreznos, que muchas veces, era el sustento alimenticio las veinticuatro horas del día, así que no solamente era el almuerzo, sino también completaba otras comidas vespertinas, que bien los alababa Lope de Vega en la comedia San Nicolás que decía: ”quien con un torrezno asado se desayuna, o con migas, al doctor le dan cien higas” y Guzmán de Alfarache también dejó constancia de que los torreznos fritos, malos eran de olvidar, refiriéndose a los que ofrecían por la Puerta del Sol madrileña.
Dénme a las mañanas
Es la parte más grasienta del cerdo, el panículo adiposo del mismo, entreverado y cortado en trozos, y también el que rodea al jamón, frito en aceite bien caliente, rustido, sabroso y con la piel esponjosa y testimonio incluso de viejos cristianos, conversos ellos…
El tocino se cita en numerosas ocasiones en libros de recetas antiguos, algunos lo generalizan como carne de cerdo conservada en salazón, otras veces lo citan como pernil de tocino o jamón de tocino, como cuentan los cronistas de Carlos I que todos aseguran era un gran aficionado a comer lonjas de pernil de tocino de Algarrobillas, lo cual, tratándose de quien se trataba, no nos extraña nada dada su afición a la vida culinaria. Lo que no hay duda es del valor nutritivo del torrezno y que era considerado indigesto por las clases más pudientes, que los médicos de aquel tiempo lo recomendaban para gentes de trabajos corporalmente duros y las personas de poca actividad física, sanas y “folgadas”, no debían usar mucho de ello, según el maestro Chirino, al igual que en El Practicón de Ángel Muro, que no lo recomendaba para las personas de estómagos delicados y que trabajasen poco.
Tenemos asimismo referencias sobre el tocino frito en El Quijote, sirviendo de discusión entre estudiosos del hombre de La Mancha, acerca de lo que son los duelos y quebrantos tantas veces citados, aunque la mayoría se refieren a huevos con torreznos, tal y como consideró Calderón de la Barca:
Otros los refieren a la parte de las extremidades de animales accidentados y que los criados entregaban a los propietarios de la hacienda a finales de semana, estando permitido por la iglesia el poder comerlo los sábados de la larga Cuaresma, incluso un cura castellano los autorizó todos los días de ayuno para evitar dar tantas órdenes referidas a la vigilia.
Larga vida a los torreznos cuyo precio superará al del jamón, suponiendo no lo haya superado ya.
FUENTE: EL CRONISTA