POR JOSE ANTONIO FILTER, CRONISTA OFICIAL DE CAÑADA ROSAL (SEVILLA)
Un nuevo libro del historiador y Cronista oficial de Cañada Rosal (Sevilla) José Antonio Fílter profundiza en el legado de los colonos con los que Carlos III quiso ensayar un nuevo modelo social y agrario.
En estos años en los que se están popularizando pasajes de la Historia de Sevilla con la ayuda de la épica que los rodeó -pasó con la embajada Keicho, origen de los Japones de Coria; o con la ciudad que fue Puerto de Indias de La Peste– hay otro episodio con dosis de aventura como para lograr uno de esos hitos divulgativos. Se trata de uno de los sueños ilustrados de Carlos III para repoblar con colonos centroeuropeos, hastiados de guerras y a los que se captó con propaganda sobre la «feraz y feliz España», amplias extensiones de terreno baldío, llenas de bandoleros, en el camino de Despeñaperros a Cádiz, aunque no se pasó de Sevilla. Se quiso importar una sociedad más avanzada y ensayar para extenderlo otro modelo agrario, sin los privilegios de la Mesta y los señoríos.
Pablo de Olavide fue el superintendente de las conocidas como Nuevas Poblaciones, a las que se trasladaron familias completas y son el origen de ocho ayuntamientos, en su mayoría de Jaén y Córdoba y los sevillanos de Cañada Rosal y La Luisana-El Campillo, que tienen ahora 3.300 y 4.500 habitantes, respectivamente, aunque el episodio es menos conocido en esta provincia. Incluso en estos núcleos, hasta la llegada de la Democracia, la mayoría de los vecinos sólo sabían vagamente de su origen. No había documentación en los pueblos, ni un relato local escrito, porque todo se perdió en las guerras que vinieron después.
EL 28% DE LOS VECINOS DE CAÑADA Y EL 10% DE LOS DE LA LUISIANA LLEVAN APELLIDOS DE LOS COLONOS
Las poblaciones sevillanas son las últimas que Olavide logró fundar en 1768, encrespando a la oligarquía ecijana, ciudad a la que se despojó de terrenos improductivos para repartirlos en «suertes» y que mantuvo una guerra no declarada con estos pobladores. Hoy se conservan, además de un puñado de costumbres, como los Huevos Pintados que se pasean en cestos de croché cada Domingo de Resurrección, un urbanismo peculiar y rasgos característicos: abundan los vecinos pelirrojos, pieles pálidas y ojos azules. Hay además hasta 13 apellidos que llegaron del entorno de Rin y que se conservan: Ancio, Bacter, Delis -que lleva uno de los alcaldes de Cañada, Antonio Delis-, Festor, Duvisón, Fílter, Hans -que porta el actual regidor, Rodrigo Rodríguez Hans-, Hebles, Pigner, Ruger, Uber, Vidriel y Chambra. Con distinta ortografía, según eran inscritos, los llevan más del 28% de los vecinos de Cañada Rosal y casi el 10% de los de La Luisiana, según una relación en la que se profundiza en Inmigrantes centroeuropeos en la Andalucía del siglo XVIII, el último libro que, después de 30 años de investigación, ha publicado José Antonio Fílter, historiador, maestro recién jubilado de los Padres Blancos y descendiente de uno de esos pobladores. Fílter ha logrado remontarse en algunos casos a las ciudades europeas de procedencia. Otros apellidos se han perdido, como Sigler, Sudier, Bolep, Nicol, Ruperti, Levi, Angenot, Roso, Sabe, Blondotm Briel, Odille, Enri, Perfer, Laugerin, Riper, Laberman, Simper, Charmue Mers, Frey o Cret.
El nuevo volumen ha sido editado por los ayuntamientos y la Diputación coincidiendo con el 250 aniversario de la publicación del Fuero de las Nuevas Poblaciones (1767), el documento que rigió los asentamientos hasta 1835, y que, además de dar privilegios a los colonos (56 fanegas de tierra que no podían acumular ni dividir, ganado, semillas, aperos, una asignación…), implantó la enseñanza elemental obligatoria para niños y niñas por primera vez en España y consideró a la mujer «apta y útil» para el trabajo y como propietaria y heredera. Aunque también se topó con importantes resistencias.
Fílter coincide en que el viaje y la adaptación de esos colonos están cargados de épica, anhelos y tragedia que han novelado algunos autores locales y el alemán Rudolf A. Kaltofen en Por 300 reales. Fue «el más ambicioso plan reformista de la ilustración en España» y una colonización en sentido moderno, con un objetivo de política económica; el proyecto de «inmigración civil más importante de la historia del país», por el territorio abarcado y la población que intervino. Para Fílter es además, el primer intento «europeísta», con seis nacionalidades distintas conviviendo con sus lenguas y tradiciones. Se les exigía que fueran cristianos, aunque muchos se bautizaron en el camino o al llegar. Vinieron con sus propios sacerdotes.
LAS COLONIAS SEVILLANAS FUERON LAS ÚLTIMAS EN FUNDARSE Y DONDE SE DIO MÁS MESCOLANZA
Se movilizó a más de 6.000 colonos suizos, alemanes, holandeses y del norte de Francia e Italia a los que se captó con una campaña publicitaria del bávaro Juan Gaspar de Thürriegel, que recibía 326 reales por colono, de ahí el título de Kaltofen. Repasar los textos que se vociferaron o se repartieron en pasquines por mercados y ventas de ciudades europeas es sorprendente: se habla en ellos del «tesoro» del monarca español y del país al que se les invitaba a mudarse como el «puerto de la felicidad», en «una región tan bendecida del cielo que ni el calor ni el frío muestran en ella nunca sus filos».
A Cañada Rosal llegaron sobre todo alemanes y a La Luisiana, franceses del norte pricipalmente, que pronto comprobaron que España sí tenía «filos». Muchos murieron cuando, tras largas rutas a pie o en barco, no se adaptaron al tórrido verano de la Campiña, en el que se disparaban las muertes. Hasta 77 se registraron en septiembre de 1769, que coincidió con una epidemia de tercianas (paludismo) que mermó las colonias sevillanas. Sufrieron además el acoso de bandas que robaban o incendiaban sus barracas, instigadas desde el Cabildo de Écija, contrario a la colonización para la que se le despojó del 65% de sus terrenos baldíos: 10.066 fanegas para la fundación de La Luisiana, El Campillo, Los Motillos y Cañada y 5.804 para Fuente Palmera y La Carlota. También mermó el término de la ciudad de Córdoba, pero allí la colonización se vio como oportunidad. El rey Carlos III emitió un decreto y fijó penas de muerte para frenar los ataques. El director de la población de La Luisiana, en una carta a la que se hace referencia en Inmigrantes centroeuropeos en la Andalucía del siglo XVIII, habla de que muchos colonos -a los que no se permitía desertar- empezaron a «caer enfermos de melancolía, además de general inacción y desaliento».
Fílter explica que, tal vez por el hecho de que las poblaciones sevillanas fueran las últimas en fundarse, cogieron menos dinero del consignado para el proyecto. Apenas arrancando, las muertes de colonos hicieron que se aceptara a más españoles, para los que pasar de braceros a propietarios era un mundo. Se dio más mescolanza. Y como el resto de proyectos, se vieron afectadas por la corrupción de los responsables de administrarlas y los problemas de Olavide al ser denunciado ante la Inquisición. Éste llegó a decir que «de todas las poblaciones que se han creado, ninguna es tan oportuna ni será tan feliz (si Écija se contiene) como esta de La Luisiana. La tierra es excelente y no la tiene mejor Andalucía. Su extensión es inmensa en una campiña fértil y llana como un pliego de papel, rodeada por un extremo con el gran camino del Arrecife y por otro con el Guadalquivir».
En cuanto al legado de ese origen en Cañada Rosal y La Luisiana, el investigador subraya que se mantiene una estructura urbanística, de calles rectas y plazas bien definidas, con edificios singulares como la iglesia, el pósito y la casa de postas. Aunque hayan pasado casi dos siglos desde la derogación del Fuero, siguen abundando sobre todo los pequeños propietarios de tierra. Fílter está convencido de que ese origen también tiene que ver con el carácter «emprendedor» de sus vecinos, con un importante número de autónomos, y cita la cooperativa Coenca de Cañada, «modelo en Andalucía» con más de 200 socios dedicados a la fabricación de envases de madera para frutas y hortalizas. Además, se refiere a un carácter más sobrio o reservado y a la tradición de Huevos Pintados en Cañada Rosal.
Hasta que el Ayuntamiento le dio realce hace 30 años, ésta era una costumbre hogareña: se cocían huevos, se pintaban con técnicas rudimentarias y se colocaban en una bolsa de croché. Abuelas, madres o tías los regalaban a nietos, hijos o vecinos, que los paseaban, deseando que llegara el mediodía para comerlos, sobre todo cuando un huevo no era tan habitual en el menú infantil. Lo que sí se perdió -la investigación local llegó tarde- fue el vestigio en forma de relato familiar que pasa de padres a hijos. Fílter asegura que cuando aún era niño, sí oyó comentar a algunos abuelos que los abuelos de éstos usaban una lengua extraña. Eran los años de otro ciclo de la Historia, cuando descendientes de los colonos volvían al centro de Europa buscando una vida mejor.
Un día 1 de abril el dia de los Huevos Pintados , el Baile del loco y el pavo con fideos