POR JOSÉ ANTONIO CALVO GÓMEZ, CRONISTA OFICIAL DE BURGOHONDO (ÁVILA).
La descomposición de la sociedad agropecuaria tradicional en el Alto Alberche, alrededor de los años setenta del siglo pasado, acabó, como irremediable consecuencia directa, con una pequeña industria que dependía directamente de ella. La fragua de tío Marino, entre la carretera de Casavieja y el camino de las Razuelas, que todavía, de vez en cuando, enciende su hijo Pedro, poco más que para matar el tiempo, es el último testigo de una actividad que tuvo, al menos, otras dos factorías en Burgohondo.
Desde principios del siglo XX, además de la fragua de tío Marino, que construyó su padre, Francisco Pato, funcionaron más o menos sucesivamente el horno de Félix el Herrero, en el mismo camino de las Razuelas, nada más pasar la Puente Abajo, todavía en pie, al menos en sus muros y tejados; y, antes, el de Marcos Pato, en el camino que, con el tiempo se llamó, precisamente, calle de la Fragua, en el barrio de San Roque.
1. La fragua de Félix, el Herrero
La fragua de Félix Calvo, el Herrero permanece relativamente bien consolidada, aunque el antiguo tejado tiene algunas dificultades estructurales que habría que resolver. La fábrica de los muros perimetrales, de sólidos sillarejos de granito berroqueño, procedente de estas estribaciones rocosas de la Sierra de Gredos, no parece que acuse el paso del tiempo y, cuando dejó de funcionar, en los años sesenta, sostuvo, sin problema, el sobrado de un pajar.
Hace algunos años, con acierto, las autoridades municipales rehabilitaron el viejo potro, testigo privilegiado de esta actividad agropecuaria.
Al parecer, Félix Calvo y su hermano Eustaquio llegaron a un acuerdo. La fragua sería para Félix y el potro para Eustaquio.
Cuando los oficiales de la forja dejaron de encender el fuego para elaborar las herraduras, el potro perdió su función y se quedó ahí, enhiesto, como el silente guardián de la Puente Abajo, al otro lado de la garganta que viene de Navalacruz.
2. La fragua de Marcos Pato
Años atrás, funcionó también la fragua de Marcos Pato, hijo de Adolfo y María Encarnación Muñoz, nacido en Navatalgordo, que sufrió un desdichado accidente de caza el 3 de agosto de 1944, con apenas cincuenta y tres años de edad. Su mujer, Nicanora Villarejo Calvo, al morir su marido, no quiso continuar con esta labor.
La vieja fragua, hoy en peligro de derrumbe, se convirtió, con el tiempo en el salón de baile La Esperanza y luego residencia de Sagrario y Rafa, nietos de Marcos y Nicanora. Bajo la antigua fragua, con salida por la carretera de Navaluenga, todavía vive Dori, hermana de Antonio, Ángel y Alicia, en un inmueble muy rehabilitado que ya casi no dice nada de su antigua ocupación industrial.
Al otro lado del inmueble, hacia septentrión, en el salón de baile, la antigua chimenea de la cocina se acaba de caer. Si las autoridades regionales quisieran invertir en los edificios históricos de esta villa, no cabe duda de que este sería uno de los primeros trabajos que deberían acometer.
3. La fragua de Marino Pato
La tercera fragua, todavía en uso, la construyó Francisco Pato, que nació también en Navatalgordo, en 1880. Francisco era hijo de Ángel y Escolástica González; y se casó con Estanisla García, con quien tuvo cinco hijos: Escolástica, como su madre, Virgilio, Marino, Domingo y Félix. A los pocos años, el matrimonio Pato González tomó la decisión de marchar a Francia por la imperiosa necesidad de mejorar su patrimonio.
La economía del Alto Alberche, casi siempre de subsistencia, amenazó permanentemente a sus hijos sin darles de comer. Resulta muy difícil encontrar una familia en la que, antes o después, alguno de sus miembros no haya tenido que partir hacia destinos más prósperos en el País Vasco, Cataluña o Madrid, cuando no en Francia o Alemania. No es extraño, sobre todo en los pueblos de arriba, como Navaquesera o Navatalgordo, también en Burgohondo, escuchar, cada verano, a muchos jovencitos franceses y alemanes que, después de tres generaciones, regresan al pueblo de sus abuelos con serias dificultades para pronunciar el castellano.
Después de algunos años de trabajo al otro lado de los Pirineos, en 1936, Francisco y Estanisla regresaron a España con sus hijos y se instalaron en Burgohondo. Marino, nacido el 26 de diciembre de 1917, acababa de cumplir los dieciocho. Recuerdo que más de una vez me dijo que siempre tuvo mucho interés en no olvidar el francés que había aprendido de niño. Era fácil encontrarle hablando con los nietos de tantos emigrantes que, en un interés permanente por no perder sus raíces, pasaban, cada verano, largas temporadas en el valle.
Lo cierto es que Francisco y Estanisla habían conseguido reunir algunos ahorros y, con ellos, decidieron emprender esta nueva actividad. Poco antes de estallar la Guerra Civil, en julio de 1936, Francisco, con la ayuda imprescindible de sus hijos, logró poner en marcha una nueva fragua que, a su muerte, ocurrida el 23 de julio de 1951, cuando contaba setentaiún años, heredó el tercero de ellos, Marino, que tenía entonces treinta y tres.
Con el tiempo, Marino se casó con María Jiménez Martín, nacida el 5 de agosto de 1920, tres años más joven que él, que vivió hasta el 23 de agosto de 2008.
Le recuerdo bien, con su boina negra bien calada que, creo, solo se quitaba para entrar en la iglesia. Ya bien mayor venía muchas veces a casa a revisar, diligente, los contadores del agua. Marino murió en Burgohondo el 5 de noviembre de 2010 y dejó la fragua a sus hijos, José y Pedro, que todavía, de vez en cuando, encienden el fuego para moldear algunos hierros.
4. La protección del patrimonio
Lo cierto es que la desaparición de las yuntas de bueyes, la mecanización del campo que, a duras penas, ha logrado mantenerse en producción, y la reconversión de la sociedad contemporánea han terminado con las fraguas tradicionales de Burgohondo.
No cabe duda de que los viejos edificios de las antiguas fraguas deberían contar con una protección especial. Seguramente nuestras autoridades municipales son conscientes de la necesidad de proteger el patrimonio más emblemático, como la abadía de Santa María, Puente Arco o la ermita de los Judíos.
Desde estas líneas, lanzamos un llamamiento particular para que se afronte, con el mismo interés, la rehabilitación de todo el patrimonio industrial tradicional del Alto Alberche. Hoy nos hemos fijado en las fraguas. Pero hay mucho más. En las Umbrías, la mayoría de los barrios contó con un potro para herrar las yuntas y los burros de labor. Muchos se conservan en perfecto estado, como el de Bajondillo o el de Horno Robledo de Arriba. Otros, lamentablemente, han desaparecido. Trataremos de rescatarlos de las manos de Cronos, el dios del tiempo, que hoy también, de nuevo, se quiere comer a sus hijos, aunque sean de piedra.