POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA- CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Ulea vivió en 1967 una histórica jornada cargada de fervor religioso. A las ocho de la tarde, en la plaza y a la vista de sus paisanos, tres hijos del pueblo recibieron órdenes religiosas.
Los investidos fueron Aurelio Carrillo Hita, presbítero, Damián Abellán Cascales, diácono y José Carrillo Herrera, subdiácono. El primero y el último cursan estudios eclesiásticos en el Instituto Español de Misiones Extranjeras. El diácono estudia en el seminario San Fulgencio, de Murcia.
El periódico “La Verdad de Murcia” de ese día 23 de julio de 1967 prosigue su relato diciendo:
Los nuevos investidos recibieron las órdenes de manos de Monseñor Lecuona, obispo de Vagada y director del I.E.M.E., que llegó anoche al pueblo, con este exclusivo fin. Al acto asistieron numerosos seminaristas y compañeros de los futuros misioneros, venidos de toda España. Asimismo asistió quien fue párroco de la locaidad, durante la década de 1930 a 1940 y, actualmente, en la parroquia de San Bartolomé, de Murcia, Jesús García.
Con motivo del solemne acto el pueblo presentaba el aspecto del mejor día de fiesta: gentes con sus mejores atuendos, banderas y colgaduras en los balcones, etc.
Casi una hora antes del comienzo, la gente se empezó a agolpar, tratando de coger un sitio en la plaza mayor, frente a la iglesia parroquial y el Ayuntamiento. El altar estaba presidido por un Cristo crucificado, de dimensiones naturales, y a su derecha una imagen de Santa Teresa de Jesús, patrona de las misiones.
Llegado el momento de las celebraciones, Monseñor Lecuona, acompañado de los futuros ordenados y demás sacerdotes acompañantes, descendió en procesión, por las escalinatas de la Iglesia, hasta la plaza; una vez revestidos, en la sacristía.
Los lugares de honor, próximos al altar, estaban ocupados por las autoridades locales, con el Ayuntamiento al frente, y los familiares de quienes iban a recibir las Órdenes Sagradas.
Con la plaza del municipio, completamente, llena de público, comenzó la Santa Misa. Los nuevos ordenados fueron llamados por Monseñor Lecuona y, postrados en tierra se inició el rezo de “La letanía de los Santos”, que fue respondida por todos los fieles. Este fue uno de los momentos más emotivos de la ceremonia. Entre advocación y advocación solo se oía el rumor de cientos de abanicos agitándose sin cesar. Cuando terminó dio comienzo la ordenación propiamente dicha.
El primer ordenado fue José Carrillo Herrera, que después de ser revestido con el ámito y la miceta, recibió, de manos de Monseñor Lecuona, el cáliz, la patena y las epístolas; símbolos del subdiaconado. Acto seguido el nuevo subdiácono leyó la epístola de la misa.
A continuación fue llamado Damián Abellán Cascales que, tras oír las exhortaciones del Obispo, fue revestido con la estola y la dalmática y recibió los santos evangelios. Tras la imposición de manos del prelado, quedó ordenado Diácono
Finalmente, hincado de rodillas ante el altar, fue ordenado Presbítero Aurelio Carrillo Hita. Este fue el momento culminante del acto. Tras recordar, al pueblo, la obligación de manifestarse, en el caso de que existiera algún impedimento grave, el Obispo de Vagada procedió, según el ritual, a ordenar al nuevo sacerdote de Dios.
Después de la imposición de manos, de todos los sacerdotes concelebrantes y del propio Obispo, Aurelio fue revestido con los ornamentos sacerdotales.
Inmediatamente, el nuevo sacerdote, auxiliado por el prelado y acompañado por los demás concelebrantes, ofició su primera misa. Actuaron de padrinos los hermanos del misacantano, Blas y Caridad.
En una posterior entrevista realizada a Monseñor Lecuona, por el corresponsal de La Verdad, afirmó que había llegado al pueblo una media hora antes de la misa concelebrada, en la que iban a ser ordenados tres hijos del mismo pueblo.
A pesar del intenso calor reinante, las calles de este “pueblecito” murciano estaban a rebosar de personas: sacerdotes, rudos hombres del campo, jóvenes prestos y bien ataviados… Todos llevaban un punto de destino común: la plaza del pueblo. Era conmovedora la estampa de aquella anciana paralítica que, incapaz de caminar por sus propios medios, se apoyaba en los hombros de sus dos nietas; o aquella otra que a pesar de llevar varios años, sin poder moverse, en el lecho del dolor, convence a sus familiares para que, en una hamaca, la lleven junto al improvisado Altar, levantado en la plaza.
Un poco de rondón nos metimos en la casa que, desde anoche, alberga a Monseñor Lecuona, director del I.E.M.E, centro en el que se han formado dos de los que serían ordenados. A pesar del poco tiempo que faltaba para la ceremonia nos atiende con amabilidad, permitiendo que el fotógrafo realice su trabajo.
Al preguntarle cual era el objeto de su visita, responde: “Única y exclusivamente la ordenación de hoy”. Es una de las etapas de mi viaje por toda España, ordenando alumnos del I.E.M.E. Con anterioridad he visitado Gerona, Navarra, Galicia, León, Ciudad Real y Segovia. Mañana continuaré hacia Cuenca
¿Cuál es la misión concreta del Instituto? La formación de misioneros que llevarán la buena nueva a tres partes del mundo.
¿En qué se diferencia el Instituto de un Seminario corriente?
Los estudios son exactamente los mismos. Tan solo varían en la enseñanza del inglés y las costumbres de la tierra de misión.
¿Cuántas vocaciones se registran anualmente? Unos quince misioneros. Este año ha sido crítico; y ha descendido un poco. Tal vez sea debido al enorme giro que está tomando la Iglesia post—conciliar. Hay muchas personas que se debaten en la duda, y no ven clara la llamada de Dios ¿Seglar? ¿Sacerdote? Cuando se asiente, un poco, el inevitable polvo que ha levantado el Concilio Vaticano II, estoy seguro que el fruto será más espléndido y, el número de seminaristas, aumentará notablemente. Fíjese estamos en un pueblo con 1100 habitantes, y se ordenan tres en un solo día.
¿Ha afectado el reciente Concilio al espíritu misional de la Iglesia? En cierto modo, sí. Ya no es la conversión el fin primordial del misionero. Ahora el verdadero enemigo es la indiferencia. Una posterior labor, realizada de un modo paulatino, llevará, al catequizado, elementos de juicio para que pueda escoger, libremente, la única verdad.
¿Qué aporta Murcia a las misiones? Mucho. Tenemos varios misioneros trabajando en distintas partes del mundo, predicando el Evangelio, además de media docena de seminaristas, que tenemos en Burgos, en plena formación.
Una última pregunta ¿Qué le ha parecido Murcia? La parte de la costa no tiene rival, en riqueza y belleza. Tan solo hay que ponerle un “pero”: este sol de justicia ¡Y que lo diga Ilustrísima!
En la casa parroquial en donde tuvo lugar la entrevista; rodeado de Aurelio y Pepe—Damián departía con un grupo aparte, se derrochaba alegría, por el feliz acontecimiento. Monseñor Lecuona sonreía, al contemplar a los ordenados Aurelio, Damián y Pepe: ellos serán la savia nueva que llevarán “la buena nueva” a los confines del mundo.
Monseñor Lecuona, con una ligera sonrisa, dice: esta tierra es maravillosa, pero este sol es de justicia… Y que lo diga.