POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ).
Mientras la memoria me dure, felizmente escribiré memoria. Allí, en el medio de la plazuela, tres quioscos desafiaban la dureza de los días y sus quehaceres. Prensa, novelas, cuentos, chucherías, pipas, garbanzos tostados, chicles, y hasta ‘bisontes sueltos’ que debían ser atados ante el susto que producían los mixtos que estallaban sin piedad. Vázquez en el medio, y en los costeros María de la O y Candidito. Aquella trilogía fue gloria bendita, pura estética, arte y temple de cómo había, debía y tenía que pararse el tiempo.
El quiosco me trae el olor a las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín, Hazañas Bélicas, El Jabato con Taurus, Claudia y Fideo de Mileto, Pulgarcito, Mortadelo y Filemón, y Josechu, un fortachón vasco que salía en las páginas del TBO. Aunque ninguno de ellos igualó al entusiasmo que me producía las aventuras de El Capitán Trueno, junto a Crispín, Goliat y Sigrid, su novia y Reina de Thule, quienes en sus aventuras luchaban por el débil, defendiendo la justicia y liberando a los oprimidos que ahora bullen y borbotean en el puchero de mis nostalgias.
(Quiosco de prensa de Fernando Vázquez en la hoy plaza de la Constitución. Al fondo el rótulo del almacén “piensos compuestos” de Santiago Cabezas, en el que, en algunos años, en la feria, se instalaba la caseta benéfica “El Túnel”). (Foto VISAM).