POR EDUARDO JUAREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO DE LA GRANJA (SEGOVIA)
Que nada prevalece y todo termina por olvidarse, redunda en una máxima eterna en esta España que con tanta frecuencia maltratamos. Nada nos cuesta destruir nuestra memoria y entregar la explicación del presente a la voraz inventiva de los que nada quieren saber del pasado y solo alumbran fantasías sustentadas en las mentiras más sonrojantes.
Baldío acaba por resultar el esfuerzo inane de quienes decidieron durante toda su vida tratar de mantener la conexión entre el engañoso presente y el pasado real que los archivos y bibliotecas patrios custodian, que el patrimonio relata. A la espera de que alguno decida poner un pie en esos templos de la verdad histórica, los viejos Maestros no han dejado de esforzarse durante decenios en propagar en balde el maravilloso veneno que el saber implica. Hoja tras folio, pergamino tras diploma, el ayer nos grita su sordo saber sin que encuentre respuesta en las mentes corroídas por el presentismo más falaz.
Y no piensen, queridos lectores, que es una tarea baladí esta de abrir las mentes a la lectura del pasado para provocar la reflexión sobre el presente. Aún así, de vez en cuando, algunos lo van consiguiendo y, paso a recuerdo, acaso a remembranza, los destellos del pasado acaban por iluminar de modo tenue la imagen de lo que fue y nos precedió, dando sentido a lo poco que de ello tiene nuestro vivir.
En esos pensamientos se encontraba un servidor el otro día cuando uno de esos destellos me asaltó camino de la fresneda que atesora el Soto de Revenga, en la senda de la Puerta de Castellanos que daba paso al predio de los montes del Palacio Real de Riofrío. Justo al coronar el altozano del Robledo asomó una miaja el sol por la cresta de Matabueyes para impactar en el paredón descarnado y fantasmal en que se ha convertido lo que una vez fuera el vestigio más importante de la ermita del Robledo.