POR EDUARDO JUÁREZ VALERO. CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Aún consternado por el fallecimiento en un desgraciado accidente de tráfico de mi querido alumno y añorado amigo Lucio Messi hace unos días, leía en las páginas de varios diarios segovianos, incluido éste centenario foro, su descripción como un joven suizo bien conocido en la población.
Una vez empecé a asimilar la catástrofe que la perdida de la juventud supone, que el adiós al amigo conlleva, una sensación de sorpresa y curiosidad fue haciendo mella en mí. ¿Por qué un joven suizo y no un joven del Real Sitio? La verdad, resulta complicado de entender. Si Lucio llevaba la mayor parte de su vida entre nosotros, ¿por qué no iba a ser uno más del Real Sitio?
Entre charlas y vinos con los amigos fui desgranando mi duda estos días pasados, tratando de comprender qué le hace a uno ser de aquí o de allí; natural de allá o de acullá; visitante, vecino o paisano; natural, que diría mi padre.
Y la pregunta no es baladí. Desde luego que el haber nacido aquí te da muchos puntos, pero, como suele ocurrir, no hay que fiarse de las apariencias. Que conozco a muchos nacidos en el Real Sitio que bien podrían ser de Gibraltar y muchos venidos a este mundo a miles de kilómetros que bien podrían haber sido paridos en la calle José Costa número tres, como el que suscribe.
Breñosa y Castellarnau no tuvieron la suerte de venir al mundo en el Paraíso y gracias a ellos medio mundo conoce de nuestros lares. Isabel de Farnesio, la Infanta Isabel o el rey Felipe de Borbón eran foráneos y aquí descansan. El marqués de Scotti encontró entre el Medio Punto y Canónigos su lugar en el mundo y nadie podría decir de todos ellos que no eran naturales.
Sin duda, a éstos pertenece mi querido amigo y mejor profesor Brian Crilly. Venido a esta tierra en la década de los ochenta, ha vivido con nosotros más de veinticinco años. Su inconfundible bigote y el blanco nuclear de su cabello no tiene parangón en el Real Sitio. Ya sea en la barra del bar, paseando a sus muchos perros por el Paraíso o sentado frente a ti en su aula, nadie diría que aquel tipo no ha nacido entre la Mala Bajada y la plaza de la Cebada. O del Pozo de la Nieve a la calle de Isidro Gordero. O del callejón del Diablo algún que otro día de San Patricio.
Desde luego, para mis hijos y otros tantos cientos de niños Brian lleva aquí toda la vida. Tiene su casa extramuros, su coche matriculado en Segovia y sus hijos escolarizados en Segovia, en el Real Sitio, como cualquier hijo de vecino. Paga sus impuestos como el que más; compra en el supermercado, en la carnicería, en la pollería, en el estanco (aunque nuestro amigo común, Luis, su médico, le regañe por ello), en la tienda de Gustavo. Alterna en los bares como un parroquiano más. Discute conmigo, con Jesús Escudero, Mazaca, Mañas y todos los que solemos juntarnos de tanto en tanto. No vota, como tantos otros, aunque en su caso sea por la absurda legislación española. Tampoco se presenta a los comicios, como la mayoría, aunque los mismos leguleyos hoy sí le autoricen a ello. No tiene DNI porque no le dejan, aunque no estoy seguro de que realmente lo haya deseado alguna vez. Que viste mucho ese pasaporte verde de Éire.
He de reconocer a los puristas que sí, en efecto, su nombre es raro, pero no tanto ya. Hace algunas décadas habría sido extraño llamar a alguien Brian, pero hoy: entre Sheila, Kevin, Jordan, Muhamad, Nicu, Aly, Jon… Tampoco me sirve su acento. Sí, es cierto, habla español un poco raro, pero ni por asomo como algún que otro vecino al que no nombraré, que más bien parece haber aprendido español entre Odessa y Beijing. Y, sin ir más lejos, Felipe V, el primer vecino del Real Sitio, no habló castellano con fluidez en su vida, dejándonos el jardín lleno de topónimos franceses. Que no vean ustedes lo que nos costó castellanizar aquel galimatías, oigan. Sinceramente, no encuentro nada más del Real Sitio que entrar en una de sus muchas tabernas y encontrarme allí a Brian, tomarme un vino en su compañía y hablar con él del mundo, de la profesión, del Real Sitio. Del Paraíso.
Por todo ello, en la muerte de mi querido amigo Lucio, no encuentro mejor modo de describir lo que nos hace ser del Real Sitio que el vacío que dejamos en este paraíso cuando nos vamos. Sin ninguna duda, Lucio era un chaval del Real Sitio, de La Granja. Del mismo modo que lo es Brian. Y su encantadora esposa, Fionnula. Y Guillermo. Y Lucas. Y Federico.Y Jerry. Y Lattifa. Y Alí. Y Lamia. Y Ángel. Y Rafa. Y Elena. Y Danielle. Y Alessandro. ¿Hay algún chico que sea más de La Granja que Santi Crilly, que no ve el momento de abandonar Londres, Dublin, París, Riga, Roma, Madrid, para venir corriendo, volando, al Paraíso? ¿O Helen, que compone música irlandesa con acento del barrio de Chamberí?
En efecto. No cabe duda. Todos ellos son del Real Sitio. Como yo. Como mis hijos. Y como hijos del Real Sitio habremos de recordarlos. De recordarle. Solo espero que, en el futuro, seamos capaces de tenerlo presente y no olvidar que este Paraíso se hizo con gente que no habiendo nacido aquí, aquí dejaron todo. Por todos ellos, por vosotros, va, amigos. Paisanos.
Fuente: hhttp://www.eladelantado.com/