POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
En la vereda que une a los pueblos de Ojós y Ulea, a la altura del paraje de La Colla, tuvo lugar un día en el último tercio del siglo XIX, un ajuste de cuentas entre jornaleros de ambas localidades.
Varios vecinos de la vecina Ojós, que se dedicaban al cuidado de las palmeras, limpieza de pozos ciegos, así como de la acequia y brazales, venían a diario a efectuar dichos trabajos, contratados por la familia de Tomás Abenza, con el fin de realizar dichas tareas en fincas de su propiedad.
Como consecuencia, varios obreros uleanos quedaban sin trabajo y, consideraban que los trabajadores foráneos eran los causantes del problema. Por tal motivo, comenzaron a protestar por las calles del pueblo y, sobre todo, a las puertas del Ayuntamiento, en las puertas de la casa de la familia Abenza y en las cuatro esquinas; lugar en donde se reunían los trabajadores para ser contratados.
Pasó más de un mes con protestas callejeras y, ante el comportamiento permisivo de latifundistas y autoridades y, comprobando que no eran escuchadas sus protestas, decidieron tomar la justicia por su mano y, una noche, al regreso de los trabajadores de Ojós, fueron asaltados en el paraje de La Colla; limítrofe entre Ulea.
La intención era la de asustarles e intimidarles para que no volvieran a trabajar en nuestro pueblo y quitarles los jornales de trabajo que tanto necesitaban para el sustento de sus familias.
Sin embargo, al hacer caso omiso de sus advertencias, a los pocos días, les asaltaron de nuevo a la misma altura del camino y, fueron apaleados y maltratados de palabra. No hubo que lamentar desgracias personales pero si necesitaron asistencia sanitaria ya que resultaron heridos de consideración. Afortunadamente, todos curaron sin secuelas, en unos pocos días.
Se daba la circunstancia de que dichos trabajadores del pueblo vecino, realizaban las mismas tareas que los uleanos, pero, con un salario inferior. Esta situación fue la causa de que los terratenientes uleanos, siguieran prefiriendo a los trabajadores del pueblo vecino; porque habían encontrado un verdadero filón con ellos.
Con el tiempo, se calmaron las tormentas y, ante la mediación del alcalde Felipe Carrillo Garrido y del párroco José María Escribano Tornel, se consiguió la conciliación entre patronos y asalariados, equilibrándose los salarios. A partir de entonces, desde el año 1881, reinó la paz entre los ciudadanos de ambas localidades.
Pero, como siempre existen excepciones, había dos o tres trabajadores que eran especialistas en el cultivo de las palmeras y la comercialización de los dátiles; y fueron considerados como tales.
Estos trabajadores que respondían por los apellidos de Bermejo y España se hicieron novios de chicas de nuestro pueblo, emparentaron y fijando su residencia aqui.
Esta saga venida de Ojós, se perpetuó en Ulea y hoy tenemos descendientes directos de ellos que son familias y vecinos de nuestro pueblo. ¡Final feliz!