POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Hace unos días pude escuchar un programa en la radio, era un reportaje que me llamó la atención y por eso puse especial atención, porque me sorprendió y me trajo a la mente una situación similar. Era una noche, muy tarde, o muy temprano, según como se mire, me había desvelado y me entretuve en escuchar la radio, que a esas horas ofrece más de una sorpresa. Y claro, me desperté física y mentalmente, con lo que fui a mi mesa con papel y boli para recoger esas impresiones que me había ocasionado la escucha y estaban dando vueltas por la cabeza, lo que no propiciaba nada el sueño. Era en un pueblo de Aragón donde unos panaderos artesanos se habían empeñado en recuperar un trigo aragonés con características especiales que daba un pan de gran calidad. El tesón y las ideas claras de unos jóvenes emprendedores han recuperado esta reliquia del grano aragonés, con gran éxito para los panes resultantes, distintos a ese pan industrial tan anodino y falto de alicientes. No me extraña que baje el consumo de este alimento tan principal durante toda la historia. La producción panadera de este pan especial de este trigo especial ha tenido tanto éxito, que en la empresa ya están implicados panaderos y agricultores, una realidad exitosa contagiada por el entusiasmo en las palabras de estos jóvenes panaderos que además de encontrar un futuro económico para sus vidas, han sentido la satisfacción de encontrar recursos y el buen hacer.
Inmediatamente saltó en mí el recuerdo de un caso similar muy nuestro, el “Trigo Candeal de Arévalo”, una variedad de trigo duro muy apreciado en la panificación de toda la vida, hasta que en la modernidad primara la cantidad de producción por encima de otros valores. Un pan famoso, ese pan blanco tradicional y consustancial a la alimentación de estas tierras “de pan llevar” durante los siglos.
Cuando se construyó la nueva harinera, la “Vilafranquina” de Arévalo, nuestra industria moderna de tecnología punta, que consume una producción impensable de estos cereales, como homenaje a esa tradición de los mercados cerealistas arevalenses, se pensó en este valor comarcal y pusieron a una de las variedades de harinas que producen el nombre de “Candeal de Arévalo”, si bien es cierto que su siembra es casi testimonial, por eso de la producción por hectárea, que propicia abandonar esta especie buscando otras variedades de más producción. No se si siguen con esa iniciativa simbólica. Pero sí quiero recordar que en algunas épocas los mercados cerealistas arevalenses llegaron a marcar los precios nacionales del cereal panificable.
Prueba de aquel pasado histórico son la Alhóndiga, el Pósito o las Paneras Reales, instituciones vinculadas a eso de nuestros granos. En el Museo del Cereal de la torre del Alcocer instalado en la antigua cárcel, pero especialmente en el Museo del Trigo y de los Silos del castillo, encontramos muchos testimonios de todo esto. En el torreón del homenaje de nuestra fortaleza, en sus nuevas instalaciones museísticas, que contienen la mayor colección de cereales, encontramos una campana de cristal llena de granos del trigo “Candeal”, dorados como el oro de nuestro agro, y otro recipiente con un ramillete de espigas que están ahí, desafiando el tiempo, durante años, porque cuando se ha remodelado la instalación recientemente, se ha podido comprobar su excelente grado de conservación. Seguro que podríamos recuperar esta joya de nuestros campos, seguro que la ingeniería genética podría convertir esta reliquia en una variedad con toda la calidad en una producción adecuada que fuera rentable para una panificación de calidad.
Me ha dado envidia escuchando esas vivencias aragonesas de aquellos jóvenes emprendedores recuperando trigo y pan del bueno, y me imaginaba aquellas nuevas panaderías haciendo alarde de lo nuestro… después de tomar unas notas para esta columna, me acosté, me dormí plácidamente y seguí soñando con espigas doradas de mi tierra, estoy seguro que no era ninguna pesadilla. Eran sueños de vida…