TRISCORNIA Y LA SOLIDARIDAD CASINA
May 02 2023

POR JUAN MANUEL ESTRADA ALVAREZ, CRONISTA OFICIAL DE CASO (ASTURIAS) 

La historia casina se nutre de mares y montañas, desde las nevadas cumbres  a los cálidos atardeceres del Caribe o el rosario de mínimas aldeas que se  desparramaba por las grandes avenidas de Buenos Aires, un pasado que no  debemos olvidar. 

Cuando la nave tronchaba con su proa las procelosas aguas del Atlántico y  la muerte acechaba a Vicenta Beronda, tan joven y hermosa, en aquel vapor  de legendarios ecos – “Pájaro del Océano”- camino de Sagua, la inmensa  fortuna de su tío y esposo don Juan Beronda ordenó retornar a puerto. Y  allá, en la ría de Vigo, frente al viejo lazareto de San Simón, expiró la frágil  niña de Beloncio; sucedía en 1856 y sería don Leoncio Gutiérrez quien  participase posteriormente en el traslado de los restos de Vicenta al nuevo  panteón de San Juan de Berbío. Del tal Leoncio vendrá su apellido a la  historia de nuestra Lastra, la mansión hoy convertida en hotel que preside  la capital casina. Traemos a colación este episodio pues a piloñeses y casinos  nos unieron antaño demasiados vínculos y nos da pie a hablar de los  lazaretos que, como el de San Simón, eran levantados generalmente en  lugares espectaculares de las costas y venían a ser centros de internamiento  a modo de sanatorios donde se recluía provisionalmente a los viajeros  interoceánicos. Quizá los desastrosamente gestionados CIE actuales  guarden un mínimo parecido, aunque en aquellos lo que primaba era, en  teoría, mantener a la población a salvo de epidemias como la fiebre  amarilla. 

En La Habana las autoridades norteamericanas, que dirigían la antigua  provincia como nueva colonia, fundaron en 1900 el campo de cuarentena  de Triscornia, que funcionó hasta la Revolución de 1959. Desde ese  momento cualquiera que arribase a la isla debía permanecer internado  hasta que un familiar o un contratante le reclamase; por supuesto, los 

adinerados viajeros de primera no debían pasar tal requisito. Se habían  acabado los tiempos en los que los casinos arribaban desde los  trasatlánticos al puerto habanero con sus ixuxús, sus vivas a Casu, sus  quesos y calzados con madreñas. La estación de Triscornia, ubicada junto al  fuerte de San Diego en la bahía, fue en sus inicios lazareto temporal en el  que se prestaban atenciones a los recién llegados, pero al poco se convirtió  en un lugar inmundo, donde el maltrato y la arbitrariedad se cebaba con los  inmigrantes. En cierto modo Triscornia era un remedo de la isla Ellis, puerta  del sueño americano frente a la estatua de la Libertad; cientos de miles de  españoles pasaron por aquellas instalaciones en las que incluso debían  pagar por su estadía y realizar penosostrabajos de mantenimiento. La mano  férrea de los yankis en nada se asemejaba a la impronta dejada por España,  lo que inicialmente tenía el propósito de erradicar las epidemias sirvió  pronto para la fiscalización de movimientos; la idea de que los  norteamericanos pretendían sustituir a la mano de obra europea por los  negros recién salidos de la esclavitud tomaba consistencia. 

Sin embargo, por lo que respecta a nuestros emigrantes no tenemos  constancia de largos periodos de internamiento en Triscornia. La causa: la  admirable fraternidad en los difíciles comienzos de quienes querían  emprender una vida mejor lejos del empobrecido terruño, todo un ejemplo  en el que mirarse hoy día. En junio de 1908 bajo el lema NINGUN CASÍN  PASARÁ HAMBRE EN CUBA se fundó la Sociedad Casina de La Habana.  Deberíamos releer una y mil veces las palabras pronunciadas por su  presidente Fernando Lobeto en acto de homenaje a don Saturno Miguel allá  por 1913: “la Sociedad Casina tiene el deber de ir a los buques a recoger a  todos los casinos que vienen a esta república, garantizando su salida de la  dolorosa Triscornia, recogiéndolos, buscándoles ocupación y sufragando los  gastos de su vida ínterin no encuentren trabajo (…). Pensad que de Campo  de Caso no deben salir esclavos sino hombres”. Si esta breve columna  pudiera albergar el discurso completo de Fernando Lobeto en los jardines  del alto Palatino, comprenderíamos la enorme solidaridad y los gigantescos corazones de nuestros antepasados, de los que volvieron ricos con sus  haigas y leontinas de oro y de los que allá quedaron, añorando el borrín y la  mayada.  

FUENTE: https://www.lne.es/cuencas/opinion/2023/04/27/triscornia-solidaridad casina-86531133.html

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