POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
“Grande eres, Señor, y muy digno de alabanza; grande tu poder, y tu sabiduría no tiene medida ¿Y pretende alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación, y precisamente el hombre, que, revestido de su mortalidad, lleva consigo el testimonio de su pecado y el testimonio de que resistes a los soberbios? Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le excitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones, San Agustín).
Roma tuvo siempre verdadero espanto a la crucifixión, la muerte que reservó para Jesús de Nazaret. Marco Tulio Cicerón, en su discurso contra Verres, llama a la cruz “el más cruel y tétrico de los suplicios”. A su juicio, “que un ciudadano romano sea atado, es un abuso; que sea golpeado, es un delito; que sea matado, es casi un parricidio; ¿qué diré, pues, si es suspendido en una cruz? ¡A cosa tan nefasta no se puede dar en modo alguno un apelativo suficientemente adecuado!”.
En su obra “El enigma de Poncio Pilatos”, Tomás Martín Tamayo, escritor y amigo, escribe, “Entre empujones, caídas y levantamientos, desde la Torre Julia llegó vivo a la cima del monte Gólgota y allí fue clavado a los maderos, sin apenas quejarse. El nazareno murió en la cruz, pero la muerte ya la llevaba encima antes de ser crucificado, lo que de alguna forma alivió la lenta agonía que deparaba la crucifixión”.
Cristo agoniza en la cruz. Los pies clavados, el rostro ensangrentado, la mirada compasiva y penetrante. El pecado de todos frente a la inocencia y misericordia divina. La ciudad de Trujillo levanta la cruz del Cristo del Perdón. Antes de la salida interiorizo esta exigencia: “Líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. En Él está nuestra salvación, vida y resurrección. Él nos ha salvado y libertado” (Ga. 6,14). Cimbrea la memoria bajo un escalofrío de siglos revividos. El silencio se muestra sin pudor. Es tiempo sagrado. Habita la contemplación. El ajuar está concebido por la austeridad, como si todo fuese roca desnuda e intacta de Monte Calvario. “Aprended a estaros vacíos de todas las cosas, y veréis como yo soy Dios” (San Juan de la Cruz).
¿Cabe mayor y alta exigencia? Desde los adentros, por los laberintos de la memoria, a trazo de gubia, rezo su humanísimo Credo. Aquí está el encuentro de Dios con el hombre, entre la cruz y la muerte que le aguardaba desde que se cerraron las puertas del paraíso, que me lleva a proclamar sin titubeos: “Nosotros predicamos a un Mesías crucificado, escándalo para unos y locura para otros” (I Cor. 1, 23-25).
Se hermanan los hombros de los costaleros. “Portones alzad los dinteles va a entrar el rey de la gloria”. Hay lágrimas en las esquinas. El tiempo se sucede. La esencia del ser está en el existir. Dios es la luz de ese ser. Hombros bien dispuestos, valiente el gesto que recuerdan otros tiempos, en el que cargaban con el fenecido cuerpo del cofrade-hermano, en caritativa labor hasta conducirlo a la sepultura, no olvidando con ello la piadosa intención originaria de enterrar honradamente a los hermanos, disponiendo así los capítulos que miran a la vida.
Oh, Cristo del Perdón. Eres refugio en el perseguido, pan en el hambriento, agua en el sediento, en el desnudo vestido, bálsamo en la herida, brazo donde se apoya el caído, vida en la enfermedad. Cristo clavado en la cruz. Tantos jóvenes cosidos a la trágica cruz de la dependencia de asesinas sustancias que, bajo la promesa de un mundo feliz, les ofrece la engañosa y negra luz de la droga.
Crucificados por falta de libertad. Crucificados por la angustia de un mal. Una tragedia interior. La justicia humana a veces dominada por otros intereses que no son la justicia. Los valores, principios morales y éticos degradados. Tantos inmigrantes clavados en la cruz de las vallas, alambradas y pateras. Tantos crucificados y de tantas maneras distintas. ¡Qué grande eres Cristo del Perdón cuando agonizas en una cruz sobre la paz de un monte de claveles la noche del Viernes Santo!
Brota el salmo penitencial más intenso y repetido, como un canto estremecedor. El canto del pecado y del perdón, la meditación más profunda sobre la culpa y su gracia. “Misericordia, Dios mío” (Sal. 50). Un suspiro lleno de arrepentimiento y de esperanza dirigido a la bondad de Dios. Porque “la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión” (Lam. 3,22), somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia.
Y así quedas en la madera. Aunque yo no acierte a comprender de qué manera quedaste por los clavos sostenido en medio de aquel oleaje enfurecido del Calvario. Aunque yo no acierte a entender que te hicieras amor elevado a la infinita potencia. Aunque yo no acierte a saber, postrado a tus pies, por qué mi locura te abandona cuando cruzas mis días, latiendo en ternura, pidiéndome tan sólo que desenclave tus benditas manos entre el hierro y la madera.
Como un salmo cansado de su larga hermosura. Así muere. Y en la cruz un letrero: “Como el mar, mi costado es ancha hondura; se rompe el mar, y el Dios de la ternura se derrama a raudales todo entero” (Francisco Contreras Molina, cmf)
Tras su imagen un cortejo de penitentes. El latido de los corazones trujillanos. El peso del pasado y presente que conjuga el futuro. En Él, en su bendita imagen está esculpido el dolor mitigado, la pena consolada, la promesa al ausente, la salud concedida, la súplica para que regrese a casa el que anda desvariado, el suspiro por los que se fueron. Los afectos, las alegrías perdidas, los reveses, los desprecios. Los que deambulan en las sombras. Los que piensan más en la materia que en el espíritu. El triunfo de la bondad y el poder del amor. En Él la muerte no es el final del camino. Su victoria es más firme que la muerte. Él es Alfa y Omega. Él es la Vida. “Oh Dios, oh Cristo del Perdón, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (Sal. 79, 20).
NOTA. Este texto está inspirado en la fotografía que se muestra del Cristo del Perdón, realizada por mi amigo Adolfo García Jiménez, publicada en las redes sociales el 20 de septiembre de 2019. Estaba previsto su publicación en la Revista Comarca que edita a Hermandad de la Virgen de la Victoria, Patrona de Trujillo, pero debido a las circunstancias por las que pasamos, ésta ha quedado paralizada.