TUNANTES Y TULIPANES
Abr 04 2016

POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)

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Holanda era antiguamente un condado que pertenecía a la casa de Habsburgo. De hecho el rey español Felipe II fue su último conde. Son cosas del ayer, porque poco es lo que une a un español y a un holandés, salvo estos laberintos de la historia. Bueno, un punto de contacto es que antaño España y Holanda encontraron en el colonialismo una fuente de riqueza. Pero en esto hay que matizar: por mucho que la Leyenda Negra haya machacado la imagen española, la brutalidad de los métodos que aplicaban los holandeses en el asunto colonial es de otro calibre. Nunca tuvieron un Fray Bartolomé de las Casas, por ejemplo. Los holandeses fueron durante mucho tiempo los campeones en lo de robar seres humanos para esclavizarlos, y los capitanes de la piratería y el contrabando. Eso les ayudó a cimentar un desarrollo económico espectacular en el siglo XVII, cuando la mayor parte de Europa padecía una crisis económica brutal. La moral calvinista puso su parte, porque allí no se consideraba pecado aplicar un capitalismo salvaje a la hora de obtener riquezas. Es más, en la teoría de la predestinación que rige su credo religioso, la salvación eterna no depende de las buenas obras. Cada uno nace destinado a ser bueno o malo, sin posibilidad de redención. Tener éxito en los negocios es solo una muestra más de que alguien nació elegido por Dios. Ahí lo dejo.

Con estos mimbres, y con la mentalidad del ayer, resultaba imposible que los católicos y los calvinistas se entendieran. De hecho el lio gordo empezó en Holanda reinando Felipe II, cuando los calvinistas se dedicaron a quemar imágenes, iglesias, conventos, y todo lo que fuera contrario a sus creencias. Por eso Felipe II mandó allí al Duque de Alba, de mano dura, para acabar con tales desmanes. Lo que pasa es que la sangre llama a la sangre, y el odio no resuelve nada. Al final los españoles tuvieron que dar aquello por perdido, y los holandeses siguieron a lo suyo, amasando fortuna sin mirar a qué precio. Porque se creían elegidos por Dios. Algo de aquello queda. Ahora ya no roban seres humanos ni barcos en la mar. Lo único que roban al mar son tierras, sus polders, para plantar tulipanes. Ni en eso nos parecemos: aquí preferimos un clavel reventón. O una rosa. Según se tercie. Pero a lo que iba. Que este pueblo nos mira por encima del hombro desde hace siglos; y que su memoria histórica es nula. Es que tienen mucho de lo que avergonzarse, como casi todos los que presumen de inocencia política.

Pues bien, resuelta que a mediados de Marzo vinieron a Madrid casi tres mil hinchas holandeses del PSV de Eindhover, a apoyar a los suyos. Y un día, hartos de cerveza barata en la Plaza Mayor, exteriorizaron lo que opinaban de los europeos del sur: que somos sus monos de feria. Empezaron a tirar calderilla al suelo para divertirse viendo como la recogían las rumanas que pululan por ese lugar a la busca de lo que sale. Así se montó un circo denigrante. Es verdad que cuando un ser humano se acostumbra a poner la mano para comer empieza a perder su dignidad. Pero de poner la mano a arrastrarse por los suelos delante de un borracho holandés va un trecho. Aunque visto lo visto, de aquel espectáculo quien salió con deshonra fueron los borrachos del norte. Y quien triunfó, los españoles que les recriminaron su salvajismo. Si llega a aparece por allí el fantasma de D. Fernando Álvarez de Toledo, aquel Duque de Alba que reprimió cruelmente las salvajadas de los holandeses contra los católicos hace casi cinco siglos, se les hubiera caído el pelo a estos miserables. Pero el pobre ya no andará para estos trotes, digo yo.

Opinaba este militar español que los políticos usan a los hombres como si fueran naranjas. Primero las exprimen, y luego tiran la cascaras. Algo de razón llevaba. Porque lo que seguramente pasa a estos holandeses que nos visitan para colocarse y burlarse de los pobres, es que les han exprimido tanto la sesera en sus escuelas que ya no les queda más que la cascara, amarga por cierto. Como ya dije una vez, ante personas tan desgraciadas como estos hinchas, solo cabe la compasión. Nadie puede redimirlos por mucho que lo intente, porque son unos tunantes sin cerebro. Dice mi papelera que si alguien los pinchara con un alfiler, estallarían como un globo. Dentro no hay nada. De momento que se vayan a su tierra a dormir la mona junto a sus tulipanes. Aquí no los queremos. Seremos pobres, pero no indignos.

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Tunantes y Tulipanes. 31.3.016

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