POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Hubo una época en que las arcas del Ayuntamiento de Ulea estaban vacías y sus balances económicos siempre daban números rojos. Como consecuencia, si no había dinero para solucionar las deudas más perentorias, menos quedaban para hacer florituras.
Es verdad que estábamos en septiembre del año 1952, pero, la realidad era que los cítricos habían bajado de precio, hasta cifras desastrosas y, por consiguiente, los dueños de las fincas no daban los cultivos debidos; lo que acarreaba un paro obrero creciente.
En una visita a Ulea del Delegado del Gobierno de la Región de Murcia, tuvo la poca fortuna de que su chofer se equivocara de carretera y no pudiera encontrar la que le conducía a Ulea; teniendo que regresar a Murcia sin cumplimentar con el Alcalde la visita que tenían concertada. Lamentablemente, o quizá por un poco de desidia, los indicadores de madera que en su día colocaron, hacía varios meses que habían desaparecido. De ahí qué, en plan jocoso, a Ulea le decían que era «un pueblo sin nombre. Nada más regresar a Murcia, le dio parte de lo ocurrido al Excmo. Sr. Gobernador Civil y, de inmediato, envió una carta al Ayuntamiento de Ulea, resaltándole las indicaciones de la circular que había publicado el Boletín Oficial del día siete del corriente mes de 1952, recordándole la obligación de que, tanto a la entrada como a la salida, figuren letreros indicadores del nombre de la localidad.
Reunida la Corporación Municipal, se acordó por unanimidad, poner letreros con el nombre de Ulea, tanto a la entrada al pueblo por el molino y el Carrerón de la Aceña, como a la salida, hay que tener en cuenta que la actual carretera interior que nos une con Ojós, en aquella época era una vereda estrecha a la que los transeúntes de ambos pueblos le denominaban «vereda de cabras».