Así saludan las campanas de la liturgia de la luz del amanecer que faena en las sazones de este tiempo, en el que agosto consume su último día. Porque está aquí el introito que nos lleva al dulce y dorado septiembre. Días menguantes que van despidiendo, poco a poco, la profundidad del verano. En menos de un mes se celebrará San Miguel y con él un nuevo ciclo agrícola.

Este año la ciudad de tratos y mercados, Zafra, convoca el rito de vender y comprar ganado en la 568 Feria Internacional Ganadera, del 28 de septiembre al 1 de octubre, con un certamen ganadero y profesional con actividades presenciales, además de una nueva feria virtual. Todo ello a causa del coronavirus. La naturaleza, el campo, la tierra, sin embargo, ajenos a la pandemia pide un soplo que traiga la lluvia necesaria de la otoñada.

Días en los que el campo se arranca por seguiriya en el hondo y húmedo verdor de los arrozales. A lo lejos, un cante por soleá se ve acompañado por el rasgueo de los tomatales que se rinden y entregan a la mecanización y al progreso camino de las fábricas conserveras. Los maizales se arrancan con un fandango desde sus camisas doradas y pajizas profetizando su melancolía. Y unas alegrías pregonan entre los viñedos que acudan manijas, dediles, tijeras y esportones.

La temperatura parece moderarse. Atrás quedaron las bocanadas que trajeron el calor, la calor, los calores y las calores. Esta moderación que se manifiesta en este cielo azul, en la luz dorada de los amaneceres más tardíos y los atardeceres más tempranos, son la promesa de un septiembre que camina con dulzura hacia el otoño. Más falta por llegar la sensación de calor pegajoso del verano del membrillo. Que dictará que el dulce otoño no llegará hasta la santa carmelitana, Santa Teresa. Y a veces hasta los Santos y los difuntos. Falta menos para que se endurezca la carne de los membrillos.