POR ANTONIO HORCAJO, CRONISTA OFICIAL DE RIAZA (SEGOVIA)
Se ha ido uno de los mejores narradores españoles. Carlos Ruiz Zafón. Leí “La sombra del viento”, descubriendo formas nuevas. Me ganó la fuerza de su prosa, donde el ambiente es recreado con maestría y los personajes se mueven en un mundo mágico ante los estantes repletos del Cementerio de los Libros, en una Barcelona en la qué el seny, es decir la cordura, aún no habría sufrido el sarampión que le atenaza. Ruiz Zafón ha sido y seguirá siendo, ahora que ya se ha ido, un ejemplo de coherencia. Marchó a las Américas, con el fruto de su premio de literatura juvenil en 1993, conseguido con su “Príncipe de la Niebla” y buscando la paz que aquí no encontraba. Para desayunarse cada mañana sin tener que tragar sapos de estulticia. Es la senda de los inteligentes. De los sensatos sin perseguir promesas. Y, mientras algunos se arriscan, Ruiz Zafón sin duda, va a seguir siendo célula digna de la humanidad a la que pertenece y alimenta con sus obras, en el sosiego de una habitación en la lejana ciudad que Junípero Serra, otro mediterráneo, bautizó como Nuestra Señora de Los Ángeles y ahora por ello enquistado. Ido Zafón quedan sus letras, sus libros mágicos a sus millones de lectores, con sus virtudes y valores de la palabra escrita con maestría creadora, original y sin retóricas vacías.
Zafón, seguro que con la nostalgia de su Cataluña revuelta y que él quiso serena y noble como fue durante siglos, habrá mirado tras el cristal de su vivienda americana, viendo como el mismo sol que ahora contemplaba volverá a lucir en el alma del Seny y volverá a dejar la nostalgia de las sombras del viento en el atardecer del Tibidabo, desde donde mejor se contemplan siempre la hermosa ciudad que amaba, junto al mar tranquilo. Ese mar que le llenaba el alma y nos supo transmitir con emoción. Carlos Ruiz Zafón ha sido un fabricante de libros con alma. Repasar con nuestros ojos su prosa es un regalo, es un placer, es una meta en la novela moderna española. Su imaginación nace de asimilar la realidad y transformar ilusionado lo que sus ojos ven. Enseñar libros que recogen anales, historias y vidas que transcurren entre las gárgolas y los dragones de la piedra catedralicia en una Barcelona que él añora y que nos transmite en la integridad ya perdida.
Carlos Ruíz Zafón ha muerto en una tierra de acogida, lejos de su Barcelona amada y defendida de los sectarismos de sus propios responsables, sectarios sí, pero peseteros también. Él era libre de prejuicios y supo mantener su defensa a pesar de presiones y promesas. Ha muerto libre, sin sentir la influencia nefasta de una sociedad engañosamente fanatizada, por eso seguirá vivo a través de sus libros. Siempre virando al mar abierto y a la vida en su travesía. Se ido lejos, como su viento, pero está y seguirá presente con sus letras, que esas ya jamás mueren, aunque traten de llevarlas al olvido los que saben que su mensaje vivirá más tiempo que las artimañas. Siempre aparece en sus páginas un aura de misterio. Se fue demasiado pronto pero no pudo negarse al impulso de buscar una libertad que no encontraba en el autoensimismamiento de una Barcelona radical y excesivamente politizada. No hace falta más literatura ahora para despedir a uno de los escritores españoles más reconocidos en el mundo en los últimos 25 años. El piano que él tocaba magistralmente, nos deja ya la nota nostálgica de un adiós no deseado. Pero no queda otro remedio, adiós y gracias.
Fuente: https://www.eladelantado.com/