Las crisis, cuyo significado originario se relaciona con poner en tela de juicio no pocas cosas, tienen hoy un sesgo esencial, casi exclusivamente económico. Y, sin duda, encierra gran parte de verdad esa mirada. Pero hay más. Las deficiencias del sistema que conducen a situaciones como esta ponen en evidencia las ausencias de ejemplaridad, referente necesario en cualquier sociedad que focalice en el humanismo una de las razones del equilibrio del progreso. Los escándalos, las apatías, los silencios medidos, las transigencias a cualquier coste, los cambios de vista que nos alejan del compromiso y de las consecuencias de la acción, las indiferencias meditadas o las sonrisas forzadas para mantenerse en el escalafón a cualquier precio se convierten en razones para el examen minucioso y, con frecuencia, en razones para el desánimo. Sería injusto afirmar que no hay conductas ejemplares. Muchas. Muchísimas. Y posiblemente más en situaciones como las que vivimos, lo que significa que se convierten en un verdadero contrapunto para mantener cierto equilibrio al menos. León ha tenido y tiene cientos de ejemplos que lo corroboran. Siempre hablo de la necesidad de dar a conocer biografías de nuestras gentes que, en diversos ámbitos y actividades, son conciencia y han de ser memoria permanente.
Una de las referencias de los últimos tiempos es Conrado Blanco. El próximo viernes se cumple un año de su muerte. No escribí nada entonces sobre este bañezano ejemplar. Si lo hago ahora es por no olvidar hitos de su memoria, fórmula inequívoca para paliar en alguna medida los reinos del olvido que tanto cultivamos. Mantener la tensión de ciertas presencias significa poner luz en los caminos. «Todo lo hizo con la elegancia del silencio»: se lo oí a una mujer a la puerta de la iglesia el día de su entierro. Pocas palabras para tanta precisión. La razón de la acción silenciosa residía, y reside, generalmente, en la plenitud de las convicciones, donde habitaba su auténtica fuerza moral, apoyada siempre en la sonrisa abierta. Solo así puede explicarse la larga enumeración de sus actividades, que lo convirtieron no solo en bañezano de pro, sino en un verdadero mecenas fundamentalmente de la cultura de aquellas tierras y de la leonesa como consecuencia. Su propia actividad como investigador y divulgador de hechos históricos permite calibrar la dimensión de este hombre que puso amor y pasión en todo cuanto hizo. Humilde y sabiamente. Con generosidad. La generosidad también de la palabra del buen conversador que te hace partícipe de sus inquietudes.
En este recordatorio esquemático y de urgencia, queda el legado. El de una amplia bibliografía, propia y ajena, que enriquece hogares y bibliotecas. Dos premios de poesía con proyección internacional. Y una Fundación que ha de guardar el espíritu de su creador. Necesitamos alimentar su memoria.
Fuente: http://www.diariodeleon.es/ – alfonso garcía