POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES (ARRIONDAS) PRINCIPADO DE ASTURIAS.
Oscurece pronto y las luces decorativas propias de estas fiestas vienen a poner el contrapunto a estos días de tan tradicional significado.
Luces y sombras, como las corrientes que atraviesan el corazón humano, como los ríos caudalosos del bien y del mal que cruzan la humanidad desde que existe.
Concluye un año el 2020 en el que hemos vivido uno de esos momentos de la historia en los que todo nos dice que el destino de los seres humanos no es individual, sino común, porque la pandemia que nos sigue acorralando y que pende sobre cada uno -como en la leyenda de la Grecia clásica lo hacía la espada de Damocles- ha venido a señalarnos que lo que le pase a cada uno de nosotros depende de lo que le pase a todos los demás.
Tiempos muy indicados para hacer un examen de conciencia individual, imprescindible para poder hacer el colectivo y, así, seguir exigiendo la responsabilidad en la vida pública.
A la gran mayoría habrá que decirle que siga preservando el medio ambiente, trabajando por la paz, llevando una vida éticamente buena y saludable, así como recordarle que los repentinos gestos de solidaridad no sean como una cadena de repetición tan propia de estas entrañables fechas, sensibilidades solo enmarcadas en torno a cada solsticio de invierno.
A los pocos que sobre la Tierra colaboran con Herodes -seguramente de forma no muy consciente- habrá que decirles que vacíen las alforjas de la animosidad, trocando su lado oscuro por otro más luminoso, puesto que -a estas alturas de la civilización- seguimos pensando con Sócrates y Rousseau que el hombre es bueno por naturaleza, aunque Hobbes y Maquiavelo señalasen que el hombre es lobo para el hombre, y la teología cristiana -en el centro de estas fiestas navideñas- estime que el pecado original nos introdujo la inclinación hacia el mal.
Para no decir las verdades del barquero referentes de los cientos de millones de seres humanos que carecen de todo menos de dignidad, nos dedicamos a hablar de la Navidad con mucha ironía y no menos demagogia; pero ahí siguen entre nosotros los pobres, enfermos y desvalidos del mundo con sus privaciones e insuficiencias.
Todo el dolor que convierte al mundo en un presunto lugar armonioso entre los que comen y entre los que no, entre los que sienten piedad y los que la reciben, se hace presente para que algunos se crean bondadosos por unos días.
Muchos prefieren pensar que el necesitado es el culpable de su mala suerte, mientras las obras de misericordia hace tiempo que algunos las consideran un anacronismo, algo así como si la justicia tuviese que sustituir a la caridad.
Tendremos que reinventarnos y -cual ave fénix- renacer de nuevo tras estos tiempos universalmente pandémicos de los que no podemos sustraernos.
Las recientes vacunas propuestas contra el Covid-19 no deben olvidarnos de los aún no pocos imprudentes y negacionistas que seguirán entre nosotros con sus conductas temerarias.
Navidad y felicidad parecen formar un tándem indisociable, invadiendo el espíritu de estas semanas que vuelven a llenarnos de expectativas, muy reducidas en este desventurado año 2020 que -por fin- concluye, deseando que baje el telón lo más pronto posible, tras haber obligado a toda la humanidad a interpretar una fúnebre y siniestra obra teatral, sin haberle permitido previamente estudiar el guion.
Navidad y Año Nuevo son como una nostalgia que viene a repetir cada año aquel acontecimiento trascendental que sigue acompañándonos en la guerra y en la paz, en el dolor y en la alegría, en la pobreza y en la prosperidad.
Que el año 2021 -cual bucle del tiempo- renueve la esperanza del retorno a todo lo bueno y positivo, especialmente a la salud que está bajo la lupa del aliento y la ilusión.