POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
En los años de la epidemia de cólera, 1884-1885, la población había crecido y se hallaba próxima al cementerio situado en aquellas fechas cerca del Acequión, en las cercanías del hostal ‘Las Cibeles’. A pesar de que se nombró una comisión de control, hay una carta escrita por el jefe de la estación al alcalde, el 21 de julio de 1884, que prueba que no se extremaron las precauciones: «Ruego a usted opte un medio a fin de cortar el mal olor que exhala el cementerio; pues ayer fue un día que era imposible estar en la estación por ser el viento de lebeche. Según tengo entendido, esto obedece a un cuerpo que se rezuma por uno de los extremos del nicho».
El estado en que se encontraba aquel cementerio era deplorable, el «El Torre-vigía», periódico bisemanal independiente y defensor de los intereses locales y generales de Torrevieja, con fecha 29 de septiembre de 1887 publicó: «Fuimos hace algunos días, cumpliendo con el santo deber de acompañar á su última morada los restos de un amigo queridísimo [€]. Hacía bastante tiempo que no había recibido nuestra alma el consuelo de acompañar a ese sagrado lugar á ninguno que se llamara en vida nuestro amigo y no podíamos sospechar que se presentara á nuestra vista un cuadro tan desconsolador. […] Nuestro cementerio es insuficiente, está situado contra lo que previene la vigente legislación, es un foco de infección, pero no podíamos figurarnos que en la Católica España se cometieran los hechos que pudiéramos calificar de salvajes, removiendo los cadáveres de los que en vida fueron nuestros hermanos, para abrir nuevas fosas y poder dar sepultura á los que recientemente dejan de existir. (…)Es repugnante el cuadro que presenciamos y vino a nuestra memoria los versos de [Espronceda]: Allí un sepulturero de tétrica mirada, con mano despiadada los cráneos machacar.»
Por su estado y por la razón de proximidad al casco urbano y por haber quedado insuficiente el cementerio dejó de utilizarse en 1888, en que fue clausurado, y los restos que en él existían se fueron trasladando al nuevo, edificado por el Ayuntamiento.
Todavía en octubre de 1893, después de cinco años de acabado al actual cementerio de Torrevieja, se pedía vigilancia para el cementerio viejo, donde se habían cometido algunas profanaciones, entre otras, grupos de jóvenes y niños acudían a aquel lugar para recoger, de entre las mortajas, botones para utilizarlos en algunos de sus juegos, además de otras prácticas que me resisto a describir, puesto que, entre otros motivos, su relato rebaja la cultura existente en la Torrevieja de aquella época, así como el amor a los restos que guardaba esa tierra.
En el mes de noviembre de 1887, el Ayuntamiento nombró una comisión con el fin de formar el pliego de condiciones con el arreglo al cual se había de hacer una suscripción de acciones para llevar a efecto las obras un nuevo Cementerio –el que hoy tenemos. En enero de 1888, se convocó en la Casa Consistorial a los maestros albañiles de la población para tratar de las obras del mismo y presentación de proposiciones a pliego cerrado.
El día señalado por la Junta de estas obras, sólo se presentó una, suscrita por Francisco Albentosa, comprometiéndose a llevarlas a cabo por 2.498 pesetas y con arreglo a los pliegos y condiciones facultativas y económicas. A los pocos días se trabajaba en las obras del nuevo cementerio.
En marzo de ese mismo año, fueron a conferenciar el alcalde Manuel Ballester y el párroco de la parroquia de la Inmaculada Concepción, Antonio Gómez, con el obispo de la diócesis de Orihuela acerca de los beneficios de dicha construcción, quizás para que fuera bendecido e inaugurado en el año 1888, que hoy ampliado y reformado todavía existe y continúa en funcionamiento, aunque un intrépido marmolista falsificó la lápida que aun hoy está en la entrada del cementerio grabando el año 1898, que ha llevado al error que quiero recalcar.
Uno de los primeros enterramientos fue el de los restos de mortales de Ramón Ruiz Lozano y Ramón Ruiz Capdepón, padre y hermano del que más tarde fuera ministro de la Gobernación a finales del siglo XIX, Trinitario Ruiz Capdepón.
Padre, de 60 años, e hijo, con tan sólo 19 años, habían muerto ahogados en la playa de Torrevieja el 9 de agosto de 1860, a consecuencia de un accidente de mar, y enterrados, en un principio en el cementerio municipal de Torrevieja, localizado entonces en lo que hoy es la calle Portalicos, junto al camino que conduce a las salinas.
En febrero de 1889 y por iniciativa del alcalde Manuel Ballester Albentosa, el Ayuntamiento acordó levantar en él un monumento dedicado a la memoria del padre y hermano de Trinitario Ruiz Capdepón, ministro de la Gobernación, como prueba de gratitud que la villa le debía a su familia que en distintas ocasiones había prestado eminentes servicios a la Torrevieja. Este acuerdo del Ayuntamiento fue calurosamente aplaudido por toda la población y por la prensa torrevejense de aquella época, que dedicó frases de elogio y entusiasmo.
El monumento lo describe un periódico de Alicante, «es elegantísimo y honra al artista encargado de su ejecución, el cual ha cumplido su misión de un modo notable, pues ha sabido unir a la riqueza y magnificencia el arte y buen gusto más recomendables».
Al frente del panteón, en letras de elegante forma y de saliente relieve, aparecía la siguiente inscripción: «El Ayuntamiento de Torrevieja, en sesión de 15 de abril de 1889, por iniciativa de su presidente D. Manuel Ballester dedica este recuerdo». Y dividiéndose para encajar dos bonitos óvalos «A la memoria de D. Ramón Ruiz Lozano y D. Ramón Ruiz Capdepón», y en el otro las iniciales «T. R. C.».
En el mes de septiembre, ya terminadas las obras de la nueva necrópolis, se dio autorización para trasladar, desde el cementerio viejo al mausoleo que el Ayuntamiento había levantado en el nuevo, los restos de Ramón Ruiz Lozano, y de Ramón Ruiz Capdepón, fallecido con tan sólo 24 años.
A las 10 de la mañana del jueves, 3 de octubre de 1889, se verificó el solemne funeral en el templo de la Inmaculada Concepción de Torrevieja. Los restos, encerrados en una pequeña y preciosa caja de ébano, estaban colocados en un artístico catafalco, en cuyo frente había una preciosa corona que decía: «A mi inolvidable esposo».
Después del funeral se verificó la traslación de los restos que fueron colocados en una preciosa carroza fúnebre, desde la iglesia al mausoleo construido en el nuevo cementerio, presidiendo la comitiva el ministro a quien acompañaban el resto de autoridades y siguiendo detrás todo el pueblo de Torrevieja.