POR JOSÉ MARÍA FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)

Días atrás sufrimos «viento y lluvia en el Cantábrico», como decían antes en los telediarios; después hablaban de zonas ciclónicas con fuertes vientos y lluvias ocasionalmente torrenciales; y ahora, genios que somos, presumimos de ciclogénesis explosivas.

¡Vaya!

Lo que también llamábamos, en tiempos pasados de mi mocedad, TORMENTONA, GALERNA, CICLÓN…

Lluvias y vientos.

Y tirado en la acera de una calle, entre lodo y agua, un chupete.

Un chupete de bebé que madre e hijo/a abandonaron sin darse cuenta de ello porque corrían a protegerse del aguacero.

Ahí, entre gotas y lágrimas de lluvia, quedó el chupete con un solo testigo de su abandono: FIDI FIDALGO, que plasmó la escena con su cámara de fotos.

¡Un chupete de bebé!

¡Cuántos años de historia de trabajo, de investigación química, de apuesta tecnológica e industrial, para llegar a la realidad de ese chupete!

Un chupete de látex o de silicona, que son los de la modernidad.

El látex es el exudado lechoso (de ahí el nombre) que se obtiene del Hevea brasiliensis, o «árbol de la goma» o del caucho (palabra indígena americana -caa ochú- que significa madera que llora).

Los españoles, en la Conquista, lo conocieron en 1521, pero hasta 1844, gracias a los trabajos de Goodyear no se pudo aprovechar con eficacia.

Aquel caucho virgen, (un polímero natural del isopreno o 2-metil-1,3-butadieno, después vulcanizado y /o «refinado», es hoy, 500 años después de su descubrimiento, la «esencia de vida» de ese pobre chupete olvidado.

¿Qué decir de las siliconas, polímeros artificiales derivados de los silanoles? Su descubrimiento en 1940 -ya han pasado 75 años- marcó una nueva andadura, y muy notable, en la industria química de nuestra civilización.

¡Un chupete! ¡Un polímero!

Natural o artificial, ¡qué más da!

Yo, al ver esa preciosa foto, sentí un algo triste en mi corazón y a la vez un punto de alegría en mi alma.

Pensé en ese continuo abandono en que se tiene a la Ciencia y reí porque me imaginé al bebe, sin su chupete, succionando frenéticamente el dedo pulgar (el «dedo gordo») de su manecita.

Era -es- el triunfo permanente de lo natural.