POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
La invernía, aunque algún día engañe con soles preludio de primavera, sigue con sus fríos, con sus lluvias, con sus nieves y heladas.
«¡Al inviernu nunca lu comió´l llobu!», decimos por Colunga. Y es verdad; lo que sucede es que a veces el buen animal descansa para hacer la digestión… y creemos que «esto ye´l acabose».
Los fríos exigen al cuerpo un mayor aporte energético y esto solo tiene escasas soluciones: el brasero, una comida calórica, o «el calor de pecho ajeno», remedio poco recomendable porque con un poco de mala suerte «el gozo termina en un pozo», según dice que le sucedió estos días a un «animoso gallego» de Ordes.
Días de sol y de heladas. Infierno e invierno que disfruté (sí, sí, en el sentido de gozo espiritual) en mis años de Alférez de Ingenieros de Transmisiones en Zamora y en Salamanca.
Zamora, la de la Semana Santa más entrañablemente austera que conozco, es Tierra del Pan y Tierra del Vino, y a las dos hace honor. Zamora es paisaje de secano, de encinares, de sembrados, de viñedos y de aguas cuyo máximo ejemplar es el río Duero.
Bordeando el Duero, el de «la eterna estrofa de agua» que cantaba Antonio Machado, alternando entre robledales, encinas, jarales y centrales hidroeléctricas, se llega a Miranda do Douro, primera ciudad portuguesa en la misma frontera con España.
Miranda do Douro combina historia y modernidad; ofrece un amplio comercio con España y sus tiendas hermanan «lo de todas las fronteras» (baratijas, tejidos, alfombras, toallas, sábanas, bronces tirando a malos, vinos interesantes, licores…).
Pero, y he aquí la razón fundamental por esa ciudad portuguesa, Miranda do Douro tiene un hecho de habla, un «falar», muy análogo a nuestro asturiano o bable.
Ignoro la razón de este fenómeno singular y cuál es el nexo de unión entre ambas lenguas. Pero esa es la realidad, ya estudiada en ámbitos literarios y universitarios.
Y en Miranda do Douro guisan un COCIDO A LA PORTUGUESA que, aunque diferente al nuestro, levanta cuerpos y espíritus.
Les ofrezco la receta que en su día -hace unos 40 años- me dio doña María Fátima Rodrigues Nuñes, del Restaurante Santa Cruz, en esa ciudad portuguesa.
En una cacerola se cuecen las carnes (costilla, tocino entreverado, jamón, chorizos, gallina, huesos manos de cerdo, oreja de cerdo…) en abundante agua y sal precisa.
A medida que están cocidos estos ingredientes, se retiran y reservan al lado del fuego.
En ese caldo cuecen, ahora, patatas (cortadas en trozos grandes), repollo (también picado en trozos grandes) u, zanahorias, nabos de mesa y, si gusta, remolacha.
Ya cocida las verduras y, al igual que las carnes, se retiran y reservan.
Aparte, se prepara un arroz blanco que, cuando esté casi a punto, se guisa ligeramente con un poco de aceite y pimentón; pasándolo después al horno para que «seque».
En una fuente de buen tamaño se disponen: en el centro, el arroz, el repollo y la remolacha; alrededor, las patatas y los nabos; encima, la zanahoria; y bordeando el conjunto y también cubriéndolo en parte, las carnes cortadas en trozos mediano-grandes.
Con el caldo de cocción se elabora una sopa, que se sirve antes del cocido.
¡Oigan! Para asturianizar este cocido portugués y dado que el mirandés hermana con el bable, nada mejor que gozarlo con la compañía de un buen vino de CANGAS DEL NARCEA, que es vino de Asturias.