POR CARLOS AZNAR PAVÍA, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE ASPE (ALICANTE)
Tiempo de Navidad y Año nuevo fiestas entrañables para todos, me vienen a la memoria recuerdos de cuando era un niño, y tenía que ser muy Pequeño porque todavía no había aprendido a leer. Estos recuerdos se centran en un libro de cuentos que había en casa y que en las largas noches de invierno mi hermana me solía leer. En aquel libro, entre otros cuentos había uno que me entristecía mucho pero no por eso me gustaba menos que los otros, al contrario, se lo hacía leer a mi hermana una y otra vez. El cuento se llamaba «Juanita la fosforera” y trataba de una niña huérfana que se ganaba la vida vendiendo cajetillas de fósforos por las calles de una ciudad. Una Noche Buena cansada y aterida de frío se siente en un portal, Pues al no haber vendido su mercancía tiene miedo de regresar al lugar donde la tienen recogida, la gente pasa con las prisas propias de esa gran noche y nadie repara en ella, y la niña enciende una cerilla. La frágil llamita la reconforta y así una tras otra agota su mercancía. En cada cerilla que enciende tiene un sueño bonito que se desvanece al quemarse los dedos. Cuando se enciende la última le pide a su madre, a la que no conoció, que baje del cielo y se la lleve con ella, aquella última cerilla no le quemó los dedos pues la niña había muerto de frío.
Este cuento tan triste me hace pensar en los miles de niños maltratados, en los niños víctimas del terrorismo, víctimas también del hambre y la miseria y del abuso del hombre, pues las cifras que constatan estos hechos son escalofriantes. Los medios de comunicación, la mayoría de las veces no llega a reflejar el horror de los niños que viven en las alcantarillas, aterrorizados porque el hombre les persigue como alimañas para matarlos, superando así la crueldad de Herodes en la matanza de los inocentes Niños de Belén, sin más culpa que haber nacido en el mismo lugar que el niño Dios.
Los niños de Brasil, como los de Belén, sufren en sus carnes la crueldad del hombre y la mala gestión de sus gobernantes; los de Etiopía, el hambre y la miseria; y los hijos de drogadictos, la mayoría de las veces, acarrean con las consecuencias que les transmiten los padres.
Pidámosle al Niño Jesús, al que también sufrió en sus carnes la persecución de Herodes, nos mande a su Santísima Madre, y al Patriarca San José, para igual que le salvaron a El, huyendo a Egipto, cuando era un niño de días, también salven a todos estos niños de la tierra, tocando los corazones de los gobernantes y de todo ser humano adulto, para solidarizarnos y responsabilizarnos con estos niños.
FUENTE: EL CRONISTA