POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Durante seis años, los que distan desde 1790 hasta el día 29 de febrero de 1796, la población de Ulea estaba sumida en un mar de contradicciones. Un pueblo con unos 825 habitantes tenía tres curas, con edades dispares y con conceptos anacrónicos a la hora de conectar con los feligreses.
A la sazón, impartían catequesis, celebraban sus ritos sagrados, bautizaban, daban la primera comunión a los niños, llevaban el Viático a los impedidos, extremaunción a los moribundos y celebraban las exequias a los fallecidos. Sí, pero eran tres los sacerdotes; a saber:
GINÉS PÁRRAGA MARTÍNEZ……………………CURA PÁRROCO
FRANCISCO PIÑERO YEPES…………….………CURA CAPELLÁN
MIGUEL TOMÁS VICENTE…………….………..CURA ASIGNADO
El Párroco nombrado por el Sr. Obispo era D. Ginés, pero como acudían de toda España sacerdotes ancianos y enfermos a los Baños termales de Archena con el fin de reposar o aliviar sus dolencias, solicitaban del Obispado integrarse en las parroquias de los pueblos colindantes y permanecer ocupados hasta el regreso a sus parroquias. De esa forma ayudaban a los párrocos en sus tareas pastorales y, ellos, no permanecían inactivos. De los tres, dos eran mayores; el capellán y el Asignado y, el párroco debía darles la tarea que creyera precisa en cada momento. El resultado fue que se formó un verdadero cisma entre los tres, ya que cada cual hacía la tarea como creía oportuno, sin atender las consignas del responsable; el Cura Párroco. Los celos entre ellos, afloraban con una frecuencia inusitada y el Titular lo comunicó al Sr. Obispo.
Como cada uno iba por libre, “acababan siendo el hazme-reír de los feligreses”, por lo qué, desde el Obispado de Cartagena, llegó la orden de traslado de D. Ginés Párraga y la ubicación de D. Francisco Piñero y D. Miguel Tomás, en su refugio termal del hospital del Balneario de Archena.
El Obispo llamó al Sr. Alcalde y le comunicó cuanto ocurría en la Parroquia y la decisión que había tomado. Asintió a cuanto le decía el Prelado y acabó confesando qué, efectivamente, existía malestar entre los feligreses, hasta el punto de que “habían hecho bandos, bastante numerosos, capitaneados por los propios sacerdotes”.
El Sr. Obispo tras estudiar la situación creada captó al sacerdote que debía hacer el relevo, recayendo dicha misión en el elocuente y trabajador Cura Párroco D. Carlos Clemencín Viñas. Se trataba de un sacerdote de 25 años que cursó sus estudios en el Seminario de San Fulgencio y que estaba, desde hace dos años destinado en la parroquia de Matamoros (Badajoz) perteneciente a la Orden de Santiago, razón por la cual no pudo regresar a Murcia para asistir a la boda de su hermano Felipe celebrada en la Iglesia murciana de San Pedro. Las razones eran obvias, dado que estaba en tierras extremeñas desde que acabó sus estudios, hacía dos años escasos y, por si fuera poco, la distancia era enorme y los medios de comunicación en tartana por caminos de tierra. Hasta que llegó D. Carlos Clemencín- 19 días, siguió con su ministerio sagrado el cura Párroco D. Ginés Parraga. El Capellán y el Agregado desaparecieron de la parroquia de Ulea. Las autoridades y sus habitantes se sintieron aliviados.
Nace D. Carlos Clemencín Viñas en Murcia en el año 1771 y se ordenó Sacerdote, en el Seminario de San Fulgencio en el año 1793. Su primer destino fue la Parroquia de Matamoros (Badajoz).
En el año 1796, tras dos años de labor pastoral en tierras extremeñas, es nombrado Beneficiado y Cura Párroco de la Iglesia de San Bartolomé de Ulea y de Nuestra Sra. De la Asunción de Villanueva, su anexo. Ulea, situado en el corazón del Valle de Ricote y encuadrado en su Encomienda, perteneciente a la Orden de Santiago desarrolla la misión de Párroco Castrense de las mismas y Examinador Sinodal Perpetuo por el Real Consejo de Órdenes.
El Reverendo Padre Candel Crespo constata que de la estancia en Ulea de D. Carlos Clemencín no han transcendido grandes noticias, debido al expolio que sufrieron la mayoría de los Archivos en épocas tenebrosas, en las que no importaba la Historia ni la Cultura de los pueblos- o importaba muy poco.
Durante su estancia en Ulea y Villanueva se “hizo notar su mano izquierda”, ya que le recibieron con alegría pero agazapados para comprobar como resolvía “el problema que habían creado el triunvirato clerical anterior en el pequeño pueblo de Ulea”. Él, se sentía observado por los componentes de los tres guetos de uleanos que habían sido adoctrinados por los tres curas. Suponía un reto, pero con 25 años, tenía el vigor y valor – no exentos de sensatez, como para encauzar la situación y llevarla a buen puerto.
El primer problema que se le presentó fue su polémica con la Corporación Municipal al autorizar la celebración del mercado de verduras, todos los domingos y festivos en la plaza de la Iglesia a la hora de la Santa Misa. Como el mercado duraba toda la mañana, los feligreses se distraían y desatendían el Santo Sacrificio que se estaba celebrando. D. Carlos, hombre joven y de carácter, protestó públicamente ya que a nivel personal no consiguió que se trasladara el mercado a otro lugar del pueblo o que se celebrara otro día de la semana. Al cabo de unos meses, tras el relevo del Consistorio Municipal consiguió su objetivo, aunque la relación con el anterior alcalde quedó bastante deteriorada.
La casa del cura era el refugio de gran parte de la familia de los sacerdotes y, con él iban sus padres que, aunque tenían tres hijos más, el cura era su preferido y en Ulea se cobijaron, a la vez que le atendían con el amor de padres y con la exquisitez que su hijo sacerdote merecía. Su padre, de 56 años de edad, fallece en Ulea el día 30 de diciembre del año 1800. En el Cementerio de Ulea recibió cristiana sepultura.
En la bendición del Cementerio de Villanueva, D. Carlos Clemencín, gran orador, pronunció un emotivo sermón que se imprimió en la imprenta de Juan Vicente Teruel el día 23 de octubre de 1803; imprenta que estaba ubicada en la calle lencería, 23, de Murcia. Los derechos de este sermón escrito fueron adquiridos por la imprenta Bardón de Madrid.
El asunto del mercado en la plaza de la Iglesia todavía “traía cola”, ya que tuvieron que apelar a la vía judicial para resolver el litigio. De tal manera que en el año 1804, D. Carlos tuvo que acudir a Murcia para atender los requisitos del Notario D. Nicolás Pérez Quesada. Como Párroco y querellante estaba deseando zanjar las diferencias con los miembros del Consistorio de Ulea. Al final, el Cura consiguió sus propósitos a medias ya que cambiaron de día, ya no sería domingo ni festivo, pero seguiría ubicado en la plaza, el tradicional mercado de verduras y hortalizas.
La invasión francesa le sorprendió siendo Párroco de Ulea y se desconocen los motivos, por los que intentó pasarse al lado de las huestes francesas. No se sabe si para “infiltrarse como topo”, o porque estaba de acuerdo con las tesis de Bonaparte. El caso es que solicitó a la Junta Central, se le reconociese la nacionalidad francesa, sin aducir los motivos. Su decisión causó gran sorpresa entre los políticos y los feligreses (parece ser que creó vínculos con los invasores, aunque no fueron muy profundos). Ante esta disyuntiva medió el Sr. Obispo consiguiendo que las aguas volvieran a su cauce y, que siguiera atendiendo a sus parroquias de Ulea y Villanueva, y prestara la atención debida a los afectados por la “peste amarilla”.
Fuentes dignas de crédito afirman que la epidemia de Peste o Fiebre amarilla fue traída por los soldados franceses que arribaron por las costas de Cartagena con destino a sus asentamientos en el Valle de Ricote. Ocurrió en el año 1811 y fue la causante de 72 fallecidos en Ulea. Entre los atacados estaba el hermano de D. Carlos Clemencín, Felipe, que era Corregidor en Cieza y pasaba largas temporadas con su hermano y su madre en Ulea. Sin embargo, circulaba el rumor que la muerte no fue debida a la epidemia sino a un accidente de caza.
A raíz de la muerte de su hermano Felipe, la viuda y sus cuatro hijos, junto a su anciana madre, se refugiaron en Ulea, en casa de nuestro caritativo Cura D. Carlos.
En el año 1812, el Obispo de Cartagena le traslada a la Parroquia de San Antolín de Murcia. Los habitantes de Ulea que se habían encariñado con su Cura, se ven sorprendidos por la noticia y surgen los comentarios dispares; “unos lo achacan a los asuntos turbios con las tropas francesas” y, “los mejor pensados lo atribuyen a su juventud y su excepcional valía como sacerdote y como persona”.
A su toma de posesión acudió gran cantidad de uleanos, fervientes seguidores de su doctrina y de su conducta. En su entronización pronunció una sentida plática de agradecimiento al pueblo de Ulea, que le acogió a él y a su familia con los brazos abiertos y, en cuyo Cementerio quedaron enterrados los restos mortales de su anciano padre y el de su hermano Felipe. A continuación, como es lógico, expuso la alegría que le causó su traslado a la Parroquia de San Antolín, en donde esperaba trabajar sin descanso (Esta plática quedó reflejada en el Folio Preliminar al Libro 28 de Bautismos, de San Antolín).
En el año 1913, pese a los avatares de la guerra de la Independencia, D. Carlos se afilia a la Real Sociedad Económica de amigos del País, pasando a ser con el tiempo una figura relevante.
En el año 1815, recién terminada la contienda con los franceses, obtiene los grados de Bachiller y Doctor en Sagrada Teología en la Universidad de Orihuela.
Años más tarde, en 1822, consigue las borlas de Bachiller y Doctor en Derecho Canónico por la misma Universidad oriolana.
El día 31 de marzo de 1817, es nombrado Visitador de la Vicaría de Yeste y el día 15 de agosto del mismo año, es nombrado “Examinador Sinodal de los obispados de Guadix y Cartagena.
En el año 1822, se gradúa el Cura Clemencín, como le llaman en los ambientes clericales de Abogado por la Real Audiencia de Juristas de Madrid. Tres días después de obtener el título de Abogado, el 12 de julio de 1822, es nombrado Fiscal del Tribunal de la Cruzada.
La última década de su vida fue de una zozobra permanente. Se convirtió en uno de los sujetos más perseguidos por los nuevos políticos del Régimen Absolutista. Fue encarcelado por pregonar la libertad de que gozaba dentro de su Ministerio Sagrado y como persona. Su tenacidad y su gran historial personal le hizo merecedor del Real Indulto.
El tiempo que estuvo en prisión es una incógnita, aunque se sospecha que el indulto Real le alivió sobremanera.
A raíz de ahí “era mirado con lupa” y seguido a todas partes, por los políticos de la época. Esta situación afectó a su anciana madre, María Manuela Viñas, que desde que falleció su marido en Ulea, quedó asilada con su hijo Carlos hasta su muerte. El Cura, en un gesto de rabia, llegó a decirles a sus enemigos políticos que eran los responsables de la muerte de su madre, ya que desde que lo encarcelaron, siempre estaba llorando y que falleció de tristeza.
El Obispo D. José Antonio de Azpeitia y Saenz de Santamaría, “ferviente absolutista” trata de ir apartándolo de sus funciones, de forma paulatina, tanto de Párroco como de Jurista y, D. Carlos arremete con una enérgica protesta ante el Prelado que le ocasiona su “caída en desgracia”.
Al debilitarse el poder de los absolutistas resurge como el Ave Fénix y fue recuperando sus funciones; de tal forma que el día 20 de abril de 1833, el Rey le nombra Miembro de la Junta que ha de dictaminar sobre el destino del edificio de “La Misericordia Nueva”, que durante muchos años ha servido de cuartel y de cárcel.
Comienza su declive y nota que sus fuerzas flaquean. Disminuido por sus achaques, solicitó un cargo mas liviano, pero los acontecimientos políticos tras la muerte de Fernando VII el día 29 de septiembre de 1833 le aconsejaron seguir en su Parroquia, donde era querido y respetado.
Hombre de carácter enérgico, se sublevó ante la turba que se dedicó a profanar las sepulturas del Convento de San Agustín; hoy Parroquia de San Andrés.
El día 1 de julio de 1842, nombra herederos universales a su hermana Cándida y su esposo D. Diego García Osorio, así como a sus hijos Serafín, Dolores, Esperanza, María Luisa, Carlos y Alfonso García Clemencín. Es de notar que no hace referencia a sus hermanos Diego y los deudos de Felipe.
Detalló de forma prolija la distribución de sus bienes para que no hubieran malos entendidos tras su muerte, pero eso no fue posible ya que reclamaron ante la justicia, que incautó todos los enseres hasta que no se resolviera el litigio. Situación que se resolvió el 11 de septiembre de 1857; cuatro años después de la muerte de D. Carlos.
A la edad de 82 años, el día 10 de abril de 1853, muere D. Carlos Clemencín Viñas, un Cura valiente y comprometido que no se arredraba por muchos inconvenientes que se le presentaran y que luchó por la dignidad de todas las personas, aunque su compromiso le costara la confinación en la cárcel.
Su entierro tuvo lugar en la Albatalía y a él acudieron representantes del Consitorio de Ulea, así como un grupo de los que trabajaron con él, durante su estancia en Ulea.
Estos datos constan en el Archivo Parroquial de San Antolín, Libro de Difuntos, número 21, Folio 42. vto.
Bibliografía
Archivo Histórico de Uclés
Archivo de la Catedral
Francisco Candel Crespo