DE TRINIDAD A ALBERTO: UNA HISTORIA LLENA DE ANÉCDOTAS VIVIDAS POR EL PROTAGONISTA CON ESTOICISMO Y SENTIDO DEL HUMOR
JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO ES CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y DE CARAVACA DE LA CRUZ
ES costumbre de unir apellidos o cambiar el orden de los mismos a la hora de inscribir en el registro civil a una persona, o pasado el tiempo desde que se inscribió, permitida por la legalidad vigente, es actividad reciente y cada vez más frecuente. Sin embargo ni lo fue, ni lo sigue siendo cambiar el nombre cuando se es adulto, por lo que su intento ha de seguir un largo trámite que normalmente concluye con resultado final para quien excepcionalmente lo pretende conseguir.
Esto es lo que sucedió a un conocido ricoteño contemporáneo, muy implicado en la sociedad local y por todos conocido, cuyo nombre ´de pila´, Trinidad, le causó no pocos quebraderos de cabeza; unos que no pasaron de la simple anécdota y otros que supusieron problemas que necesitaron de su atención, por ser éste un nombre habitualmente femenino en los límites geográficos de la Región de Murcia y en otros muchos de España.
Me refiero, como algún lector ya habrá adivinado, a mi amigo Alberto Guillamón Salcedo, a quien muchos se siguen refiriendo con su antiguo nombre: Trinidad, quien al venir al mundo en 1937, sus padres no dudaron en imponer (tanto en el momento del bautismo, en la parroquia, como en el Registro Civil), el nombre de su abuelo paterno, el primero de la saga: Trinidad Guillamón Moreno, conocido en Ricote como ´el papá Trinidad´ quien, a principios del S. XX era secretario del ayuntamiento local y, años después, juez de paz y alcalde.
Por entonces era frecuente ese nombre en Ricote, pues tanto aquel, como ´el Pequeño´, ´el de La Juana´ y el ´Trini de Trinidad´ también se llamaban así.
El primer Trinidad de la saga engendró cinco varones y dos hembras con su mujer ´Mariquita´. Uno de ellos, Celestino, como ha venido siendo tradicional en toda España, puso a uno de sus hijos el nombre del abuelo, continuando así una tradición centenaria de la que todos tenemos algún ejemplo familiar.
Ya en el mundo Trinidad Guillamón Salcedo, vivió su niñez sin problema alguno, en un ambiente en que por toda la sociedad local se aceptaba, sin ironías, tanto a él como a las otras personas que respondían al mismo apelativo.
Cursó la enseñanza primaria y parte de la secundaria en Ricote, con recordados y admirados maestros como D. Francisco Abenza Avilés, D. Manuel Marín Baldrich y D. Adolfo Gómez Gómez; trasladándose a Archena, para continuar el bachiller, donde tuvo como condiscípulo a Pepito Spreáfico entre otros.
Fue en los primeros días de su sexto curso en Murcia (donde recuerda a profesores emblemáticos en los años cincuenta y sesenta del pasado S. XX como D. Rafael Verdú y D. Francisco Morote), cuando comenzaron los problemas relacionados con su original nombre. La enseñanza oficial, y también la privada, no eran mixtas en los años referidos. Los varones asistían al instituto ´Alfonso X el Sabio´ (entonces en la Glorieta capitalina) y las mujeres al ´Saavedra Fajardo´ (junto a la parroquia del Carmen).
El profesor de Filosofía de aquel centro, a la sazón D. Juan Barberá, al pasar lista antes del comienzo de la clase, y llegar al nombre de Trinidad, se detuvo un instante y sin preguntar lo tachó, creyendo ser un error de secretaría. Al concluir la clase, nuestro Trinidad hubo de dar al citado profesor las explicaciones que el lector puede imaginar, y que en adelante habría de repetir muchas veces. Aquel mismo día sucedió lo mismo en la clase de inglés que impartía D. Lictinio del Castillo, sucediendo lo mismo con el resto de los profesores.
Las anécdotas se sucedieron en adelante, siendo unas más llevaderas que otras. Tras concluir el bachiller ingresó en la entonces ´Academia Nacional de Mandos José Antonio´ de Madrid, donde hubo de seguir dando explicaciones de su nombre, a veces incluso sufriendo bromas no siempre bien aceptadas. Igual sucedió durante las ´milicias universitarias´ y a lo largo de sus estudios de Magisterio posteriores. A manera de ejemplo mencionaré dos de las innumerables anécdotas que ilustran la época en que se llamó Trinidad. Con ocasión de la preparación de las oposiciones de Magisterio, y tras insistir mucho ante la Secretaría de Educación en la problemática que siempre acompañaba a su nombre, apareció en la lista provisional de admitidos, pero en la de mujeres.
De viaje profesional en Madrid, se alojó en el hotel ´Juan Ramón Jiménez´ junto a su compañero Jesús Molero Jayo, a quien por la noche llamó su mujer por asunto familiar. En recepción, antes de pasar la llamada a la habitación, preguntaron de parte de quien debían hacerlo, a lo que aquella dijo ser su esposa. La recepcionista, en un exceso de celo propio de la época, dijo deber ser un error pues Jesús se encontraba en compañía de una señora de nombre Trinidad. (Las explicaciones que tuvo que dar aquel después a su mujer, las dejo a la imaginación del lector).
Durante su etapa profesional en Bilbao, solía recibir continuamente ofertas comerciales de ropa interior femenina, e incluso en ocasiones tuvo dificultades a la hora de la percepción mensual de su nómina. Así las cosas, motivado por innumerables anécdotas amistosas, profesionales y administrativas en que tuvo que demostrar que su nombre Trinidad no se correspondía con mujer alguna, y haber utilizado nombres falsos como Alberto o Jaime en aventuras de juventud, comenzó a pensar en cambiar de nombre. Pero ¿Cómo hacerlo?
Instalado profesionalmente en Murcia en 1972 y tras un debate familiar en el que su padre dio el visto bueno al cambio, recurrió al procurador ricoteño Amando Moreno Tomás, quien puso el caso en manos del abogado capitalino Francisco García-Córcoles y Molina, funcionario de Justicia con despacho privado en la Avenida General Primo de Rivera. Comenzó entonces una larga y complicada estrategia legal salpicada de ingeniosas ocurrencias como la de imprimir tarjetas de visita con su nuevo nombre, que aparentemente correspondían a los años 1937 y 1944 (en las que aparecía como Alberto T.
Lo que no dio resultado pues quienes las recibieron acabaron llamándolo Albertote). Tras un complicado expediente lleno de anécdotas, promovido ante el Ministerio de Justicia, éste concluyó con la aprobación satisfactoria del mismo, el 26 de febrero de 1975, fecha en que oficialmente y a todos los efectos, dicho ministerio, competente en estas lides, reconoció para el futuro legal que Trinidad Guillamón Salcedo sería en adelante Alberto Guillamón Salcedo. El importe total del trabajo realizado por el abogado en cuestión fue de 6.500 pesetas (de la época).
El ´calvario´ que tuvo que sufrir el protagonista de esta historia, desde que comenzaron los problemas de identidad en su sexto curso de bachiller, hasta el día en que festejó con la familia su nueva personalidad legal, da para un libro de aventuras, que vivió con deportividad, estoicismo y sentido del humor durante casi cuarenta años.
Quizás inconscientemente, para zafarse del nombre que tantas preocupaciones le trajo a lo largo de casi medio siglo de su existencia, es por lo que Alberto, en sus habituales colaboraciones literarias en revistas y prensa regional y nacional, usó muchas veces seudónimos como ´Ricote´, ´Paúl del Castillo´, ´Alquibla´, ´Antón Manú Murcia´, ´Sebastián de Santiago y Hoyos´, ´Algisal´, ´Juan Chifarra Bermejo´ y ´Gemecos´.
Para quienes le conocimos llamándose ya Alberto, no ha sido difícil aceptar su nombre, teniendo por una curiosa anécdota la larga historia por él vivida. Sin embargo, entre la sociedad local ricoteña no fue fácil aceptar como normal el cambio. Y aún hay algunos que, tras 43 años de su nuevo nombre, al cruzarse con él por las tortuosas y moriscas calles de Ricote, guiñándole un ojo y en voz queda le dicen: «Para mí siempre serás Trini».
Fuente: http://www.laopinion.es/especiales/ricote/2018/01/curioso-cambio-nombre-.html