POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA. CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
José Echegaray nacido en Madrid el día 19 de Abril de 1832, era hijo de un médico y profesor de instituto. A los tres años de edad, al ser trasladado su padre por motivos profesionales a Murcia, reside con su familia hasta los 14 años en dicha ciudad.
Aquí realiza todos sus estudios y vive como un murciano más. Siempre elogió a Murcia, ya que esos años, de niñez y adolescencia, fueron los que le formaron como persona. En un escrito de Antonio Botías, se decía que, tras recibir el Premio Nobel de Literatura, el 17 de noviembre de 1904, siempre proclamó a los cuatro vientos que la formación que recibió en Murcia fue el germen de cuanto obtuvo en su vida a nivel profesional y personal. Era un hombre agradecido.
En la tierra murciana, voceaba cuantas veces tenía ocasión, eché a volar un sinfín de cometas; cuando era chico. Era un delirio ver remontar mi birlocha desde mi despejada azotea, o desde la alegre y hermosa huerta, cercana al Malecón, o desde la fábrica del salitre, o desde la ladera del monte ‘El Castillo’ de Ulea, a donde acudía todos los veranos con mis padres, invitados por sus inmejorables amigos los Condes de Villar de Felices y de Campoamor, D. Pablo Garnica y Doña María Paz Aguado.
Allí, en ese pueblecito tan singular, tuve la gran satisfacción de ver volar mi cometa sobre las casas y corrales, de Ulea, que se encontraban acunadas en la ladera del castillo. Todos los días subíamos por una vereda de ganado. Sentados sobre una piedra plana -otras veces de pie- lanzábamos nuestra birlocha al espacio, viéndola ascender y colear, a la vez que contemplábamos un paisaje de ensueño. Era un niño, seguía diciendo, y “creía estar cerca del cielo; casi lo tocábamos”. El mundo lo teníamos a nuestros pies. Soñábamos.
En épocas de vacaciones, en invierno, los Condes enviaban una tartana, o galera para que nos desplazáramos a Ulea con el fin de pasar los fines de semana. Una anécdota curiosa ocurrió en unas vacaciones de Navidad. Fue la siguiente: cuando llegamos al muelle de la barca, que hacía el trasbordo por el río Segura entre Villanueva y Ulea, había desaparecido la barca y las maromas. Una intensa riada lo había destrozado todo. Tras contemplar con desolación que estábamos tan cerca de Ulea y que no podíamos pasar, me eché a llorar, seguía contando. El cochero dio media vuelta y enfiló a los dos caballos, de regreso, rumbo a Murcia. Describía que, durante buen rato, permaneció con la vista fija en el castillo de Ulea, hasta que desapareció en el horizonte. Una tormenta en la vega alta del río Segura, de forma imprevista, fue la causante de la gran riada.
A los 20 años se licenció en Madrid como Ingeniero de Caminos, Puertos y Canales. Julio Rey Pastor llegó a afirmar que, sin lugar a dudas, era el más grande matemático español del siglo XIX. Fue profesor y científico y, a partir del año 1854, comenzó a dar clases en la Escuela de Caminos de Madrid.
Sus ideas políticas y económicas, fiel a sus convicciones liberales y republicanas, le llevaron a ser nombrado por los ministros Ruiz Zorrilla y el General Juan Prim, Director General de Obras Públicas. En el año 1869 fue nombrado Ministro de Fomento y, posteriormente, en el año 1872, Ministro de Hacienda.
Su amor a Murcia le llevó a formar parte de la comisión que recibió, al Rey Amadeo de Saboya, en el puerto de Cartagena a la llegada del nuevo monarca italiano a España..
D. Juan O’Donnell y Vargas, Gentilhombre de Cámara de su Majestad Alfonso XIII, era gran amigo de D. José Echegaray, no en vano estaban en el mismo consistorio ministerial; compartían inquietudes políticas. Pues bien O’Donnell, casó con la sobrina de los condes Villar de Felices y Campoamor, Doña María de Mendoza y Aguado, hija de los Condes de Lalaín y Balazote, Marquesa de Fontanar.
La boda se celebró en Madrid en el año 1896 y parte del viaje de novios lo pasaron en la mansión de la “casa grande”, de los tíos de la Marquesa de Fontanar en Ulea. Allí acudió Echegaray a cumplimentar a su compañero, en la política, en casa de sus amigos los condes de Villar de Felices y Campoamor. Durante los tres días que pasó en Ulea, evocó las andanzas de niño, haciendo volar sus birlochas. Ya rondaba los 60 años y, de vez en cuando exclamaba: ¡Qué tiempos aquellos!
Unos ocho años después, el día 17 de noviembre de 1904, fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, premio que compartió con el poeta provenzal Frederic Mistral. Además de un gran matemático y político fue un prolífico escritor y, como dramaturgo, recibió el preciado galardón. La concesión del premio Nobel de Literatura a José Echegaray, escandalizó a las vanguardias literarias de la época, sobre todo a los genuinos representantes de la Generación del 98. Admirado por Bernard Shaw y Pirandello y muy contestado, por escritores españoles, como Clarín o Emilia Pardo Bazán.
Cuando rondaba los 80 años, decía que quería desarrollar una teoría matemática, que necesitaba, para ello, unos 30 años. Como es lógico, esa teoría quedó inacabada, ya que, el día 14 de septiembre de 1916, falleció en Madrid.
Sus ocupaciones profesionales, políticas y literarias, “le ataron” a Madrid, aunque, desde principios del siglo XX, en que “sobrevivió a una probable fiebre amarilla”, dejó dicho que los últimos compases de su vida, quería pasarlos en Murcia. Siempre añoraba su infancia y adolescencia en esta bendita tierra y sus “pueblitos”, como él decía.