POR FRANCISCO RIVERO, CRONISTA OFICIAL DE LAS BROZAS (CÁCERES)
Andrés González, que ahora cuenta con 98 años y reside en Cáceres, el hijo del hinojaliego Deogracias González, guardó con cariño los escritos y los mapas que su padre sargento del Regimiento de Extremadura número 15, con sede en Málaga, realizó durante a lo largo de sus tres años de estancia en las Islas Filipinas (1896 – 1899), durante la guerra de la independencia de España de esta nación asiática.
La hija de Andrés, Gloria González, una santiagueña, es cuñada de Julián Chaves Palacios, autor del libro “La pérdida de Filipinas narrada por un soldado extremeño” donde se recoge el diario del sargento que ha sido publicado y seguido con gran interés por los estudiosos de este país tan lejano y cuyo primer presidente, Emilio Aguinaldo, consiguió su independencia el 12 de junio de 1898, apoyado por los Estados Unidos, pero según declaró al periodista del diario ABC Luis María Ansón, en 1962: “Los norteamericanos nos traicionaron. Amo vuestra Patria”.
Nuestro paisano salió del puerto de Barcelona para Filipinas en el buque Covadonga el 16 de octubre de 1896 y desembarcó en Manila el 14 de noviembre de ese año, tras cruzar todo el Mediterráneo, el Canal de Suez, el Mar Rojo, el sur de Arabia Saudí, el Océano Índico, por debajo de la India y Ceilán, cruzar el estrecho de Malaca y llegar al archipiélago filipino.
Un servidor lo más cercano que ha estado por ahí, fue en Hong-Kong, en marzo de 1997, cuando aún era británico, y la isla china de Hainán, en el Mar de China y el golfo de Tonkín, junto a Vietnam, una pequeña aventura para realizar un estudio turístico de dicha isla, sin olvidarse de unos viajes recientes por la ex colonia portuguesa de Macao y Taiwán, la isla Formosa que la llamaron los portugueses.
Durante su estancia en Filipinas nuestro personaje se dedicó a escribir y a reflejar lo que vivió durante la guerra y cuando cayó prisionero. Los primeros quince días pasaron por varios pueblos del sur de Manila, hasta llegar a Cavite y después Silang, donde había más de 12.000 insurrectos: Tras una batalla entraron en el pueblo y allí, desde un convento se gritó “Viva España”, comenzando un tiroteo mientras los expedicionarios españoles estaban en la plaza del pueblo, causando entre ellos varios muertos y numerosos heridos.
Durante este tiempo tuvo su batallón bastantes refriegas con heridos y muertos, pero en marzo de 1898, las tropas en la que estaba Deogracias fueron trasladadas a las playas del pueblo de Candón, al norte de la isla de Luzón, como indica el protagonista en su mapa y donde cuenta que apresó a un cabecilla revolucionario.
Cuenta en su diario, con todo detalle, los movimientos que hizo su grupo militar en la zona norte de la isla. Con el tiempo fue hecho prisionero “a las dos de la tarde del 22 de agosto de 1898” y escribe dice que no por un ejército regular, sino de revolucionarios que “ni respeta la razón, ni conoce la justicia”. El jefe de los revolucionarios, al que los españoles le habían matado a su padre y a su hermano, lo llevó a su pueblo, San Nicolás de Ilocos para que le ayudara en la sementera, ya que los filipinos tenían todo abandonado a causa de la guerra. Su nuevo “señorito”, de nombre D.J.S., quiso buscarle novia y casar a los soldados prisioneros por lo civil y así formar un nuevo pueblo de españoles con matrimonios mixtos y que podía haber sido comerciante, cuyo oficio aprendió en Béjar y en Hinojal en el comercio de mi bisabuelo Andrés Flores Rodríguez, según me indicó su nieta Gloria, de ahí que sus hijas y mi abuela Alfonsa Flores fueran amigas.
En este viaje, desde San Nicolás hasta Candón, “al revolucionario le miraban como a un príncipe y a nosotros como a una cosa extraña y con desprecio”. Candón está a unos 150 kilómetros de San Nicolás, y el viaje se hizo a caballo y en un carro “quile” tirado por un animal vacuno.
En este pueblo se quedó en casa de varios amigos, pues podía andar libremente por él. Se pagaba su fonda con su paga. Buscó varias casas hasta que encontró una que le ofrecía dormir en un catre, en lugar de encima de una mesa. Bien es verdad que tuvo un fuerte encontronazo con el dueño de esta casa al echarle en cara que los soldados españoles eran menos valientes que los revolucionarios independentistas.
Esto escribía nuestro paisano en su diario: “Aparte del trato que por parte de nuestros caseros recibíamos, que muchas veces resultaba ser peor que el que recibe un animal, diré que, así como el niño que tiene un pájaro a quien como dueño absoluto les hace lo que quiere, sin que por eso nadie tenga derecho a reñirle si obrara mal, así de ese modo éramos tratados nosotros por todo el mundo sin distinción de clases y sexos y sin que por ningún concepto pudiéramos hacer reclamación alguna”.
El 18 de diciembre de 1899 salió en el vapor “León XIII” desde Manila a España y tras pasar por Singapur, Colombo (Sri Lanka), Adén (Yemen), Canal de Suez, Port Said (Egipto), directo a Barcelona, a donde llegó el 16 de enero a las 5 de la mañana. De aquí a Madrid y llegó a la estación el tren de Cañaveral el día 24 de enero de 1900.
Toda una odisea la vivida por este hinojaliego a 18.000 kilómetros de distancia, y que dejó por escrito en estas singulares memorias.