POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Cuando la comunidad irlandesa en Murcia levanten hoy sus pintas de cerveza para celebrar el día de San Patricio, remoto patrón de aquella isla, también honrarán, aunque ni siquiera muchos murcianos lo recuerden, al patrón de nuestra ciudad. Porque desde hace cinco siglos y medio ostenta ese privilegio, según lo prueban diversos documentos históricos. Aunque la Fuensanta lo haya arrinconado, todavía está por descubrir quién y cuándo, sobre el papel, la nombraron a Ella patrona.
Reinando Juan II, las discordias entre los nobles que convirtieron a Murcia en un territorio bélico fueron aprovechadas por el caudillo granadino para fortalecer sus fronteras y realizar incursiones. La presión de los moros ocasionó que los nobles murcianos firmaran una tregua para aunar esfuerzos contra aquellos. Y en esas andaban cuando el ejército granadino invadió el territorio hasta alcanzar San Pedro del Pinatar.
Cómodos con la victoria, los moros regresaron en dirección a Lorca. No imaginaban que, a apenas dos leguas de aquella ciudad, los aguardaba una gran derrota. El novelista Ginés Pérez de Hita recordaría el episodio en su obra Guerras Civiles de Granada: «¿Qué pendones son aquellos que están sobre el olivar? Lorca y Murcia son, señor; Lorca y Murcia, son no más. Y el comendador de Aledo, de valor muy singular».
El Licenciado Cascales, en sus Discursos, recordó que la batalla duró «buen tiempo, de manera que los cristianos rompieron tres veces a los moros, que vendieron sus vidas con harto esfuerzo y valor, hasta que últimamente fueron vencidos».
Una lucha encarnizada
Refiere Francisco Veas Arteseros, en su artículo ‘Lorca, base militar murciana frente a Granada en el Reinado de Juan II’, que el encuentro tuvo lugar en «los llanos de los Alporchones, el viernes, 17 de marzo de 1452», un emplazamiento situado a unos 12 kilómetros de Lorca. Superada la sorpresa inicial por parte de los capitanes cristianos, que en parte favoreció a los granadinos, tras una lucha encarnizada las huestes moras fueron derrotadas y aún perseguidas en su huida «por la sierra de Aguaderas», como anotó Cascales.
Cascales mencionó que las ciudades de Murcia y Lorca, «para celebrar el triunfo de la Cruz sobre la Media Luna», instituyeron patrono a San Patricio. Como aclaró Juan Torres Fontes en su obra La intromisión granadina en la vida murciana (1448-1452) el resultado de la batalla no pudo ser más favorable para los cristianos, quienes dijeron perder a solo 40 soldados, con apenas 200 heridos. El bando contrario acusó la pérdida de unos 800 granadinos, entre ellos 9 caudillos.
El nombramiento del santo como patrón de Murcia se acordó en la sesión del Concejo celebrada el 1 de abril de 1452. Fue presidida por el corregidor Diego de Ribera. Según el acta de aquel día, que se conserva en el Archivo Almudí, «los caballeros y peones de esta ciudad, y con los de Lorca» habían vencido a «los moros enemigos de nuestra santa fe católica». Por ello, se insistía en que «tal hecho era de poner en memoria» y se encargó que fuera pintada una imagen San Patricio en un retablo «como aquel día fue hecha la pelea».
Al santo siempre lo honró Murcia con grandes fiestas, tanto en la Catedral como en la procesión cívico-religiosa que recorría diversas calles. El desfile incluía en su itinerario la entrada a la parroquia de San Pedro, por su puerta lateral, para hacer estación de penitencia en el atrio ante una imagen del santo tallada en piedra.
El Ayuntamiento, cada año en el cabildo de nombramiento de oficios, designaba a un comisario particular para esta fiesta, que se iniciaba con el solemne traslado de la talla desde el Consistorio hasta la Catedral. Llegado el día 17 de marzo, el Concejo en pleno y presidido por el Pendón Real, allí participaba en una eucaristía. El pequeño trayecto que separaba -y separa- ambas instituciones se recorría con acompañamiento de clarines, atabales, maceros, alabarderos y porteros de vara.
La procesión se iniciaba tras la misa y el cortejo estaba formado, según el orden protocolario, por los gremios, las comunidades religiosas, los curas de las parroquias, el Cabildo catedralicio y su capilla de música, y el Concejo. El desfile partía desde la puerta de San Fulgencio, en la plaza de la Cruz, y recorría las calles Trapería, Platería, Santa Catalina, la antigua plaza de las Carnicerías, hasta alcanzar San Pedro. Junto a la iglesia, hasta no hace tantos años, se instalaban puestos de tostadas con flores de papel de vistosos colores, muy del gusto de los murcianos que, por tradición, las adquirían.
Imágenes por doquier
Hasta la Guerra Civil existió una talla del santo, atribuida a Nicolás Salzillo por Andrés Baquero en su obra ‘Los profesores de Bellas Artes murcianos’, que recibía veneración en la ermita del Pilar, aunque no fuera aquella su primera ubicación. Antes de su traslado a San Antolín recibió culto en el antiguo oratorio del Ayuntamiento de Murcia. Salvada de la quema -no así el retablo- en la actualidad permanece en la Catedral, en la capilla de San Antonio o del Corpus. Existen documentos que señalan que la pieza costó al Concejo unos 2.600 reales en 1703.
La imagen de San Patricio también formaba parte del cortejo del Corpus bajo la custodia de la guardia municipal, cuyos miembros se ocupaban de portar las andas. Entretanto, el Cabildo de la Catedral, cuando dispuso contratar el nuevo retablo del altar mayor, encargó al yeclano Antonio José Palao otra talla del santo, como recordó en su día José Luis Melendreras Gimeno en la obra Escultores Murcianos del siglo XIX.
La propia fachada de la Catedral, sobre la cornisa del segundo cuerpo, encima de los arcángeles, incorporó la imagen del patrón. El santo muestra en una de sus manos el libro de ‘Las Confesiones’ y en la otra porta una corona como símbolo de la ciudad de Murcia. En 1686, el Municipio acordó fundir una medalla con la efigie del santo, hoy rarísima pieza de coleccionista.
Las celebraciones por el patrón comenzaron a decaer con el paso de los años. Ya antes de la Guerra Civil, en 1931, la festividad se reducía a la ceremonia religiosa en la Catedral, donde aún se reunía la corporación municipal. «Apenas si se conoció gran cosa -publicó el diario Levante Agrario-. No cerró la mayoría del comercio [&hellip] Casi nada digno de señalarse, ni en lo corporativo, ni el oficial pasó nada».
En la década de los años cincuenta todavía se trasladaba la talla desde la ermita del Pilar, escoltada por la guardia municipal vestida de gala. Este cuerpo aún mantiene su fiesta en este día con la celebración de una misa y la entrega de distinciones que, a partir de mañana también, se realizará en el Romea para devolverle al día parte del prestigio que siempre tuvo.
Fuente: http://blogs.laverdad.es/