Debería existir alguna ley que prohibiese escribir reseñas o críticas sobre las obras de amigos, conocidos o saludados (según la triple distinción de Josep Pla). Si a uno le gustan mucho, no faltará lector de la recensión que achaque el elogio a amistad o vecindad. Si, por el contrario, le disgustan y guarda silencio, adiós a amistad, adiós a buena vecindad, que no hay gremio más dolido y doliente que el literario. En definitiva, o no llegas o quedas corto o te pasas, hagas lo que hagas. Un lío.
¿Y qué decir si uno tuvo algo que ver, al menos en el impulso inicial, con una de esas novelas, alentando al autor a escribirla? Es decir, lo que me pasara, hace ya un puñado de años, durante una charla con el prolífico PEPE MONTESERÍN (Pravia, 1952). Me levanté herido es la novela de la Guerra Civil española del padre del autor, un voluntario falangista que se levanta herido tras un disparo, en el frente del Levante, recibido del fusil tal vez de un amigo de infancia. También de la vida de la esposa del héroe novelesco en la retaguardia. También, en un esfuerzo portentoso de documentación y rigor, de docenas y docenas de personajes que participaron en aquella tragedia. MONTESERÍN se toma las cosas con tal empeño que no le basta haber grabado infinidad de horas de conversación con «Luis Miranda» (en la novela). Se obligó a recorrer todos los lugares mencionados o aludidos, recopiló cartas, partes de guerra, cuadernos mil de testimonios. Empeño desde el propio título: el padre del autor negó siempre que «cayese» herido, «se levantó» herido tras el balazo, arrojó casco y arma y caminó de vuelta hacia los suyos, desde la avanzadilla adonde se había arriesgado, expuesto al más que previsible disparo final del bando contrario. ¿Por qué no lo remataron? He ahí el arranque novelesco de la trama: quizá, muy quizá, porque quien le tenía en el punto de mira lo reconoció, supo quién era (¿un amigo de esa infancia que con tanto mimo explora Pepe en sus obras?) al verle descubierto e inerme, esa trama que el autor desarrollará en un juego de pasado-presente que le presta la viveza necesaria a la lectura. Así, pues: ¿«otra» novela sobre la Guerra Civil? MONTESERÍN mismo lo explica en sus ingeniosas y divertidísimas presentaciones: ¿por qué él no va a escribir sobre la Guerra Civil, la total y la de sus padres? ¿Porque ya unos cuantos muchos lo han hecho antes? ¿Quién tiene autoridad para impedir esa exploración de orígenes que es, a fin de cuentas, una búsqueda de la identidad propia? ¿No representa -me permito añadir- una serie televisiva de la que no se para de hablar, Hijos del Tercer Reich, cuyo título original es el muy revelador Nuestras madres, nuestros padres, el mismo intento? Ímprobo trabajo, novela completa y necesaria.
José María Ruilópez (Oviedo, 1948) conoce Cuba al dedillo y alguna vez tenía que contarla por completo. Al dedillo es «con detalle y perfecta seguridad», como ya había demostrado en obras anteriores (también es prolífico). Pero tengo para mí que no es hasta Todo fue en La Habana donde da final cuenta de ese saber. Un encargo extraño o, cuando menos, sorprendente que recibe un viajero en la isla; un amigo implicado en cumplirlo; el amor, los amores; el Gobierno revolucionario; la oposición; la intriga que se enreda; el habla habanera; las citas preliminares e iluminadoras de los mejores escritores de allá; personajes de todo cariz: estos son los materiales. Me atrevería a decir que es una estupenda guía para viajar a La Habana, pues está en esa narración lo que se ve de Cuba, lo que se oculta voluntariamente, lo que se presupone, lo que se malicia, lo que se adivina. Bebe en las fuentes de la novela de acción, no pierde el tiempo (en quince páginas nos zambulló en la historia) y se deja leer. Lo que cabría concluir, tanto en Monteserín como en Ruilópez como en Laura Castañón (todos, ay, amigos), es que ahora mismo aquí se está yendo la novela de experimento para dejar su lugar a la novela de conocimiento: escribir de lo que se sabe y no experimentar a ver lo que sale. Buena noticia.
Fuente: http://www.lne.es/ – Francisco García Pérez