POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Estos días de la pandemia que nos tiene amarraos, aquí, entre papeles he dado con una historia más que curiosa y que viene muy a cuento a los momentos actuales. Hoy quiero recordar un episodio que no deja de ser singular. En nuestra historia tan abundante de acontecimientos notorios, también encontramos otros menos notables en el contexto general, pero que nos retratan con bastante fidelidad diversos aspectos de la vida de nuestros antepasados. Uno de esos hechos tiene la particularidad de ser un avance de la medicina preventiva, para lo que entonces era el nivel de la medicina.
Resulta que una de las dolencias más abundantes y reticentes eran las “fiebres tercianas y cuartanas” que eran un azote permanente de la población y de muy difícil atención. Eran las fiebres cuartanas entonces endémicas y figuran en numerosos documentos antiguos como una pesadilla para la población. Decían que vino de África con los ejércitos de Aníbal contagiando a los romanos e íberos… lo cierto es que hasta finales del s. XIX no descubrieron su origen patógeno y ya le dieron nombre, Malaria o Paludismo, que lo produce con facilidad la picadura de mosquitos de ciénagas y pantanos. Precisamente el 25 de abril, celebramos el Dia Mundial del Paludismo.
Este es el estado de la cuestión. Por casualidad resulta que descubrí un médico en el Arévalo del s. XVI, por medio de un librito que me dio a leer mi amigo Paco Tovar. Se trataba del doctor Juan Méndez Nieto, que sirvió al concejo de la villa un corto espacio de tiempo de aquella época de mediado ese siglo. Es bien conocido que de los oficios más especializados que el Concejo y la Tierra contrataban al servicio de la población de la villa y de la tierra, entre los más singulares estaba el de médico, que destacaba notablemente tanto en su consideración social como en su remuneración económica y en especies, pero que nunca debió de ser muy espléndida a juzgar por las estancias cortas en la villa. Estamos asistiendo a un periodo de nuestra historia en que las costumbres y las pretensiones socioeconómicas seguían siendo las de aquella importante villa medieval de hacía no tantos años, pero que ya vivía su declive histórico, social y económico. Aún acostumbraba a contratar buenos médicos, generalmente dos licenciados, y “catredáticos” para el Estudio de la Gramática, o cirujanos entre otros. Pero ya eran momentos de muy mermada disponibilidad económica para esos menesteres y no siempre el salario ofrecido se correspondía con las exigencias del ejercicio de la profesión. Así tenemos documentos preciosos en las actas del Concejo, de cómo buscaban buenos profesionales de la medicina, sobre todo en la universidad de Salamanca, pero también en Valladolid o Alcalá y, a veces, del proceso de selección cuando había varios candidatos.
En el año 1558 es contratado un médico, Juan Méndez Nieto, dicen que era portugués formado en Salamanca, aunque nuestro Luquero de da como oriundo de Extremadura, algo pícaro y sin escrúpulos profesionales, pero que llegó y en poco tiempo puso orden y concierto, contra los males abundantes de tercianas y cuartanas, y emprendió un novedoso plan de higiene general en casas y calles de la villa, dando pronto asombrosos resultados, lo que le acarreó fama y prestigio. Entre otros curó al licenciado Parada, al Regidor Jerónimo de Mercado, y a Leonor Verdugo, monja de El Real entre otra mucha gente del pueblo llano.
El día 9 de octubre de 1559 pasó por aquí Rui Gómez de Silva, Príncipe de Éboli, de camino hacia Toledo, hizo escala y venía aquejado de fiebres. Pronto el Concejo le envió a nuestro flamante y prestigioso médico a mirar al Príncipe. Con un tratamiento adecuado a sus métodos innovadores y una extraordinaria y abundante dieta, digna de las más abundantes mesas principescas, de un sorprendente y variado menú. El príncipe pronto mejoró asombrosamente, por lo que ordenó llevárselo a la corte, ante el asombro del Concejo arevalense. Una historia rocambolesca que continuará la próxima semana.