EL HISTORIADOR JOSÉ MANUEL LÓPEZ GÓMEZ RESCATA DEL OLVIDO LA HISTORIA DE JUAN ANTONIO BELTRÁN DE LAS HERAS, MÉDICO DE SAN MARTÍN DE RUBIALES QUE A FINALES DEL S.XIX LUCHÓ SIN ÉXITO POR EXTENDER LA VACUNA CONTRA EL CÓLERA MIENTRAS LA EPIDEMIA AZOTABA SU PUEBLO
La existencia personas contrarias a las vacunas no es nueva. Ni mucho menos. Ya desde que Edward Jenner desarrollara a finales del siglo XVIII la primera vacuna contra la viruela, el método ha contado con detractores entre la sociedad y la propia comunidad científica.
Pero desde el primer momento fueron muchos los que vieron en las vacunas un método eficaz y seguro de prevenir enfermedades y lucharon por implatarlas de manera masiva, a menudo sin suerte. Ese es el caso de Juan Antonio Beltrán de las Heras, un médico rural de la Ribera del Duero que a finales del siglo XIX luchó sin éxito para extender la recién creada vacuna contra el cólera y cuya memoria acaba de ser recuperada por el historiador José Manuel Gómez López.
La historia de Beltrán de las Heras arranca en Pedrosa de Duero. Allí, el futuro médico nació en el seno de una familia humilde, pero con ciertas posibilidades. Su padre, cirujano de la villa ribereña, luchó para que sus hijos tuvieran estudios. Y lo consiguió, al menos con los dos varones que llegaron a la edad adulta. Su hermano Miguel fue maestro; él médico. Eso sí, tardío. Y es que Juan Antonio comenzó sus estudios más tarde de lo que entonces era habitual y no obtuvo su título de Medicina en Madrid hasta los 29 años.
Entonces, regresó a la comarca y se casó con Dolores Palomino. Este matrimonio no es una mera anécdota en su biografía, ya que su esposa era hija del doctor Sandalio Palomino, médico titular de San Martín de Rubiales, hombre de ciencia y con un patrimonio nada desdeñable. Fue su suegro quien, al retirarse, le cedió el puesto titular a Juan Antonio Beltrán. Todo quedaba en casa.
A partir de ahí, el ya doctor comenzó una prolífica carrera, con la que llegó a ser una de las indiscutibles referencias médicas de la comarca ribereña.
Y entonces, en 1885, llegó el cólera a España. La enfermedad, que ya había golpeado a la Península Ibérica en tres trágicas oleadas durante ese siglo, amenazaba de nuevo con llevarse por delante miles de vidas mientras la comunidad científica debatía los métodos preventivos a aplicar. Métodos que apenas habían variado en más de 60 años. En ese momento entró en escena el doctor Jaime Ferrán y Clúa, considerado hoy el padre de la microbiología española, quien acababa de desarrollar en Tortosa la primera vacuna contra el cólera.
Convencido de que el método de Ferrán era, no sólo seguro, sino increíblemente beneficioso para combatir la terrible enfermedad a la vista de los resultados obtenidos, el doctor Beltrán se convirtió rápidamente en uno de los grandes defensores de la vacunación, coordinando a los 27 médicos de toda la comarca para solicitar al doctor tortosano que acudiera a la Ribera para inocular a los vecinos.
El problema es que Ferrán no contaba con total predicamento. Todo lo contrario. Y es que, a pesar de las exitosas campañas de vacunación extendidas durante los meses anteriores por numerosos pueblos del levante español, eran muchas -y muy poderosas- las voces de la ciencia, la política y la sociedad que renegaban de aquella vacuna.
De hecho, en la provincia de Burgos apenas sí hubo un movimiento favorable al método de Ferrán, y más allá del pronunciamiento público del doctor Beltrán y sus colegas de la Ribera y de un par de artículos en el Papa-Moscas, casi nadie se interesó de manera efectiva por implantar en la provincia la vacunación contra el cólera. Y ante tal escenario, la extensión del método fue del todo inviable.
Al final, la vacuna no llegó a la provincia de Burgos, pero sí el cólera. El doctor Beltrán y sus colegas no habían llegado a tiempo. Eso sí, a diferencia de las anteriores oleadas, la epidemia apenas rozó la capital provincial. No se libraron, sin embargo, otros muchos pueblos de la provincia, como Villamarán, Vadocondes, Mahamud, Pampliega, Palazuelos, Revilla Vallejera… y San Martín de Rubiales, donde el doctor Beltrán seguía ejerciendo, tal y como acredita la investigación realizada por López Gómez.
De hecho, la localidad ribereña fue una de las más afectadas por aquella oleada. Así lo apuntan los datos recogidos por la parroquia, que dan fe de 104 fallecimientos en septiembre de 1885, cuando habitualmente no se superaba la media docena de fallecidos al mes. Básicamente, alrededor del 10% de la población de aquel entonces fue víctima directa del cólera en un puñado de unos días. Eso da una idea aproximada de la tragedia.
En el libro, López Gómez repasa también la trayectoria vital y profesional de Manuel Arranz García y de Sandalio Palomino, suegro de Beltrán.
La memoria de la medicina ribereña
La historia de Juan Antonio Beltrán de las Heras es una de las más significativas de la medicina de finales del siglo XIX en la Ribera del Duero, pero no la única. De hecho, el historiador Juan Manuel López Gómez ha reunido las de algunos de los más relevantes, incluido el propio Beltrán, en el libro ‘Medicina, Ciencia y Sociedad en la Ribera Burgalesa’, un volumen que acaba de salir a la luz.