POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Sus muertes se produjeron, aunque nadie a ciencia cierta logró nunca determinarlo, entre las doce de la noche y las diez de la mañana. En algún instante de aquellas oscuras horas la temperatura alcanzó 2,6 grados bajo cero. Y sus diminutos y frágiles cuerpos, si acaso resistieron el agua helada, al final quedaron atrapados en el hielo. Ni una lágrima se derramó por ellos ni la Historia habría de recordarlos, pero fueron las únicas muertes que produjo la última gran ola de frío en Murcia, acaecida en diciembre de 1970.
Por suerte, aquellas víctimas fueron los peces del belén que se instalaba en la plaza de Santa Isabel. El diario Línea explicaba que «hasta los peces se helaron en los breves riachuelos artificiales» y se preguntaba: «¿Pero qué quiere usted tras cerca de once horas a dos grados bajo cero? Estamos perdidos».
Las pérdidas en la huerta sí que fueron de espanto. A muchos bastó con acudir a los mercados de la ciudad para comprobar que las hortalizas que antaño lucieran verdes y sanas ahora mostraban la negrura provocada por el frío. La helada, que achicharró grandes plantaciones de limoneros y naranjos, apenas se sintió en otros municipios próximos como Santomera o Librilla. Pero no fue, ni con diferencia, el mayor azote del invierno a la ciudad.
Medio siglo antes, en 1926, el municipio sufrió una de las peores nevadas de todos los tiempos. Hasta el extremo de que la ciudad quedó incomunicada del resto del país. Los primeros copos comenzaron a caer, para goce de los vecinos, el sábado 25 de diciembre. A la mañana siguiente, todas las calles de la ciudad amanecieron cubiertas de una capa de nieve de unos 30 centímetros de altura. Y no dejaban de caer copos.
La algarabía inicial se convirtió en inquietud cuando unas horas después arreció la nevada. «Durante unos veinticinco minutos -narraría El Liberal- cayó una tan extraordinariamente intensa que llego a preocupar seriamente». No era para menos. En algunos rincones de la ciudad la nieve «alcanzaba una altura de un metro».
Sin telégrafo ni teléfono, incluso en el propio casco urbano, el temporal también afectó a los cables eléctricos. Solo resistieron las lámparas de gas, que no evitaron la suspensión de las funciones en el Teatro Romea. Los tranvías se detuvieron. Los cafés, casi desiertos, se iluminaron con velas. También se suspendió una corrida de toros y el encuentro que debía disputar el Real Murcia con el Baracaldo. Y la incertidumbre crecía. «No tenemos noticias del funcionamiento de los ferrocarriles. Unicamente sabemos que no ha llegado el rápido», informaban los diarios.
Los murcianos recordaban la última gran nevada de 1914, que causó importantes pérdidas económicas. Sin embargo, la de 1926 triplicaba en volumen a la primera. De entrada se calculó el daño en unos 150 millones de pesetas, según el Círculo Mercantil, que lamentaba cómo «nuestra ubérrima huerta se ha convertido en un páramo». En El Carmen se derrumbó una casa.
El Ayuntamiento de Murcia, dos días después, ordenó que cada vecino retirara la nieve de su acera e inspeccionara los tejados para evitar más hundimientos. De paso, se justificó el retraso en la actuación señalando que la Alcaldía «deseó publicar un bando dando algunas instrucciones al vecindario», aunque no lo hizo. «Por la causa de no haber prensa ayer lunes desistió de ello», informaba.
La gestión de la crisis por parte del Consistorio provocó airadas críticas. Sobre todo porque las brigadas de limpieza «que debieron acudir a la hora reglamentaria al Ayuntamiento, burlaban a la población y se quedaban tranquilamente en sus casas a esperar que pasara el temporal». Es cierto que la Comisión de Policía Urbana se reunió a primera hora en La Glorieta; pero no lo es menos que no había ni un obrero al que ordenar nada.
¿Año de bienes?
El Liberal denunció que ni siquiera se instó a las parroquias y la Catedral «a que tocaran a fuego para congregar en el Ayuntamiento a los bomberos». A la torre catedralicia, en cambio, sí subieron decenas de murcianos para contemplar la vega nevada. Allá arriba, en la llamada Sala de los Conjuros, aún se conservaba entonces un modesto altar sobre el que descansaba un ejemplar del Exorcismun contra Imminenten Tempestatem Fulgurunet Gradinis. Se trataba de un tratado para conjurar tempestades, obra realizada en 1789 por Antonio prieto, racionero de la Catedral.
La ciudad entera sufrió durante meses las consecuencias de la gran nevada. Algún periodista llegaría a lamentar: «Año de nieves, año de bienes» reza el remoto refrán que, en Murcia, se apostillaba: «Ese dicho se ha hecho para los campos, no para la huerta». Nuevas heladas y nieves azotarían la ciudad en 1956 y 1985.
Según el Instituto Nacional de Meteorología la mínima histórica se registró el 15 de enero de 1871 cuando los termómetros descendieron a -5,5 grados en la capital. El siguiente día más frío fue el 26 de diciembre de 1970, con -2,6 grados. Dos días después, los jugadores juveniles del Real Murcia disputarían un encuentro con sus rivales del Albacete.
La sensación de frío era tan intensa en nuestra capital que los diarios, a pesar de señalar su preocupación por las bajas temperaturas propias de la región vecina, «los jugadores granas ya se están aclimatando dado a que también nuestra ciudad se está viendo azotada en estos últimos días por una ola de frío como hace tiempo no se sufría».
El tiempo en Murcia, cuando se acerca febrero, parece enloquecer. Algunas veces, incluso, más que por frío por calor. Eso sucedió en 1886 cuando los termómetros marcaron hasta 31,7 gradps. Muy lejos, desde luego y según la Agencia Estatal de Meteorología, de los -32 grados registrados oficialmente en Lago Estangento (Lérida) el 2 de febrero de 1956. Por nadie pase.
Fuente: https://www.laverdad.es/