POR JOSÉ LUIS ARAGÓN PANES, CRONISTA OFICIAL DE CHICLANA DE LA FRONTERA (CÁDIZ)
En el artículo anterior dejamos la narración del niño Joaquín García Icazbalceta en su visita en burro al Doctoral, también llamada la “Hacienda de los siete hermanos”; de allí pasaron a la zona del Rosalejo donde había una casa con azotea. El 10 de mayo, domingo, estuvo en misa y por la tarde paseó por La Cañada –la actual Alameda de Solano– en donde había asientos para descansar. Al día siguiente el paseo de la mañana transcurrió por el lado opuesto del término municipal visitando la capilla de La Soledad. Otros días los paseos fueron más pequeños: “a una huerta con una calle de cipreses” y un molino que estaba haciendo la molienda –¿quizá la Huerta Alta?, pues añade que a la vuelta la hicieron por el pinar–.
Del mismo modo, el día 16, se acercaron a la Huerta del Rosario, y el domingo escucharon misa en la iglesia del Santo Niño que, aunque antigua, dice: “es fea porque medio altar está sin pintar”. En cambio le encantó la iglesia Mayor, pero añadió: “Está sin terminar” –igual que aún en la actualidad–. Alimentados espiritualmente acudió a una bodega. Como era domingo por la tarde no faltó el paseo por La Cañada.
En el paseo del lunes 18 fueron a una huerta de Cañonete, en la parte baja antes de llegar al balneario de Fuenteamarga. Así transcurrían los días de primavera llenos de sol. Sin embargo, llovió durante unos días, y no teniendo nada que resaltar, escribió unas sencillas palabras llenas de poesía: “El ruido del agua, mezclado con el de los árboles movidos por el viento, la soledad que había, pues nadie pasaba, la vista de las huertas desiertas, en fin, los llanos […] en que termina la vista, infundían melancolía”.
Al comenzar el capítulo tercero declara su imparcialidad sobre lo que está escribiendo: “Sin parcialidad ni encono de lo que estamos muy ajenos…”.
Después de unos días sin salir, el 22 de mayo, estuvo en otra huerta que fue de Francisco Javier Campana “que tiene hecho con boje las tres letras F X C en ortografía antigua”. Los paseos se repiten por Santa Ana: “(…) es redonda y bastante alta para un círculo de su tamaño”. Pero de la iglesia de San Telmo dice: “Es fea y oscura”.
Haciendo referencia a su casa [situada, según señala Jesús D. Romero Montalbán, en el número 2 de la plaza de España] dice que tenía una puerta trasera por donde él pasaba para ir a pescar al cercano río Iro. Escribió García Icazbalceta: “(…) es de advertir que algunas tardes me divierto pescando”. Las visitas a la Huerta del Fontanar también eran frecuentes: “… es una huerta muy grande y está algo distante”.
A primeros de junio en su paseo de la tarde nos habla de dos huertas más, la de Restán y la del hospicio. Esta última la describe como “más bien un jardín que una huerta, pues a excepción de un corto trecho todo lo demás es de flores”. El domingo día 6 de junio la misa la oyeron en la iglesia de San Sebastián: “Iglesia de una sola nave, muy antigua”. Y por la tarde a La Cañada. Los siguientes días transcurrieron con la misma rutina hasta volver a Cádiz el día 16, “sin novedad”.
La parte final del libro creemos que es una de las más interesantes. En el apartado de “Ideas generales” nos habla de nuestra Chiclana de la época, y escribe: “La villa de Chiclana desde su primera vista presenta el verdor y la alegría. Lo primero que de ella se descubre es el cerro de Santa Ana; pero antes de entrar lo primero que se ve es el pinar y después la arboleda de la Cañada. El piso es generalmente malísimo, particularmente la salida de la Cañada para el puente (…)”.
No podía faltar su mención a los baños de Fuenteamarga: (…) son muy concurridos por la gente de Cádiz, que van allí a bañarse”. Del carácter de los chiclaneros cree que son “naturalmente montaraz y desabrido (…) Cuanta injuria hacen es menester aguantar (…) pero hay algunos de mejor carácter”.
Sobre los edificios o “establecimientos útiles” el hospicio de San Alejandro –nuestro actual edificio del Ayuntamiento– lo describe como “espacioso (pues, aunque no vi el interior, entré el patio que está rodeado de columnas y pude juzgar su tamaño), con un jardín regular, plantado de flores. Es obra de D. Alejandro (…) [Risso]”.
Concluye el diario con unas palabras premonitorias de su vocación como historiador: “No es mi patria y así puedo hablar de ella con imparcialidad, y si algún día se ofreciese hablar de ella, haría lo mismo”. Joaquín García Icazbalceta, del que escribiremos otro día, bien merece nuestra atención. En su exlibris reza una sentencia en latín que traducido al español dice: “El ocio sin literatura es muerte”.
Bibliografía:
-GARCÍA ICAZBALCETA, J (1835): “Un mes y medio en Chiclana o Viaje de ida y vuelta de Chiclana a Cádiz.