SEGÚN MIGUEL ROMERO SAIZ, CRONISTA OFICIAL DE CUENCA.
Queridos lectores, sí son de Cuenca ciudad o alrededores, seguramente habrán pasado por la cercana localidad de Villar de Olalla y puede incluso que hayan parado a desayunar. Yo hace tiempo descubrí un interesante lugar para el reposo que quiero recomendarles, sí buscan tranquilidad y sosiego. El paseo entre su iglesia parroquial de la Natividad de Nª Señora y la ermita de Nª Señora del Villar está rodeado de árboles y jardines cuidados que invitan a hacer ese alto placentero o simplemente respirar.
Según el cronista de Cuenca Miguel Romero Saiz – también bloguero de este mismo medio -, el topónimo de Villar de Olalla podría venir del árabe y significar vega fértil (walay). Otra erudición especula sin mucho fundamento que Villar podría referirse a una “mansio” de la vía romana secundaria entre Opta y Valeria. Aunque, por esa lógica, también el origen podría encontrarse en las villas y asentamientos romanos que hay a cierta distancia del casco urbano. No obstante, la actual población parece ser una aldea adscrita al alfoz o Tierra de Cuenca. Es decir, estamos hablando de una fundación en torno a finales del S. XII y principios del S. XIII. Pero hay que esperar a la Baja Edad Media para que aparezca mencionada la aldea de Villar de Olalla, pues tiene su reflejo en el testamento del cardenal Gil de Albornoz. Este deja a su sobrino García Álvarez el señorío jurisdiccional Naharros y Uña, Valdemeca, Aldehuela, Cañizares, el Hoyo de Cuenca, Ribagorda, Poyatos, Portilla, Valdecabras, Valsalobre, Sacendocillo, Arrancacepas y Villaseca. También disfrutó de las minas y los pozos de sal en Valsalobre y Beamud, adquiridos por trueque con el cabildo catedralicio de la ciudad de Cuenca; asimismo, la heredad de Sotoca, cercana a Sacedoncillo, fue adquirida por compra. Otros heredamientos fueron Valera de Suso y Yuso, además de nuestra Villar de Olalla y la propiedad, entre otras, de una casa en la cercana Ballesteros. En la primera mitad del S. XV sabemos que la localidad fue propiedad del condestable Álvaro de Luna. A este respecto es interesante señalar la nomenclatura de la calle en la que se asienta la propia iglesia parroquial: calle del Castillo ¿podría haber existido un algún tipo de fortificación en este punto o los alrededores, vinculado con esto linajes?
Ya en el S. XVI un censo de 1579 nos habla de una población en torno a los 120 vecinos. Este último tercio del S XVI debió ser de cierta bonanza, puesto que en 1587 había 131 vecinos, en 1580 los libros parroquiales cuentan 140 vecinos y en 1591 aumenta a 156 vecinos. En este ultimo año, había 150 pecheros, 2 clérigos y 4 hidalgos, lo cual, constituye una pequeña radiografía social muy habitual en muchas localidades del reino de Castilla. En el S. XVII, las poblaciones cercanas tenían pocos habitantes – me refiero a la mentada Ballesteros, Zarzoso y Abengozar – No se celebraba culto, por lo que tenían que desplazarse hasta Villar de Olalla para celebrar misa. Consta en libros parroquiales que se tuvieron que repartir catecismos y otros libros de temática sagrada para aliviar las necesidades de la fe. También este dato nos habla de cierto grado de alfabetización en este segmento de población rural. Los habitantes en 1785 eran un número de 533. Y ya en el Diccionario de Madoz de 1845 del pueblo se dice que el pueblo tenía 90 casas de mala construcción, terrenos dedicados sobre todo a pastos y caminos en no buen estado. La población era de 640 almas y en Ballesteros había diez casas con 39 personas.
La iglesia parroquial de la Natividad de Nª Señora, en lo más alto del pueblo, es un edificio de la centuria de 1600. La actual cabecera poligonal tal vez recuerde a un templo anterior con este diseño – recordemos que lo habitual en los S. XVII y XVIII suele ser una cabecera plana -. Además, en el zócalo exterior de esta capilla mayor hay un ventanal cuadrangular abocinado que no sería extraño situarlo en la centuria de 1500. De momento, esto no dejan de ser posibilidades que deben ser refrendadas por estudios más serios. Lo único seguro es una deuda de 900 ducados que la parroquia tenía con un cantero, sin que hayamos podido comprobar en concepto de que. La documentación también nos informa de que, en 1654, la iglesia estaba en plena construcción desde sus cimientos y tan sólo estaba en pie la capilla mayor. Los libros de visita también hablan de crismeras de plata y retablo.
Dispone de una sola nave con coro elevado a los pies y crucero inscrito en planta cubierto por una media naranja que se convierte al exterior en un cimborrio a cuatro aguas. Como ya ha apuntado, la cabecera es poligonal con tres contrafuertes. Se alterna la mampostería concertada con la cantería para vanos, esquinas y refuerzos. La cornisa también está finamente tallada con diseño de gola sobre un pequeño filete y una hilera de sillares escuadrados. La nave se cubre con una bóveda de medio cañón y lunetos que apoyan en arcos de medio punto perpiñanos y fajones, que a su vez parten de pilastras que también sostienen una cornisa que recorren al interior todos los muros. Es un diseño austero que parece típico de las corrientes del barroco severo. Antes del altar mayor se arma una cúpula gallonada y tramos también de medio cañón en los brazos del crucero. Los vanos disponen de recercados con orejeras. A los pies está la torre campanario, cuyo cuerpo superior está resuelto en cantería fina. Su diseño comprende cuatro vanos de medio punto en cada lado del elemento torriforme, filetes que parten de los salmeres y pilastras de orden toscanos en las esquinas, además de una cornisa sencilla debajo de tejado a cuatro aguas. En el lado norte destaca una capilla lateral cubierta también por una media naranja. Según hemos visto en la web del Ayuntamiento de Villar de Olalla – y nos lo han corroborado vecinos con lo que hemos hablado -, durante la Guerra Civil, la iglesia sufrió incendios y saqueos.
Desde esta construcción de la Edad moderna, sí continuamos ladera abajo entre un paseo arbolado nos topamos con la ermita de Nª Señora del Villar. Si bien se ha sugerido que su construcción corre casi paralela al templo parroquial, lo vemos más bien como un producto del S, XVIII, centuria en la que cobra mucho suceso el propio culto a la patrona. Se concibe como un sencillo edificio prismático de una sola nave con presbiterio precedido de un crucero no inscrito en planta y coronado por una media naranja. La nave se muestra cerrada por una bóveda de lunetos. Lo cierto es que la centuria de 1700 consagra las técnicas con las que está construido. El Siglo de la Ilustración en España son cien años en los cuales prima el Arte de la Albañilería. Ello contrasta, por ejemplo, con un S. XVI que constituiría el siglo de los canteros y la piedra. No es algo casual, sino una lógica evolución a partir de un Siglo del Hierro – el S. XVII -, que debido a sus múltiples crisis, intentó ahorrar costes en la construcción con fábricas de ladrillo que simulaban formar clásicas mediante revestimientos y molduras de cal o yeso.
El mismo Juan de Villanueva, el célebre arquitecto que diseño el mismo Museo del Prado, escribió en este siglo XVIII “El Arte de la Albañilería”, destinado “a jóvenes que se dediquen a ello”. Es interesante porque en él se dan instrucciones de cómo realizar fajas resaltos, impostas y cornisas con técnicas de albañil. El objetivo es muy claro: “Todo, lo más difícil en estos trabajos consiste en que la parte que se debe formar, salga inmediatamente perceptible en su determinada forma, sin la ayuda, de guarnición de cal, yeso u otro material, y que esta parte sea tan unida y asegurada con el cuerpo total de la pared, que no pueda, en ningún tiempo separarse o desprenderse”. Villanueva se refiere al ladrillo como la pieza por excelencia que trabaja el albañil. No obstante, también hace uso de la mampostería no sólo para el muro, sino también para conformar el cuerpo sólido de elementos como pilastras, tal y como se ve en el interior de esta ermita de la Virgen del Villar. Su destino es, obviamente, ir revestidas y a tal efecto nuestro arquitecto clásicista dedica su capítulo XVIII. En él pide más atención para los jarreos, rehundidos y resaltados de pilastras, columnas, cornisas y demás adornos. “Estos necesitan diversas y particulares atenciones é instrumentos que faciliten el trabajo. Los instrumentos que por lo regular se usan se nombran con la voz común de terrajas. La terraja es un perfil de yerro de la moldura o guarnición, dispuesto y acampanado de madera, de tal modo que facilite el poderse correr toda ella, por unas reglas firmes que determinan la dirección y rectitud de la moldura”. Es decir, este último instrumento no es otra cosa que la regleta que utilizan hoy en día las cuadrillas de albañiles.
El interior de la ermita, de hecho, se resuelve con muros interiores en los cuales se articulan en tres arcos ciegos apoyados en pilastras menores y capitales en orden toscano que también dan continuidad a un entablamento, también menor, que atraviesa los dichos arcos a la altura de los salmeres. Están separados por pilastras con orden gigante y capitel toscano. Estos capiteles también se integran en un entablamento en yeso con formas simuladas al fresco. Se aprecia un friso continuo de triglifos, tan sólo interrumpido en el centro por ménsulas cefaleas de distintos personajes con bastos cruzados. En los riñones del arco se aprecian motivos vegetales de hojarasca. Se advierte a primera vista que el programa decorativo, afortunadamente, ha gozado de un proceso de restauración muy satisfactorio.
Al exterior, los muros se resuelven con mampostería y sillería en esquina, tal y como se aprecia a primera vista. Sin embargo, en origen también estaban revestidos por un talochado de cal y falso despiece de sillería, remarcado con líneas en yeso. Sin embargo, su cornisa superior no se resuelve con ningún recurso clásico, sino con una sencilla doble línea de bocatejas y ladrillos macizos a soga, que no están exentos de cierta sofisticación, pues en su interior observamos esgrafiados con triángulos isósceles pintados que simulan sobras. Además, sí se alejan para observa su cimborrio verán que su cimborrio exterior – el que cubre la cúpula de media naranja al interior – tiene un punto de ruptura. De repente, verán que los sillares de esquina que refuerzan cada uno de sus cuatro muros se convierten en fábricas de ladrillo macizo. Ello se debe a una reforma de 1790 en que no sabemos porqué se debió recrecer la altura de este elemento o tan sólo se reparo ¿Qué como soy tan listo para poder precisarle la fecha de reforma? Tiene trampa: hay un epígrafe en el lado que da a la cabecera donde se lee esa fecha de 1790. Pero lo interesante es que no es una lápida labrada en piedra, sino se rotula con las mismas escorias de fragua que recubren el revestimiento que se extiende en esta fase constructiva. Puede que las escorias de hierro les recuerde al muro toledano medieval, que adornan las juntas de su mampostería. Lo cierto, es que este material no se extingue en 1453 o 1492 (fechas en que la historiografía sitúa el final del medioevo), sino parece tener mucho recorrido especialmente en edificios de vivienda y otros de carácter más funcional. Pero que duda cabe, que una tradición tan nuestra que merece todo nuestro aprecio e interés ¿No les parece?.
FUENTE: https://eldiadigital.es/art/458995/un-paseo-por-villar-de-olalla