POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ÁREVALO (ÁVILA).
Esta semana se daba la noticia del hundimiento parcial de una casona palacio del s. XVII, según la historia de Montalvo, el autor del libro “De la historia de Arévalo…”, fue construido por una de las ramas del linaje Montalvo, concretamente los Montalvo Monjaraz, y según Marolo Perotas en 1615, situada en la calle Arco de Ávila, que ya amenazaba ruina desde hace tiempo, y parece que ya tenía expediente de ruina tramitado. Aparte de la noticia de alcance, que afortunadamente por la hora, no había ocasionado daños personales, que se ha dado ampliamente en este Diario de Ávila, hoy quiero detenerme en otros aspectos del suceso, por tratarse de un edificio catalogado dentro del patrimonio monumental arevalense como edificio singular, como una arquitectura civil palaciega nobiliaria y un ejemplo muy característico de nuestra arquitectura. Quizás nombrarlo palacio sea un exceso, eso sí, es una gran casona, muy superior a las construcciones normales, y se corresponde con una de las últimas de unos linajes arevalenses ya en declive por esas fechas.
Bien entrado el s. XIX el edificio pasa a otras manos, con la marcha de esa familia de la ciudad, y desde entonces ha tenido diversos usos. Así, en 1870, Pascual Herráiz puso en el caserón una fábrica de tejidos que llegó a tener entre 20 y 25 operarios como interesante industria textil. En la mansión vivió muchos años la familia Herráiz-Regúlez.
Fue cuartel de la Guardia Civil desde 1906, alojamiento del destacamento de Arévalo, quizás con la casa colindante, que entonces sería posiblemente una misma, por lo que el Ayuntamiento pagaba una renta mensual de 900 pesetas, ya que la corporación tenía el compromiso de facilitar el alojamiento de las fuerzas de la Guardia Civil, hasta la construcción del cuartel primero de la Carretera de la Estación.
En 1912 se propuso este edificio como sede para el Archivo general Militar que por esas fechas pudo haberse instalado en la ciudad, motivo por lo que también intentaron su compra, pero la idea fue desechada por no tener suficiente espacio para albergar el archivo de forma inmediata, ni reunir condiciones, y además considerar el precio excesivo.
El año 1915 como complemento a este edificio, se habilitaron unas dependencias para cuadras, ya que entonces llegaron nuevos contingentes de fuerzas de Caballería. Ya entonces surgió la idea de realizar una Casa Cuartel nueva y capaz, en la carretera de la Estación, junto a la cañada, proyecto que se aprobó en abril de 1920, pero que su construcción se dilató considerablemente, ya que hasta el año 1930 no será entregada la Casa Cuartel al Ministerio.
Después el edificio fue habilitado como hostal y así funcionó durante años. En él estuvo hospedada un personaje peculiar durante el curso 1933-34 en que estuvo como profesora de dibujo del antiguo instituto, Maruja Mayo, aquella pintoresca pintora gallega, polémica artista, que siempre recordó los fríos de aquel invierno de Arévalo pasados en aquel hostal, como bien recordó ya anciana en Madrid a su regreso del exilio.
Posteriormente fue adquirido por la familia Álvarez, y en el edificio tuvieron su casa y el negocio de ferretería y materiales de construcción, hasta que el año 1985 se trasladaron a un nuevo edificio, aunque éste aún sirvió de almacén algunos años más. Durante los últimos años ha permanecido cerrado y abandonado, con amenazas de la estabilidad de su fachada que está sensiblemente desplomada y tenía ya parches toscos en sus partes bajas.
El edificio está catalogado como “singular” en la lista de protección del Plan Especial, complemento del Plan General de Urbanismo. Una lista siempre discutida porque a juicio de muchos no se corresponde bien con la realidad, al darse la paradoja de no estar incluidos en ella algunos edificios manifiestamente singulares y con elementos interesantes de conservar, y sin embargo si lo están otros de dudoso carácter arquitectónico carentes de valores. Y como continuación a lo dicho, una lista que no garantiza ninguna protección, que dificulta el derribo de edificios amenazantes, y al ser patrimonio no admite reformas salvo con planes muy costosos. Si a ello se suma que estos edificios suelen tener una propiedad muy compartida y numerosa, todo ello nos lleva a la conclusión de que, si ya es difícil mantener un amplio patrimonio arquitectónico, lo es aún más si esas normas dificultan posibles actuaciones. Algún intento hubo hace unos años de actuar sobre el edificio y espacios aledaños, pero tantos condicionantes burocráticos hicieron abandonar la posible actuación.
Según las declaraciones realizadas que dicen que se derribará lo restante del edificio, nos podríamos preguntar por los criterios que han prevalecido para esa decisión, no sé si de técnicos de patrimonio, municipales, o políticos, pero que pone en tela de juicio toda la normativa y la política conservacionista de nuestro patrimonio, el menor y el mayor, como tantas veces hemos presenciado, lo que demuestra que no hemos aprendido nada. Si esa decisión es firme, habría que considerar otras muchas.
Lo que sí es cierto es que nuestra ciudad se está convirtiendo en un contenedor sin contenido, un decorado, malo por cierto y con penosas actuaciones, de un casco histórico que tenía personalidad propia y poco a poco, con actuaciones de gran calado o con pequeñas cosas del día a día, está perdiendo esa personalidad. Es asombroso como al particular se le dificulta todo, no se deja hacer nada y luego las administraciones hacen lo que quieren en aras del prurito de la firma de autor.
Recuerdo ahora una frase que me ha dicho mi amigo Fernando Gómez Muriel, cuando un día en Santander, hablando con Peridis, el creador de las Escuela Taller, le dijo que conocía bien la ciudad y que desgraciada y tristemente “Arévalo había abandonado su casco histórico para trasladarse a los pinares, destruyendo así ambos…”.
Arquitectónicamente hablando, el edificio es de una gran fachada de ladrillo, con hiladas de ladrillo y cajones, como es nuestra arquitectura característica, con una gran puerta de piedra de granito, adintelada y con tres escudos de la familia, con león rampante, roeles y cuarteles muy mezclados por los diversos enlaces familiares, con una verja, cinco balcones y cuatro ventanas con unos singulares arcos sobre sus dinteles, unos arcos compuestos, decorativos y recuadrados, que recuerdan la permanencia del gusto mudéjar hasta bien avanzadas las fechas, y tiene además dos ventanas abiertas con posterioridad en alguna de sus reformas anodinas y sin adornos alguno. Tiene en su interior un gran portalón distribuidor, con escalinata, dos bodegas y una arquitectura camuflada por numerosas reformas, un patio o soportal de columnas, o parte de él, al menos he visto dos con volutas al estilo de la época de estas casas nobiliarias.
Gutiérrez Robledo lo describe así en su “Memoria mudéjar en La Moraña: la arquitectura”, hablando del mudéjar civil: “…hay un palacio de una fachada con un tardío mudéjar como el llamado nuevo palacio de los Montalvo, que organiza sus muros con rafas, cajones y remata sus huecos con dinteles con triples arcos sobrepuestos a dinteles con ladrillos que convergen en el centro…”.
Un nuevo ejemplo de “Un patrimonio que se pierde”, una vez más…R.G.S.
FUENTE: CRONISTA