POR JUAN LUIS ÁLVAREZ DEL BUSTO, CRONISTA OFICIAL DE CUDILLERO
Permítanme, en primer lugar, felicitar muy cordialmente a la Cofradía de la Buena Mesa -y de la Buena Gente- de la Mar de Salinas por el doble acierto que el jurado ha tenido al conceder las «Llámparas naturales» 2008 a la Universidad de Oviedo, en su 400.º aniversario, y a José San Martín Gallego, popularmente conocido por la familia marinera del Cantábrico como «Pepín el de Santoña», porque en ambos casos se justifica, sin duda alguna, la filosofía de este preciado galardón creado en 1986 para distinguir a aquellas personas e instituciones que tengan o hayan tenido alguna actuación sobresaliente por su buen hacer en cuestiones relacionadas con la mar y sus gentes.
Dicho lo cual, vamos con Pepín, que es a quien me corresponde glosar a petición suya, lo que le agradezco de corazón, ya que es todo un honor para mí hacerlo, además en un marco incomparable como éste en el que nos encontramos: a la orilla de la mar y vigilando la costa desde el Museo de las Anclas, el busto viviente de Philippe Cousteau -hoy con su corazón aquí-, magnífica obra de ese gran artista nuestro que es Vicente Santarúa.
José San Martín Gallego nació hace 63 años en Santoña, hermana y hermosa villa marinera de las Asturias de Santillana. Su vida está enteramente relacionada con la mar; tanto que no se entendería bien la mar sin Pepín o Pepín sin la mar. Podría decirse que en ella nació, como aquel niño pescador al que le canta Jesús López Pacheco así:
«En el fondo de la barca / duerme el niño pescador. / Y la madre mar le mece, / nanas le canta el motor. / En el fondo de la barca, antes de salir el sol. / ¡Despierta, niño, a los remos, / que ya eres un pescador!».
Y es que a los 14 años ya «andaba» a la mar, a los 18 obtuvo el título de radiofonista naval, a los 19 se convirtió en técnico de patrón de pesca y posteriormente en patrón de primera. Fue, en definitiva, rapaz, pescador y patrón de bajura y de altura. Hasta que a los 33 años se vio obligado a dejar la profesión debido a que, por una enfermedad, tuvieron que amputarle una pierna, y a los 46, la otra.
Este serio contratiempo no arredró a Pepín, empeñado en seguir siendo útil a la comunidad pescadora, aunque fuese desde tierra, pero pegado, unido, a la mar, como una llámpara. Y así fue como pasó a ocupar el cargo de radiofonista voluntario en la emisora de la Cofradía de Pescadores de Santoña, prestando desde entonces servicio a todas las embarcaciones de la cornisa cantábrica, con información meteorológica y de orientación en alta mar, además de colaborar con Salvamento Marítimo, la Cruz Roja y el Centro de Meteorología. Ha de tenerse en cuenta que el «Parte de Santoña» que emite Pepín es el más fiable, con diferencia, para los pescadores.
Sin embargo, no es la parte técnica y de información el aspecto más valorado por Pepín, sino el diálogo a través de las ondas con los pescadores, compartiendo las alegrías en momentos de bonanza y sirviendo de apoyo en los momentos más difíciles, en ocasiones marcados por la tragedia. Su voz es la voz del mar, el faro de la palabra o la campana en la niebla, como bien dijo Tico Medina. La vida de este hombre a quien hoy rendimos un justo homenaje es, en fin, una historia de pasión, eficacia, sentimiento y solidaridad a favor de sus compañeros del alma, los pescadores, integrados en un sector que atraviesa por momentos difíciles, que quizá los lleve a cambiar el pan por el pez en su oración: «El pez nuestro de cada día, dánosle hoy…».
Esta admirable y altruista labor le sirvió a Pepín para que a lo largo de su dilatada, hermosa y ejemplar vida recibiese distintos homenajes y reconocimientos. El último, la medalla de oro al Mérito en el Trabajo, concedida por el Gobierno de la nación merced a un acuerdo del Consejo de Ministros del 2 de diciembre de 2006. Tras imponérsela el ministro Jesús Caldera, éste afirmó que no había nada más hermoso que conceder la máxima distinción de su departamento a un obrero, en este caso del mar, resaltando la humildad de Pepín, para terminar añadiendo que «los que más esconden sus méritos son a menudo los que más derechos tendrían de ostentarlos».
Otro homenaje, que sé que Pepín no olvida, fue el de la concesión por parte de la Asociación Amigos de Cudillero de la decimocuarta «Amuravela de oro» en 1993, en un acto cargado de emotividad al que asistieron más de quinientas personas, la mayoría pescadores procedentes de todos los puertos del Cantábrico. Y muchos de ellos conocieron a Pepín personalmente, ya que hasta entonces sólo lo era por su voz.
Gracias por todo, Pepín. Pescador en tierra con el corazón en la mar, que transmites mediante tu voz a través de las ondas, las olas, las anclas, las estrellas y el viento.
Y termino:
«Era que era una vez / un pescador con dolor, / el mar y un pez. / El mar pescó al pescador. / El pescador se hizo pez, / y el mar le calmó el dolor. / La mar le calmó la sed».
Ese pescador, amigos, es José San Martín Gallego, «Pepín el de Santoña».
Fuente: http://www.lne.es/