POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Intentando poner un poco de orden en mi desorden de biblioteca y archivos, volví a acariciar (lo digo con pleno sentimiento) el libro de doña Emilia Pardo Bazán (1851-1921), editado en 1913 y cuya edición poseo, «La Cocina Española Antigua». Instintivamente lo abrí al azar y, ¿quieren creer lo que encontré?
¡La misma receta, con el mismo texto y con la misma fuente de información, que ayer publiqué sobre «La morcilla dulcede manzana» y que, como les dije, había encontrado en el archivo de la Biblioteca Asturiana del Colegio de la Inmaculada (Gijón) con data de finales del siglo XIX!
¡Horror, terror y furor!
¿Estará equivocada la datación de la carpeta?
¿Serían amigas la condesa de Pardo Bazán, la autora de la receta y la familia gijonesa en cuestión?
¿Habrá existido plagio-apunte?
Tiene gracia la cosa y, si puedo, intentaré resolver el «enigma».
Doña Emilia fue muy amiga («aquí, mi señora; aquí, una amistad»; dicen los cursis para enmascarar la realidad de una amante) del gran escritor canario don Benito Pérez Galdós. Ambos pertenecían al Ateneo de Madrid y se cuenta que, pasados los años y «rota la unión sentimental». Se cruzaron en la escalera del culto y noble edificio.
«¡Adiós, viejo chocho!», le dijo la condesa
«¡Adiós, chocho viejo!», le respondió el escritor.
Como ven, también los intelectuales, en privado y con humor, tienen sus desahogos.
Vuelvo con la condesa.
Por cierto, ¿saben que su palacio coruñés es actualmente propiedad de la duquesa de Franco?
¡¡Es el Pazo de Meirás!!
Pues en ese precioso libro (¡qué preciosidad! , les digo una vez más) viene una receta de preparación de mejillones, muy fácil y muy adecuada para un viernes cuaresmal, que es día de «vigilia», como se decía antiguamente.
Pidan en la pescadería mejillones de buen tamaño y bien repletos de «carne»; es decir, los de mejor calidad. Lávenlos al chorro de agua fría, eliminando «barbillas» y demás acompañantes de las conchas.Denles un hervor con un poco de agua a la que se añadió un chorro de vino blanco y, si gusta, media hojita de laurel.
Seleccionen su carne y, dispuestos en una fuente, rocíenlos muy ligeramente con un poco de zumo de limón (esto es opcional).
Escúrranlos y séquenlos con papel absorbente. Rebocen en harina y huevo batido y frían en abundante aceite bien caliente.
Sírvanlos de inmediato.
Un albariño o una sidra espumosa pondrán el resto.
NOTA.- No es preciso salar los mejillones; ya aportan ellos sal suficiente.