POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
He llegado a la conclusión de que las vacaciones de verano debilitan el cerebro a una parte de la población. Eso explicaría que las programaciones de televisión, que tampoco es que tengan en invierno un nivelazo, las diseñen para mentes con encefalograma plano. Si intentas encontrar en la larga lista de canales una conversación inteligente, una película buena, un espectáculo de altura, es un milagro. Por eso resulta aconsejable guardar en la maleta las novelas que durante el año no tienes tiempo de leer para llenar las horas de ocio estival. O instalarte en un lugar fresco donde haya amigos con capacidad de entablar tertulias. Yo tengo esa suerte. Me encanta leer, y además cuento con amistades pensantes en mi entorno veraniego. El pasado agosto he leído buenos libros, uno de ellos de R. J. Sender ambientado en Cartagena, sobre el desastre que fue la primera República. El último, una excelente obra de Juan Eslava Galán, a modo de libro de viajes: ‘Príncipes, castillos y batallas en el paraíso disputado. Un paseo por la historia y la arqueología de Jaén’ (Ed. IEG, Jaén, 2015), con excelentes ilustraciones y amena redacción. Una delicia. Es uno de esos libros que nos redime de tanta vulgaridad veraniega, y que se quedan para siempre en la biblioteca, como obra de consulta.
Recordaré con agrado este verano gracias a esos libros, y a las reuniones de amigos. Alguna de contenido cofrade-gastronómico, como las que organiza la Cofradía del Cocido con Pelotas de Torrevieja, a la que felicito por poner en valor ese riquísimo patrimonio cultural que ofrece la buena cocina española.
Porque en una comida sencilla, cuando hay anfitriones inteligentes, se puede disfrutar y aprender a la vez. Es que ambas cosas son compatibles. Igual sucede con una conversación, si tus interlocutores tienen sentido del humor, capacidad crítica y sensibilidad social.
Una tarde cualquiera de este verano vino a casa una amiga. Liamos la hebra, como se dice vulgarmente, y supe que colabora en instituciones dedicadas a ayudar a los necesitados, caso del Banco de Alimentos y Cáritas. Me contó con ejemplos concretos que la pobreza no es una palabra vacía de contenido en esta España nuestra llena de ricachones, cosa que ya sabía. Pero también me contó que en su pueblo no hay ni una sola familia necesitada, nativa o foránea, a la que le falte el pan nuestro de cada día, atención sanitaria, ropa, libros y escuelas para los niños, y otras necesidades básica. Porque, aunque las prestaciones sociales del Estado sean cortas, las suple el altruismo generoso de muchas ONG.
El punto negativo de su conversación fue cuando me explicó el abuso que unos pocos hacen de estos servicios, pues ella era testigo de ver salir de sus oficinas a algunos ‘pobres’, que tras cargar la caja de alimentos habitual, tenían la cara dura de parar en el estanco a por tabaco, y desayunar en una cafetería del pueblo. Lo cual está bien, si sobra. Pero fatal cuando va uno por la vida con cara de pena y viviendo del trabajo altruista de tantos cooperantes. Esta conversación nos llevo, a mi amiga y a mí, a intentar definir a qué se llama ‘pobre’. Y si es lo mismo ser pobre aquí que en Argentina, por poner un ejemplo, que me viene al pelo; porque tengo familia allí, y porque me sentó muy mal que el Papa Francisco, argentino, a quien nadie discute su conciencia social, recurriera a Andalucía para ejemplificar la pobreza absoluta actual. ¡Cómo si los andaluces fuéramos los parias de la Tierra!
Naturalmente no es igual ser pobre en Europa que en África. Y no es la misma pobreza la de una aldea de la Patagonia argentina que la que tenemos en Jaén. Lo que aquí llamamos pobreza, allí es miseria. Una miseria similar a la que yo vi, aunque no la padeciera, en la España de mediado el pasado siglo, cuando había niños famélicos, rapados al cero y con harapos, vagando por las calles. Cuando la vejez llegaba a los cincuenta años. Cuando muchos se morían de pulmonía por no tener penicilina. O de apendicitis, por falta de dinero para ir a la capital. Cuando cada mañana tocaban las campañas de difuntos porque los niños morían a porrillo de disentería, tosferina, desnutrición o sarampión. Y los mayores, de tuberculosis.
Hoy en España hay demasiados pobres, y debemos ayudarles distribuyendo mejor la riqueza. Que en eso consiste la justicia social. Pero son otra clase de pobres. Por cierto también hay muchos pobres de solemnidad mental. Son los que no se cuestiona nada. Los que imitan la última horterada que inventa un chiringuito playero, o la tele-basura. Los que son sólo marionetas movidos por la canción del verano, y huelen a cerveza barata a todas horas. Los que ni recuerdan cuando leyeron un libro. A los primeros pobre, los del hambre de pan, les podemos ayudar. A los segundo, no. Es que no saben lo pobres que son.
¡Pobres!, dice mi papelera
DESCARGAR PDF:
Fuente: Diario IDEAL. Jaén, 25 de agosto de 2016