POR FRANCISCO JAVIER ARELLANO LÓPEZ, CRONISTA DE LUIS MOYA, ZACATECAS (MÉXICO)
En el viaje por la vida no me di cuenta cuando pasé los 60 años, de buenas a primeras ya estaba en las 70 vueltas al sol. No iba dormido, pasé varias curvas, ríos, montañas y mares muy ocupado; batallé con algunas tecnologías y sucedió que desperté de mi monólogo en la ciudad de México. Ya no es ni la sombra de la metrópoli que conocí el siglo pasado. No, ahora está más bonita, está más arreglada y, aunque tiene más gente, sigue siendo una ciudad muy atractiva. Sigue siendo transparente.
La gente habla según como le vaya en la vida. La amargura es caraja y no deja ver la belleza. En estos días pasados fui a la ciudad capital. Me dijeron que contratara los uber o los didi, que ellos son muy seguros. Los taxistas son los peores choferes, abusivos, lángaras, mentirosos y otras linduras. Como no tengo aplicación de uber, tomé un taxi seguro de la Central Norte al Hospital 20 de Noviembre. Me cobró 240 pesos. Los pagué sin prejuicio porque me llega mi pensión de adulto mayor.
También los pagué porque mi compañera no puede caminar de arriba abajo o andar por las escaleras. Los pagué porque creo que el dinero debe rolar por la clase baja. El chofer del taxi dice que esas pensiones no se las debieran de dar a los que tienen recursos, que solo a los pobres. Yo le contesté que puedo viajar en el metro pero que prefiero pagarle a él para que aumente su salario. Acordó.
El uber es un poco más caro y lo tengo que esperar a que llegue. El taxi está más a la mano y parece rápido. He platicado con los choferes, son excelentes personas, me cobraron lo que era, no dieron rodeos, no alteraron el reloj de cobro; me platicaron varias rutas de los camiones, me dieron varias ideas para viajar en el metro o en trolebús. No es nada de lo que me dijeron de ellos. Son trabajadores de la ciudad. Excelentes personas, pero, por las dudas, antes de tomar el taxi, yo preguntaba cuánto me cobraba por ir a tal lugar. Tanto, me contestaba y yo acordaba y nos subíamos al taxi.
El martes pasado fui yo solo a la ciudad de México. Tiene muchas ventajas llegar a esta edad. Con mi credencial de Inapan, pago medio boleto, cuando se puede, bueno y cuando, no, pago boleto completo. Ya casi no cedo el asiento a otra persona porque no debo viajar de pie, en una emergencia y en caso especial, sigo cediendo el asiento, pero son muy remotos los casos. Llegando a la Central Norte me dirigí al taxi seguro, pero… la aventura llama. Además, no quiero pagar 240 pesos de viaje hasta el hospital 20 de Noviembre. Con mi compañera, sí los pago; yo solo, me la pienso. Pregunté a un vendedor ambulante sobre cómo legar a mi destino.
– Váyase en el metro, tome uno (tren) a la Raza, otro a Zapata y otro a Mixcoac. Sí, muchas gracias- no tengo que contestar so pena que me vea como un provinciano p… y tengo mis dudas.
Bajé al subterráneo por varias escalinatas. Van montones de personas. Caminan aprisa. Veo un letrero de compra de boletos. Me venden una tarjeta en 15 pesos y preguntan qué cantidad debo agregar. Está fácil la cosa. En el metro de Madrid sólo está la máquina y tiene muchas opciones y varios botones. Se tiene que pedir ayuda. Aquí, no. La persona me vende la tarjeta y un crédito.
– ¿A dónde va Vicente? – a dónde va la gente.
Comienzo a caminar por aquellos pasillos subterráneos que están largos más que una cuadra pueblerina. Busco el tren que va a Pantitlán. No sé nada de ese lugar. Llegó el tren y me subí. Busqué las estaciones que debo pasar para llegar a la Raza. No las vi bien, una porque están con letra chiquita y otra porque ya no veo de lejos. Mejor pregunté a un viajero que va al lado mío.
– ¿Dónde es la estación La Raza?. Es la siguiente parada- me dijo. En la madre, me levanto rápido y me dispongo a bajar abriendo la puerta el tren.
La gente baja casi con empujón. Ahí voy. El río de personas se desparrama bajando las escalinatas, atraviesa varios pasillos y yo busco el Metro Universidad. Por inercia llegué a la estación. Pregunté a una dama si este tren llegaba a la estación Zapata.
– Si, ahí viene, pero váyase para allá porque aquí es para puras mujeres. A caray… – me avergüenzo un poco pero no tengo tiempo de ponerme rojo.
Casi corrí y luego me subí al tren. Creo que es la línea 3 y llega hasta la Universidad. Pasamos muchas estaciones. El tren va atascado de gente. Yo cargo mi mochila viajera. Localicé mi cartera en la bolsa del pantalón, la toqué pero también vigilé el portacelular que traigo en el fajo. Chin, debí de sacarlo y cargarlo en la bolsa interior de mi chamarra. Mucha gente va viendo su celular y lo trae en la mano. En los “frenones” del tren, el operador no es de primera, todos los pasajeros casi nos caemos y no lo hacemos porque nos agarramos de un asiento o de un porta agarradera. Después de varias estaciones, vi el letrero de la estación Zapata, nos bajamos unos cuantos. Luego busqué el letrero a Mixcoac, seguí su ruta y llegué al otro tren. Lo tomé y unos segundos más, la bocina del tren dijo que ahí era la estación 20 de Noviembre. Me bajé. Salí a la mera puerta del hospital. Y todo por 5 pesos. Este es el precio de mi aventura en el metro de mi primera vez del siglo XXI.
Al día siguiente, después de haber arreglado mi visita al Laboratorio Clínico, tengo pensado regresar por la misma ruta: 20 de Noviembre, Zapata, la Raza y Terminal Norte. Gastaré otros 5 pesos. Pero no fue así. Del hospital me mandaron a una tienda “Lacentas”, comercial gratuito, que está en Tlalpan por San Fernando.
– ¿Sabe dónde queda – No.
– Mejor pague un taxi y ese lo lleva- me dijo una trabajadora del hospital.
Adiós ahorro. Le hice la parada a un taxi.
– ¿En cuánto me lleva a Tlalpan?
– ¿A qué altura?
– De San Fernando- contesté como si lo supiera.
– Lo que marque el reloj.
– Y, ¿cómo cuánto marcará? – le dije porque la señora donde me hospedo me había dicho que cobraban como 90 o 100 pesos, el uber; el taxi es más barato.
– Cómo unos 120 pesos, es que ahorita está muy pesado el tráfico- contestó el taxista con su acento chilango.
Por 20 pesos no me voy a detener. Puedo hacer mis conjeturas en Metro o en camión, pero el tiempo me está ganando y quiero regresar a casa este mismo día. Me fui en el taxi a Tlalpan. El taxista me contó que para el regreso tome el Metro que pasa por ahí y que me baje en Taxqueña. De ahí que tome el trolebús a la Central Norte y que si traigo la tarjeta de Inamapn, nomás se las muestro y el viaje es gratis. Los trolebuses son del Gobierno y no cobran a los adultos mayores. Sólo hay que tomar ese autobús verde para tomar el metro.
Tengo serios problemas de escuchar instrucciones e indicaciones. Estoy como la golondrina, cuando me encuentro solo, ya no sé cómo hacer el nido.
El taxista me dejó en el destino solicitado, en Tlalpan número 4923. No encontré lo buscado. Indago en otros lugares de insumos médicos. No hallé lo que busco. Me devoré varias calles. Ya casi es medio día. No sé dónde estoy, bueno es Tlalpan y la avenida también así se llama. Es agradable el lugar, es la zona de hospitales, hay muchos puestos de comida y una florería. Me gustaría conocer más pero ya debo regresar. Busqué el camión verde que me dijo el taxista, pagué 6 pesos en un recipiente de hierro. Pregunté al chofer por mi próximo destino y me contestó que su camión no va para allá (Taxqueña), pero que él que viene atrás, sí. Dice Izazaga. Lo tomé y pagué 8 pesos.
– ¿Va para Taxqueña?
– Si, pásese y váyase atrás.
Yo esperaba que pasara tres terminales y llegaría al punto de referencia. El chofer insistió que me pasara más atrás que iba a tardar como media hora para llegar. Viajo de pie. Todos los asientos están ocupados. Un compañero viajero me pregunta qué para donde viajo. Le digo que a la Central Norte.
– En Taxqueña tome el trolebús, yo le digo donde se baja y camina como una cuadra y ahí está la estación.
No sé por dónde ando, pero camino. Dios me acompaña. Llegué a Taxqueña y busqué el trolebús azul. Me subí y mostré mi credencial de Inapam. El chofer no dijo nada. Me senté cómodamente en ese trolebús. Es amplio y cómodo. Le caben cerca de 25 personas o más. Luego un viajero me dijo que el trolebús me dejará en la mera puerta de la Central Norte. La ruta es Taxqueña- Central Norte. La ruta completa. Pasamos por el centro de la ciudad de México, vi el palacio de Bellas Artes, Garibaldi y Tlatelolco. Miré a varios pasajeros que subían al trolebús, mostraban su tarjeta de la Tercera Edad y viajan gratuitamente. Otros viajeros mostraban su tarjeta del metro y la máquina aprobaba el viaje. Las tarjetas deben traer su crédito suficiente. Ya no se paga con efectivo, ahora es pura tarjeta. Muchos viejecitos viajan en el trolebús. Caminan con la tecnología. Después de un largo recorrido llegué a la Central Norte por cuyo viaje no pagué un centavo. Luego, compré mi boleto de regreso a casa, también con el Inapam. Es la semana de Pascua y no hay muchos viajeros. Parece suerte pero no lo es. En el pasado viaje de Semana Santa no había boletos de Inampam. Son circunstancias de los viajes.
Esto lo registro nomás para no olvidarlo y, si de algo sirve para alguien que quiera viajar en el metro o en el trolebús de la Cdmx, que mejor. Lo cierto es que tengo que readaptarme a la vida actual, conocer un poco de tecnología y contemplar asombrado la gran obra del Creador. En el viaje de mi existencia debo encontrar la esencia de vivir antes que me quede dormido con las manos en el timón mirando el horizonte.
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