UNA GRAN COCINA PARA LA RIBERA DEL MARCO
Ene 26 2014

PARA ADENTRARSE EN ESTE ESPACIO SE TUVO COMO GUÍA A FERNANDO JIMÉNEZ BERROCAL, RESPONSABLE DEL ARCHIVO MUNICIPAL Y CRONISTA OFICIAL DE CÁCERES

Maqueta 'collage' del proyecto con la nave reconvertida en escuela (dcha.) y las gran cocina. Al fondo, barrio de San Marquino.
Maqueta ‘collage’ del proyecto con la nave reconvertida en escuela (dcha.) y las gran cocina. Al fondo, barrio de San Marquino.

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Mientras la Ribera del Marco aguarda una inversión que no acaba de llegar para iniciar su gran proyecto de recuperación -la primera fase está presupuestada en seis millones de euros-, este espacio verde ha servido de inspiración a la joven arquitecta Diana Hernández (Cáceres, 1983). Ha diseñado una gran cocina pensada para devolver a las huertas de la Ribera la actividad que tuvieron antaño y, además, propone la rehabilitación de una vieja nave situada en este entorno para convertirla en la nueva sede de la Escuela de Hostelería, situada actualmente en el recinto del IES Universidad Laboral.

Estas dos ideas articulan su proyecto fin de carrera, que presentó en 2012 en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid y que ahora se ha puesto de actualidad porque acapara la portada del último número de la revista ‘Paisea’, una publicación de arquitectura especializada en paisajismo.

«La Ribera del Marco es un lugar especial. Quizás pase desapercibido para los muchos turistas que visitan los monumentos y los museos a lo largo del año e incluso para los mismos habitantes de la ciudad de Cáceres. Pero si uno se adentra un poco en sus senderos y en sus ruinas semi-abandonadas podrá intuir el mismo origen de la ciudad tal y como la conocemos hoy en día. Aquí he decidido imaginar o inventar un escenario. Un lugar que vuelva a poner en movimiento las huertas que en otro tiempo surtieron al mercado de abastos. También un lugar que ponga el ojo en el potencial culinario y gastronómico de Cáceres y que haga de éste un motivo para inundar de actividad y bullicio un casco histórico de piedra, que tantas veces parece dormido o encallado en los espectáculos pasivos de viandantes de cámaras automáticas», detalla Hernández, que también es diseñadora e ilustradora. Esta última faceta la adquirió en la Escuela de Bellas Artes Elogio Blasco.

«Me gusta ir por ahí con una libreta, tintas de colores y recargables… ¡Siempre que puedo! Y también con mi cámara ‘Mamiya’ para hacer retratos o mezclar paisajes urbanos y campo», apunta en el perfil de su página web.

Todo surgió, cuenta Diana, de su interés por conocer nuevos detalles sobre la Ribera «No conocía ni su paisaje, ni sus recorridos. Me llamaba mucho la atención trabajar en mi ciudad y descubrir algo nuevo de ella», ilustra. Para adentrarse en este espacio tuvo como guía a Fernando Jiménez Berrocal, responsable del archivo municipal y cronista oficial. El asesoramiento en materia gastronómica corrió por cuenta del cocinero Francisco Javier Refolio.

Las huertas de la Ribera son el punto de partida de su proyecto. «Para mí era básico centrar el trabajo en recuperar las huertas y darles una vida útil», detalla. A este anhelo se unió su pasión por el mundo de la cocina. El resultado es un diseño en el que conviven estos dos factores y que está estructurado en dos grandes bloques.

Por un lado está la construcción de un nuevo edificio, compuesto a su vez por pequeños bloques. «Cada bloque es una unidad de cocina que te permite cocinar recuperando la energía directa del sol o del viento. Entre todas forman una gran cocina; es una especie de laberinto», indica. Este puzle de fogones, integrado por algo más de 70 piezas, se le ocurrió cuando viajó a Marruecos. «La idea de implantar aquí una gran cocina me rondo por la cabeza un día sentada en la plaza de Yamaa el Fna de Marrakech. Era mi primera visita a la ciudad y me pasé horas siguiendo con los ojos el ajetreo de los miles de visitantes y la transformación del lugar. Al caer el sol, colinas de humo arrastraban un denso olor a carne, parrilla y especias. Allí todos los puestos están juntos y vas pasando a través de ellos. Aunque son independientes, entre todos forman un gran edificio», indica.

Esta gran cocina estaría ubicada junto a la nave que Diana prevé rehabilitar en su proyecto. Esta nave, pensada inicialmente para ganado y almacenaje, es real y se encuentra situada en la Ronda de Puente Vadillo, entre San Marquino y Tenerías. Hasta aquí trasladaría la autora la Escuela de Hostelería, cuyos alumnos podrían realizar prácticas, a su vez, en la gran cocina. El proyecto también incluye la organización de una Bienal Gastronómica en torno a esta edificación, con una intensa agenda de actividades pensadas para diferentes rincones de la Ciudad Monumental.

Hasta aquí lo plasmado sobre el papel. La autora del proyecto no se ha planteado llevarlo a la práctica. «Como soy un poco soñadora, el proyecto fin de carrera me lo planteé como una utopía. De hecho, no sé si sería construible al cien por cien. Pero como planteamiento sería interesante para la ciudad. Cáceres tiene en la gastronomía y en la Ribera del Marco dos potenciales muy buenos, que unidos podrían generar una dinámica genial para la ciudad», dice esta cacereña, que en la actualidad forma parte del colectivo Leon11, un estudio de arquitectura madrileño nada convencional. Se trata, en realidad, de un espacio multidisciplinar que funciona como «una plataforma física de trabajo en red», según se detalla en su propia web.

Antes, Diana fue integrante de otro colectivo de arquitectos: PKMN. Ella y otros compañeros crearon este grupo cuando todavía estudiaban en la universidad y desarrollaron proyectos tan divertidos como el que llevaron a la práctica en Cáceres. Dentro de la candidatura del 2016, fotografiaron a centenares de cacereños, que después se vieron inmortalizados en siluetas de madera repartidas por el casco viejo.

«La Ribera del Marco me parece un espacio único. Es de los mejores sitios que hay en la ciudad. Es un regalo que todos los cacereños deberíamos conocer y poner más en valor», concluye. Hace tiempo, desde mediados de los años 90, que las instituciones planean mejorar su imagen y aprovechar sus recursos. La resolución medioambiental para llevar a cabo el proyecto se aprobó hace dos años pero, de momento, el dinero no llega. El objetivo es que la zona se integre en la ciudad con carriles bici, un nuevo colector bajo la carretera y la reordenación de las aceras. Esta primera fase estará sufragada por la Confederación Hidrográfica del Tajo y el Ayuntamiento.

Fuente: http://www.hoy.es/ – María José Torrejón

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